"Hasta 2010, la izquierda fue prudente. Ahora vuelve a mostrar su cara agresiva, que se basa en un supuesto fundamental: las tres fuerzas que se opusieron a su proyecto totalitario bajo Allende hoy se encuentran seriamente aproblemadas.."
Pocos títulos podrían resultar más insólitos, cuando parece ser la derecha la que se va a hundir en las próximas elecciones. Eso, si se piensa que los resultados electorales se reducen a los números. Pero si se mira al 17 de noviembre como una instancia en que las diversas opciones mostrarán sus más profundas intenciones, la izquierda está ciertamente arriesgando su colapso.
Ganará, muy probablemente, ganará, ¿pero qué significará esa victoria? Si la izquierda logra vencer, lo habrá hecho defenestrando el capital que había simulado construir durante casi 25 años: su talante democrático. Habrá efectivamente dilapidado sus credenciales en el juego de las mayorías y de las minorías, por una importante cantidad de razones.
En primer lugar, porque habrá coqueteado con la ruptura de la institucionalidad. Si entre el 64 y el 73 la izquierda se prostituyó abiertamente, ahora solamente le ha guiñado un ojo a la posibilidad de romper con las formas establecidas. Pero lo ha hecho con tal perseverancia, bajo el rótulo de la Asamblea Constituyente, que el resultado sería igual: adulterio.
En segundo término, ha validado la calle. Esas decenas de miles que vociferan una vez al mes o más han sido para la izquierda una proa detrás de la que pueden emprenderse navegaciones sin rumbo conocido. La izquierda no ha logrado definirse: ¿o la calle de unos miles o el parlamento de millones? Y esa ambigüedad, consentida, continuará.
Se suma, además, la incorporación de los comunistas. El PS y el PPD eran una izquierda democrática, en apariencia. Con el PC, son una izquierda totalitaria, en potencia. De la apariencia a la potencia, ¿hay mucho trecho?
Como cuarta consideración, mírese la situación de la Democracia Cristiana. La izquierda la arrastra, la desgarra, pero consigue que no se desintegre. Parece que logra su objetivo: mantenerla dentro del eventual gobierno; pero, ¿a qué precio? Al costo de eliminar el centro DC para siempre. Y eso significa —que nadie se engañe— que el flanco más duro de la izquierda ya no gozará de la blanda protección democristiana.
Por último, la izquierda se daña a sí misma decisivamente al proponer de nuevo el gigantismo estatal. Ahora lo llaman interés público, pero terminará siendo esa maquinaria ya conocida, la de los mil engranajes que tritura libertades y proyectos.
Hasta 2010, la izquierda fue prudente. Ahora vuelve a mostrar su cara agresiva, temeraria. La suya es una apuesta cortoplacista, muy arriesgada, casi suicida y que se basa en un supuesto fundamental: las tres fuerzas que se opusieron a su proyecto totalitario bajo Allende hoy se encuentran seriamente aproblemadas: supone la izquierda que las Fuerzas Armadas han sido convencidas de que nunca más deben defender el destino nacional frente a una amenaza terminal; cree que la Iglesia ha sido neutralizada en sus convicciones sobre la vida digna y libre; estima que los gremios vegetan porque Jaime Guzmán fue asesinado… por ?la misma izquierda.
Si la derecha es hoy un manojo de debilidades, la izquierda vuelve a ser un arcoíris de maldades.
Pero en esa aparente fortaleza está su debilidad. Porque al menospreciar la izquierda a esas masas egoístas, consumistas y hedonistas del Chile medio de hoy, podría pasarle que, al dañarles su empleo, su educación y su consumo, se encuentre con otra oposición, ni más noble ni más digna que la del 73, pero quizás nunca imaginada.
Aunque también es cierto que puede tener previsto cómo enfrentar esa situación: le bastaría con la reelección indefinida, o con un golpe blando, en el nombre de la calle. Cualquiera de esos métodos comprobaría el colapso democrático de la izquierda.
Ganará, muy probablemente, ganará, ¿pero qué significará esa victoria? Si la izquierda logra vencer, lo habrá hecho defenestrando el capital que había simulado construir durante casi 25 años: su talante democrático. Habrá efectivamente dilapidado sus credenciales en el juego de las mayorías y de las minorías, por una importante cantidad de razones.
En primer lugar, porque habrá coqueteado con la ruptura de la institucionalidad. Si entre el 64 y el 73 la izquierda se prostituyó abiertamente, ahora solamente le ha guiñado un ojo a la posibilidad de romper con las formas establecidas. Pero lo ha hecho con tal perseverancia, bajo el rótulo de la Asamblea Constituyente, que el resultado sería igual: adulterio.
En segundo término, ha validado la calle. Esas decenas de miles que vociferan una vez al mes o más han sido para la izquierda una proa detrás de la que pueden emprenderse navegaciones sin rumbo conocido. La izquierda no ha logrado definirse: ¿o la calle de unos miles o el parlamento de millones? Y esa ambigüedad, consentida, continuará.
Se suma, además, la incorporación de los comunistas. El PS y el PPD eran una izquierda democrática, en apariencia. Con el PC, son una izquierda totalitaria, en potencia. De la apariencia a la potencia, ¿hay mucho trecho?
Como cuarta consideración, mírese la situación de la Democracia Cristiana. La izquierda la arrastra, la desgarra, pero consigue que no se desintegre. Parece que logra su objetivo: mantenerla dentro del eventual gobierno; pero, ¿a qué precio? Al costo de eliminar el centro DC para siempre. Y eso significa —que nadie se engañe— que el flanco más duro de la izquierda ya no gozará de la blanda protección democristiana.
Por último, la izquierda se daña a sí misma decisivamente al proponer de nuevo el gigantismo estatal. Ahora lo llaman interés público, pero terminará siendo esa maquinaria ya conocida, la de los mil engranajes que tritura libertades y proyectos.
Hasta 2010, la izquierda fue prudente. Ahora vuelve a mostrar su cara agresiva, temeraria. La suya es una apuesta cortoplacista, muy arriesgada, casi suicida y que se basa en un supuesto fundamental: las tres fuerzas que se opusieron a su proyecto totalitario bajo Allende hoy se encuentran seriamente aproblemadas: supone la izquierda que las Fuerzas Armadas han sido convencidas de que nunca más deben defender el destino nacional frente a una amenaza terminal; cree que la Iglesia ha sido neutralizada en sus convicciones sobre la vida digna y libre; estima que los gremios vegetan porque Jaime Guzmán fue asesinado… por ?la misma izquierda.
Si la derecha es hoy un manojo de debilidades, la izquierda vuelve a ser un arcoíris de maldades.
Pero en esa aparente fortaleza está su debilidad. Porque al menospreciar la izquierda a esas masas egoístas, consumistas y hedonistas del Chile medio de hoy, podría pasarle que, al dañarles su empleo, su educación y su consumo, se encuentre con otra oposición, ni más noble ni más digna que la del 73, pero quizás nunca imaginada.
Aunque también es cierto que puede tener previsto cómo enfrentar esa situación: le bastaría con la reelección indefinida, o con un golpe blando, en el nombre de la calle. Cualquiera de esos métodos comprobaría el colapso democrático de la izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS