Perdidos en Ñuñoa por Roberto Merino


Diario Las Últimas Noticias, lunes 2 de diciembre de 2013

Hará dos o tres años le sugerí a mi amiga
Camila Valenzuela que no se fuera a vivir a Ñuñoa.

Le dije que ésa era una comuna engañosa,
que la iba a absorber, que mediante
mecanismos casi imperceptibles
le iba a escamotear a sus amigos.

Bueno, ahora ella me escribe
preguntándome con exclamativos
cuándo cresta nos vamos a ver.

La respuesta es difícil
y la realidad también.

Desde que Camila se fue a Ñuñoa
sólo nos vemos en ocasiones
trabajosamente preparadas.

Ya no nos encontramos en la calle.
Ya no estamos al alcance
de un simple y espontáneo telefonazo.

No se trata puramente 
de cuestiones ideológicas,
pero me imagino que la ideología
tiene incidencia en el problema.

No recuerdo cuándo
-mediados de los años noventa quizás-
empezamos a escuchar cosas:
que Ñuñoa era un especie 
de reservorio de la vida auténtica,
republicana, de barrio, a escala humana,
de clase media y blablablá.

Que allá era posible vivir 
sin las presiones de una sociedad 
crecientemente consumista y exitista,
rescatando las antiguas formas
de la sociabilidad chilena.

Estas afirmaciones 
no eran parte de una campaña oficial,
sino de una especie de consentimiento
colectivo filtrado en las conversaciones.

Ahora me acuerdo de unos tipos
vagamente enrolados 
con la medianía o con el fracaso,
con los proyectos que nunca resultaban,
con el anhelo de un mundo más justo,
un mundo que calificara 
a los seres humanos según sus méritos.

Estos tipos eran lentos e irónicos.

Hacían muchas pausas al hablar:
paladeaban el silencio
lo mismo que las diferentes 
cepas y maridajes de los vinos.

Distinguían el sexo del buen sexo,
la pornografía del erotismo,
el cine del cine arte.

Les gustaba la música 
de cualquier tipo
"siempre que sea buena".

En fin, estos tipos de repente
informaban que se habían cambiado a Ñuñoa,
a una casita modesta con parrón,
cerca de una verdulería y de una panadería
atendida por su propio dueño.

Era como una ley de la electrodinámica:
Ñuñoa imantó a esta clase de individuos
en un proceso que un planificador regional
podría demostrar gráficamente en el plano de la ciudad.

Yo conocí bastante bien una Ñuñoa anterior,
a la que se llamaba "burguesa",
pero nunca desarrollé vínculos afectivos
con sus calles ni con sus boliches.

La piscina Mund, la Lincoyán;
el teatro California, el Dante, el Andes;
los restaurantes Renhania, 
Las Alegrías de España,
El Amigo de Todas las Naciones,
estos últimos en el eje de Irarrázaval.

Imágenes que me llegan de la memoria,
cuentos de mis padres de los años cincuenta
en Los Guindos, en regresos nocturnos
primaverales atemperados ahora
por la irrealidad, fotografías con rejas
con enredaderas, un Ford 40 plomo
estacionado junto a unas azaleas,
la aparente liviandad de la vida 
antes de mi existencia.

Pero no dije nada 
de lo que tenía presupuestado,
como casi siempre.

Lo único que puedo enfatizar
es que en mi experiencia
Ñuñoa parece estar al otro lado
de un muro magnético
que corta en dos el espacio,
cuando no el tiempo.

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