Buenos días, doctor Freud por Gustavo Santander


Diario El Mercurio, martes 4 de febrero de 2014

Todo pintaba de maravilla ese sábado en el que me senté en un café de Lastarria para terminar de leer El lobo de Wall Street: las casi quinientas páginas en las que Jordan Belfort cuenta su historia me tenían cautivado. Sin darme cuenta había caído en ese mundo de excesos, drogas, fiestas y mujeres. Sin embargo, cuando ya me había transportado imaginariamente a un yate y sentía correr la champaña burbujeante por mi garganta, alguien me despertó. "Hola, Gustavo, qué bueno encontrarte, feliz año", me dijo una voz femenina cuyo rostro tardé en enfocar por los rayos de sol. Cuando la reconocí, supe de inmediato que mi día estaba perdido.

Andrea: Así se llama la persona que tenía frente a mí y que, sin pedir permiso, se sentó en mi mesa. Andrea y yo tuvimos una relación hace algunos años. No fue fugaz pero su duración no era equiparable al drama hindú que hizo cuando le dije que lo mejor era mantenernos como amigos y no como amantes. "Qué increíble encontrarte acá, no nos veíamos desde la vez en que me pediste que no te llamara más", me dijo con ánimo beligerante.

Corrección: en esa ocasión no le dije que no me llamara más; lo que hice fue -después de decenas de mensajes de voz donde me insultaba, lloraba y me volvía a insultar- decirle que sería mejor dejarnos de ver por un tiempo, hasta que sanase el inevitable dolor de la separación.

"¿Sabes, Gustavo? Desde que terminé contigo mi vida ha ido mucho mejor. Lo pasé muy mal pero después me di cuenta de que lo que sentía por ti era más un capricho. Creo que siempre fuiste un tipo inmaduro y egoísta". Me despacha esta frase mientras prueba un café helado lleno de crema que ha pedido motivada por el calor. Yo estoy mudo, pensando por qué no me quedé leyendo en casa. "Y por tu lectura, veo que sigues pensando solo en mujeres y fiestas, y toda esa cosa decadente que siempre te ha gustado. Yo fui a terapia después de que terminamos y creo que tú necesitas ir. Mi terapeuta me dijo que dejarte fue una gran decisión", me dice con la convicción de un psicópata. "Andrea...", le digo, pero parece no escucharme. Sigue:

"Mi psicóloga me dijo que hay hombres que nunca superan la relación que tuvieron con su madre y se quedan viviendo una infancia eterna. Por eso son tan inconstantes en sus relaciones de pareja. Como tú, Gustavo, igual-igual. Hombres que siguen siendo niños. Las mujeres como yo necesitamos hombres, no niños. También me recomendó que estas cosas hay que decirlas y no guardárselas. Por eso cuando te vi pensé que era mi oportunidad", me dice y se va. Me deja atónito, masticando esta ráfaga de psicología barata con la que me ha acribillado, haciendo que me olvide de las rubias desnudas en el yate de Belford para hacerme la pregunta del millón: ¿Qué diablos hacía yo con esta chica?

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