Discípulo del artista fallecido en 2011, Maffei heredó la técnica, pero no los temas. Hasta el 9 de febrero expone en Nueva York bodegones hechos en pastel sobre papel.
por Denisse Espinoza - Diario La Tercera, 19/01/2013
er aburrido es algo que preocupa al pintor Ricardo Maffei (58) y lo repite varias veces en esta entrevista. El peligro de serlo, sin embargo, es inminente cuando se está acostumbrado a pintar, como si fueran fotos, bodegones con elementos tan insulsos como un trozo de cemento o un vaso de agua. Maffei combate el aburrimiento con esmero, por eso puede demorar hasta dos días en armar una escena antes de pintarla. “Ocupo sólo dos o tres elementos para no saturar el cuadro, pero si estos no los colocas bien pueden resultar muy aburrido”, dice.
Aunque, tal dificultad es más bien una opción: hace varios años que el artista desterró la belleza tradicional de sus pinturas. “Podría pintar un florero o unas telas finas, pero me parece fácil y aburrido. Son los elementos simples que pasan inadvertidos a las personas los que me interesan. Lograr extraer belleza de eso, a través del soporte, es mi desafío”, dice Maffei.
A mediados de los 90 partió la consolidación de su carrera, con exitosas muestras en España y sobre todo en EE.UU., que surgieron al mismo tiempo que daba su paso más difícil: luego de años de trabajar bajo el alero de su maestro, el pintor Claudio Bravo, fallecido en junio de 2011, se alejó de él para alcanzar un sello propio. “Mi técnica es muy parecida a la de él, lo que hago es diferenciarme en los temas. Alguien que no es tan experto puede que nos encuentre iguales, pero no es así. Creo que he logrado ser distinto a Claudio Bravo”, afirma.
Hasta el 9 de febrero, Maffei da prueba de su lenguaje personal a través de 11 cuadros de su última producción en la prestigiosa galería Marlborough de Nueva York, donde ya lleva cinco exposiciones individuales. Se trata de una serie de dibujos en pastel de sus ya habituales naturalezas muertas, donde un trapo sucio o unos potes de plástico chorreados de pintura son los protagonistas.
¿Cómo llegó a pintar estos elementos cotidianos?
Descubrí estos potes de plástico en el taller de un amigo y le pedí que me los regalara. Los encontré sumamente atractivos, sentí que podía sacarles partido a estos objetos humildes. No puedo pintar bodegones como lo hacían los flamencos del 1600. Es importante lograr ser reconocible y al mismo tiempo darle un toque contemporáneo a la obra.
¿En ese sentido le costó alejarse de la sombra de Claudio Bravo?
Me alejé porque sentí que me estaba pareciendo mucho a él incluso en los temas. Hasta hoy es inevitable que nos comparen. Los dos somos chilenos, fuimos amigos, él fue mi maestro y compartimos la misma técnica. Pero dejé de verlo hace más de 15 años, hablábamos por teléfono a veces, pero él no era muy dado a eso. El cortó su relación con Chile cuando vendió su casa en el sur.
Maffei tenía 22 años cuando vio por primera vez una pintura de Bravo publicada en un diario. Le asombró el parecido que tenía con la realidad. Así llegó a estudiar con el maestro de Bravo, Miguel Venegas Cifuentes, y luego con el propio pintor en España y en Marruecos.
¿Nunca ha pensado dejar la pintura realista?
En mis últimas obras he coqueteado con la abstracción con esos fondos chorreados, llenos de machas y pedazos de maskintape. Me gusta la pintura realista porque es reconocible para el público. Me parece sospechoso eso de tener que entender el discurso del artista primero para entender la obra; para mí la obra tiene que poder hablar por sí misma. Como decía Bacon, lograr que llegue de un golpe al sistema nervioso central.
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