por Leonidas Montes
Diario La Tercera, 15 de septiembre de 2013
En El otro modelo (en adelante EOM) recientemente publicado por Atria, Larraín, Benavente, Couso y Joignant -ignoro por qué no respetaron el orden alfabético- ha tenido impacto. Y ha generado cierto debate. Con un título sugerente y provocador, de su subtítulo se desprende el llamado a pasar “del orden liberal al régimen de lo público”. Aunque el libro está escrito por cinco académicos, no es un libro académico propiamente tal. Más bien, y ese es su mérito, está dirigido al lector general.
Con sustento republicano, critican el neoliberalismo que en Chile habría tenido su inspiración intelectual con El ladrillo de los Chicago Boys. Este modelo, cuyo espíritu ya circulaba en las aulas de Chicago, se habría encarnado e impuesto durante la dictadura. La Concertación, liderada por los autocomplacientes, lo habría continuado. Y los autores nos invitan a desafiarlo, corregirlo y eventualmente reemplazarlo.
Debo confesar que nunca me ha gustado hablar de “modelo”. Y también debo confesar cierta simpatía intelectual por la narrativa republicana. No en vano, el liberalismo y el republicanismo comparten, a mi juicio, un origen común.
A los autores les molesta la privatización de lo público. El modelo neoliberal adolecería de un “desprecio por lo público y su exaltación de lo privado” (p. 12). Y nos invitan a preguntarnos “cómo deben organizarse los organismos del Estado para que… el funcionario público actúe sólo como funcionario público… ignorando su interés individual” (p. 37). Un gran desafío, por cierto.
El mercado no sería más que esa esfera en la que cada uno persigue sus intereses individuales, y desaparece el interés común. Un simple agregado de preferencias donde cada persona es motivada por su propio interés. El modelo neoliberal incluso privatiza la política. Imagínese que hasta el voto, una obligación republicana, ahora es un acto privado. Qué horror, exclama el lector abrumado, al constatar que todo es economía o simple intercambio.
Eso sí, rescatan que el mercado es un espacio de libertad. Pero critican que también es un “espacio marcado típicamente por la indiferencia”, que debe ser compensada por la “responsabilidad recíproca” (p. 174). Ciertamente, la noción del homo economicus para un economista no es lo mismo que la de un ciudadano para un republicano. La pregunta es cómo, entendiendo esta diferencia, construimos una sociedad mejor. Imponer la “responsabilidad recíproca”, más que un desafío, parece una ilusión.
La relación entre los intereses individuales y el interés general, entre la economía y la política, es parte de un interesante y fértil debate intelectual. Desde Aristóteles, sabemos que el hombre es un animal social – zoon politikon, más complejo que el homo economicus. Y desde la tradición clásica, la política, como espacio de deliberación, ha sido reconocida. El mismo Rousseau ya se quejaba en su primer discurso de cómo el progreso económico corrompía el interés general. Para qué hablar de la mano invisible.
Pero la visión del liberalismo y del mercado en EOM es incompleta. El mercado es mucho más que un espacio para el individualismo posesivo. Y sus fundamentos tienen un sustento moral. El mismísimo Hayek, epítome del neoliberalismo, critica la caricatura del homo economicus. Y el gran Adam Smith dista mucho de la interpretación reduccionista en la cual EOM pretende encasillar al liberalismo.
Políticamente, el libro le debe mucho a la tradición republicana, particularmente a Rousseau. Pero también descansa en las ideas de Michael Sandel. Sobre estas bases intelectuales y ante la “hegemonía” del neoliberalismo, se propone rescatar a la política del mercado. La privatización de lo público debe llevarnos, según los autores, a promover la realización progresiva de los derechos sociales. A rescatarnos para avanzar hacia “una vida social caracterizada por la comunidad de intereses”.
EOM sugiere una reflexión y propone una transición para reemplazar el “modelo” (para el lector más suspicaz, la sigla EOM no dice relación con MEO).
No es casual que en la contratapa del libro aparezcan los cinco autores destruyendo, o mejor dicho, picando el ladrillo que tanta prosperidad le trajo a Chile. En el dibujo, cada autor juega un rol mientras entran a picar el Otro Ladrillo. A partir de las cinco figuras, sólo puedo imaginar a Atria con la picota. Y a un economista -Benavente o Larraín- mirando los números desde abajo para llevar adelante el gran plan de transición.
Esta “brújula que oriente la transición” (p. 220) sería la base de una posición que me atrevo a definir como progresismo republicano con un dejo comunitarista. Pero es también un llamado político. No en vano, EOM fue presentado por Michelle Bachelet. Tampoco es casual que se refieran al “régimen de mercado, como el que nos legó Pinochet… en que cada uno se rasca con sus propias uñas” (p. 217). Evidentemente, hay sentido e intenciones. Y también atisbos de grandeza: “Por primera vez en treinta y cinco años, se ha abierto la posibilidad de una nueva hegemonía en Chile” (p. 12).
Pero así como hay argumentos para criticar la utopía del neoliberalismo, también hay buenos argumentos para defender la libertad de las amenazas y riesgos de este nuevo “régimen de lo público”. Rousseau llegó a proponer que había que forzar a los ciudadanos a ser libres. Y los autores nos proponen un “espacio de responsabilidad mutua… que finalmente genera condiciones para una libertad más plena para todos los ciudadanos” (p. 174).
El otro modelo también puede interpretarse como una nueva hegemonía de lo público. Y ante ese llamado, confieso que me quedo con la libertad individual del neoliberalismo.
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