El espanto como adicción. ¿Más turbación, para qué?‏



Los escritores 
y, para qué decir los reseñadores,
están cada día más locos.

Escriben con pasión, 
amor y delirio delictivo, acerca
de sus obsesiones escriturales:

Imaginen que en plena 
o al final de una relación de pareja
alguien escribiera cosas como estas perlas:

Hace poco menos de un mes todo terminó: 
un epílogo lleno de funerales y diálogos tristes 
que cerraban el relato 
como quien cierra la puerta de una casa, 
como quien sale de un lugar 
al que no se va volver 
salvo con la nostalgia del asombro. 

No puedo dejar de agradecer el viaje, 
por esos momentos maravillosos y horribles, 
por esas imágenes de violencia y esas polaroids íntimas. 

Eso. 

Gracias por esa familia y sus monstruos, 
los vamos a echar de menos a todos. 

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Cuentos que consiguen 
inquietar con muy pocas palabras. 
La brevedad funciona 
como otra arma efectiva del espanto.

Lo inexplicable -materia prima 
de todo aquello que puede llegar a alterarnos- 
sucede convincentemente dentro del marco 
de una realidad cercana y reconocible.

Pero aquí hay algo más, 
algo oscuro y fríamente premeditado, 
que no tan sólo los cautivados 
por este género terrorífico 
sabrán apreciar con deleite y turbación.

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