"Los mil días de Allende": la realidad, las imágenes y la historia

A PROPÓSITO DE UN PROGRAMA DE TV 40 años del golpe militar


La serie histórica que Canal 13 de televisión presentó a comienzos de septiembre pasado, titulada "Los mil días de Allende", pone en discusión los problemas de las imágenes como fuente para conocer el pasado.  

por Adolfo Ibáñez 

Diario El Mercurio, Artes & Letras, domingo 22 de diciembre de 2013

El estudio de la historia del siglo XX plantea una serie de complejidades. La primera de ellas es una falta de comprensión de sus líneas básicas o fundamentos explicativos, lo que ha llevado a continuar usando los conceptos y perspectivas propias del siglo XIX, con la consiguiente distorsión o confusión que acarrea. Pero también el estudio del siglo recién pasado requiere repensar problemas metodológicos que no son menores. La investigación de los tiempos más antiguos se basa en fuentes que no son abundantes y, por lo general, son incompletas, por no decir que son francamente fragmentarias. Para el siglo XX, en cambio, son abundantísimas y completas.
La contrapartida es que las de los siglos anteriores se encuentran por lo general reunidas en archivos y museos dispuestos especialmente para ser consultados por los estudiosos. No así para los últimos cien años, que se encuentran dispersas en los más disímiles e ignotos lugares y su completitud se traduce en un enorme volumen casi inmanejable.
Las fotografías y películas, ya sea de los cines o de la televisión, públicas o privadas, constituyen quizás la novedad más saliente del siglo XX en cuanto al registro de los acontecimientos. Por lo mismo son indispensables a la hora de relatar la historia de estos últimos cien años. Ellas captan un instante o el suceder de un episodio y nos permiten asomarnos a una realidad pasada. Representan, es decir, vuelven a presentar aquel episodio: lo hacen presente con un realismo que difícilmente se puede registrar en un relato escrito. No muestran los pensamientos ni las ideas de esas personas pero, por lo que ellas hicieron -y que quedó retratado o grabado en película- podemos acercarnos a lo que pensaban, a sus ideas, a aquella realidad o fuerza inmaterial que los movió a hacer aquello retratado. Sin embargo, como toda fuente histórica, no la acompaña el contexto del observador que, obviamente, se encuentra en el hoy día: nos representan el pasado, sí, pero fuera de contexto.
El lenguaje y el compilador
Es el viejo dilema que afecta a todas las fuentes históricas, no importando de qué tipo sean: todas requieren ser explicadas para que las personas de hoy puedan entenderlas. Esto significa que el investigador no solo deba ordenarlas cronológica o temáticamente sino, y muy principalmente, que debe, en primer lugar, desentrañar el lenguaje propio que expresa cada una de ellas y el contexto que las acompañó y les dio sentido en su momento. Solo entonces el estudioso puede transmitirnos verazmente la información contenida en esas imágenes. Investigar no es solo recopilar ordenadamente. Es mucho más: es comprender para explicar con claridad a un público muy numeroso y siempre desconocido.
Esto último, que vale para todas las fuentes históricas, es particularmente relevante para el caso de las imágenes. Una de las principales trampas es que ellas nos muestran solo lo que captó el lente, no lo que estaba al lado. En esta materia vale plenamente aquello de que "una no es ninguna": en la medida que tengamos numerosas fotos -y mejor aún si vienen de diferentes procedencias- que dan cuenta de lo mismo, se validan como testimonio. Pasa lo mismo con las películas. Pero, además, no hay que olvidar, respecto de estas últimas, el proceso de edición que normalmente precedió al momento de su presentación al público de entonces. Esto significa que las imágenes son fuentes "producidas", aunque la técnica de las tomas haya permitido hacerlas instantáneas. Como nunca, es preciso explicarlas con el respeto que merecen.
Nunca las fuentes de la historia, para ningún período, han hablado por sí solas. Esto hace que normalmente las compilaciones de imágenes presentadas en libros o videos no tengan la capacidad de transmitir por sí solas la historia de los momentos que representan. Requieren de un relator, de un explicador. De alguien que haya estudiado la época en cuestión y, comprendiendo su lenguaje y el contexto de la época, pueda usarlas como un testimonio calificado para ilustrar su relato de los sucesos. Siempre lo que vale es la explicación que entrega el historiador. Las fuentes que cite o las imágenes que incorpore solo refuerzan su presentación.
Esto nos trae al presente y su afán por saber qué pasó en determinados momentos pasados. Aquí entra a tallar el compilador y explicador. Es decir, el historiador. No importa qué oficio o profesión universitaria tenga la persona que realiza esa labor: periodista, abogado, matemático o biólogo. Por el solo hecho de realizarla es un historiador. Y nuevamente aparece un problema de siempre en el estudio de la historia: ¿puede este explicador ser un individuo asépticamente imparcial? Cien años atrás se pensaba que sí: que si aportaba "toda" la información sus conclusiones eran de validez universal y permanente, ya que estaba entregando un conocimiento científicamente alcanzado. Con posterioridad hemos aprendido que "toda" la información es una utopía, es un imposible. Y también que la personalidad del historiador está siempre detrás de sus estudios y de sus publicaciones o presentaciones al público. Es apasionante pasar del relato: lo que la mano escribe, al relator: la mano que escribe. Cuando uno como lector logra trasponer este umbral entra verdaderamente al terreno del conocimiento. Es el momento en que se produce la verdadera comunicación entre el que explica y el que busca aprender o, al menos, informarse. En ese instante uno se apropia de la sabiduría del historiador, y palpa su veracidad.
El archivo histórico del Canal 13
Es por esto que detrás de las imágenes que se nos presentan tenemos dos relatos: el que muestra a las personas de aquel momento retratado, y el que nos presenta al individuo-explicador que las seleccionó y las ordenó. De aquí la importancia de comprender no solo el relato que nos cuentan las imágenes, sino sentir y captar al autor de ese ordenamiento relator.
Luego de estas consideraciones es interesante traer a colación la serie que Canal 13 de televisión presentó a comienzos de septiembre pasado, titulada "Los mil días de Allende". De inmediato surge el primer problema para el estudio de la historia: ¿dónde estaba ese archivo? Eleodoro Rodríguez, legendario y ya fallecido director de ese medio sostuvo siempre que dada la pobreza del país de entonces habían tenido que reutilizar esas cintas, lo que había significado la destrucción de su archivo. Falso: el archivo estaba donde tenía que estar, pero fue negado con verosimilitud (muchas cintas efectivamente se reutilizaron en aquellos años pretéritos), motivo por el cual nadie insistió. Hoy, con otra mirada, decidieron presentarlo, con lo que el país ganó.
Aplaudiendo este beneficio uno pasa de inmediato al explicador, a la persona que las ordenó para presentarlas, lo que es producto de su pensamiento o raciocinio. En primera instancia uno no repara mayormente en el nombre del programa, pues lo normal es considerar que lo que viene bajo el título señalado es una historia del gobierno de la Unidad Popular. Sin embargo, a medida que avanza el programa Allende siempre se muestra como el protagonista exclusivo: no aparecen otras figuras destacadas, tanto del gobierno como de la oposición, y en ningún caso se manifiesta el protagonismo que fue adquiriendo el pueblo que fue oponiéndose creciente y decisivamente al intento revolucionario encabezado por Allende. Pueblo cuyas más destacadas expresiones lo constituyeron lo que entonces se conoció como el poder femenino y el poder sindical y gremial de los pequeños empresarios: camioneros, dueños de tiendas, de talleres y otros similares. Entonces uno repara en el título y cae en cuenta que el programa no apunta a entregar una historia del gobierno de la Unidad Popular, sino de Allende en particular. Imposible dejar de pensar que se trata de un enfoque bastante particular.
Incoherencias evidentes
Profundizando un poco más la reflexión, llama la atención que se nos presenta a un Presidente siempre tan aplomado y formal, tan impecablemente democrático, gobernando a un pueblo que, por lo mismo, es inexplicable que se haya ido sublevando crecientemente en contra de su gobierno y que paralizaba al país protestando por la escasez, por el racionamiento, porque desconocía los acuerdos con los mineros, por el intento de instrumentalizar la educación y la televisión y que, finalmente, pedía a gritos que se fuera. Surge de inmediato la pregunta de si pudo ser realmente tan democrático un Presidente cuya gestión generaba una reacción popular generalizada, sostenida y que desbordaba reiteradamente la institucionalidad para hacerse oír.
Es así como comienzan a surgir numerosas preguntas: ¿por qué un Presidente tan democrático tuvo que recurrir a resquicios legales para tratar de imponer su programa revolucionario? ¿Por qué si nunca tuvo la mayoría de los votos ni tampoco mayoría en el Congreso sus partidarios se empeñaban en que había que "avanzar sin transar"? ¿Por qué si había un Presidente tan democrático sus partidarios clamaban insistentemente por conquistar poder popular, lo que entonces se entendía como la supresión del orden legal e institucional que regía al país? ¿Por qué si era tan democrático tuvo que llamar reiteradamente a las FF.AA. para intentar restablecer la confianza en su gobierno? Y suma y sigue.
Estas mismas preguntas llevan a reparar en omisiones como la ninguna mención de la enorme e importantísima marcha femenina de las cacerolas vacías del 1 de diciembre de 1971. También hacen fijarse en ciertos modos deformadores de presentar hechos, como las concentraciones de los días 4 y 5 de septiembre de 1973 en la Alameda, frente a la Universidad Católica. La primera, de partidarios del gobierno, es mostrada mediante un amplio paneo de la cámara, mientras que la segunda, convocada por el poder femenino y con muchísimo mayor número de público, es reflejada mediante las imágenes de algunas mujeres que gritaban frenéticas contra el gobierno, lo que impide conocer su tremenda magnitud: no se ignoran ambos acontecimientos, pero se deforma su presentación.
En síntesis, el programa en cuestión presenta un descalce entre la historia que cuentan aquellas imágenes y el guión que se desprende del ordenamiento y de la presentación de esas mismas imágenes. Este descalce se hace más notorio por el relato del presentador, que más que explicar parece confundir, ya que entrega un relato aun más alejado de la realidad que fluye de las fuentes. La asepsia que este último irradia impide la comunicación con el o los historiadores que lo prepararon, con el beneficio de adquirir el conocimiento que se explicó más arriba, lo que lleva a pensar en una intención deliberada de estos últimos de permanecer en el anonimato para ocultar intereses inconfesables. Todo esto le resta veracidad y verosimilitud al programa, pues deja al descubierto aquella realidad negra y reiteradamente utilizada, vieja como el mundo, de la historia como ocultamiento de los acontecimientos pasados.
Pero el problema de fondo que se advierte en una producción como esta es que parece estar hecha en función de los intereses de algunos actores políticos del presente. Así, en vez de constituir el primer capítulo de una historia mayor, más larga o más extensa, está destinado a ser solo la primera versión de un acontecimiento que luego será objeto de otras versiones, a medida que los actores políticos que se vayan sucediendo las necesiten. La historia se reescribe con estas falencias solo porque hay intereses ocultos. Cuando estas necesidades cambien, aparecerán nuevas y cada vez más inverosímiles versiones.
Estos procedimientos indebidos producen una distorsión y un vacío en nuestro conocimiento, que puede tener un trágico desenlace en la medida que los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla.
Nunca las fuentes de la historia, para ningún período, han hablado por sí solas. Requieren de un relator, de un explicador.
El problema de fondo que se advierte en una producción como esta es que parece estar hecha en función de los intereses de algunos actores políticos del presente.

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