Mónaco

Columnistas
por Mathias Klotz
Diario El Mercurio, Sábado 12 de octubre de 2013


"Pero no todo fue tan terrible. Aproveché de conocer el acuario y ver a los únicos seres vivos en varios kilómetros a la redonda. Además, y aunque no lo crean, vi pasar a Carolina..."

Hace unos días fui a Mónaco por trabajo. Además del tema que me convocaba, la visita coincidió con el salón náutico, por lo que el principado estaba repleto del “jet set”.

Si bien nunca tuve en mi vida mayor interés por conocer este lugar que no fuera la pasión infantil por la Fórmula 1, jamás imaginé que pudiera existir una ciudad física y socialmente tan pobre y triste, a la que inexplicablemente centenares de revistas (varias nacionales entre ellas) dedican mensualmente sendos artículos y chismes acerca de una realeza patética, radicada en un principado de cartón piedra.

Mi primera impresión, luego de cruzar una serie de túneles, fue la de estar llegando a Viña, solo que con una topografía más escarpada, sin reloj de flores ni posibilidades de andar en bicicleta.

Al avanzar y recorrer sus calles mi sensación empeoró. Sentí que ya no estaba en Viña, sino más bien en Puerto Velero, pero con edificios color tierra y sin playa. Caminar por sus veredas angostas, incómodas, llenas de indicaciones y cámaras de vigilancia, en medio de edificios semi vacíos, era como estar en The Truman Show, con el Príncipe Alberto, en su infinito aburrimiento, tal vez dedicado a espiar a los súbditos de su pequeño reino.

En el salón náutico, en medio de los yates más ostentosos que jamás haya visto, provistos de helicópteros, submarinos y otros dispositivos para entretenerse, pensé que la crisis europea era un mito urbano y que en realidad no existía o que con tan solo las billeteras reunidas en esos pocos muelles se podría cubrir cualquier saldo negativo de ese y de varios otros continentes.

Al comer por la noche en un restorán sentí que asistía a un velorio en que los deudos pre-momificados por el bótox ya se preparaban para el paso siguiente.

Al visitar el palacio del Príncipe sentí que entraba en el reino de Lord Farquaad y que yo era Shrek. (Además de la construcción reciente, y la escala ridícula, los guardias vestidos de blanco, tipo soldadito de plomo, acentuaban el aire de maqueta del conjunto).

Al pasar por el Casino y ver la colección de autos obscenos, estilo Farkas, estacionados en la puerta, pensé que estaba en el festival del automóvil de Dubái, pero al darme cuenta de que esos mismos autos pasaban deambulando una y otra vez por la ciudad, conducidos por los mismos conductores bronceados, sentí que todo esto no era más que una Scalextric de escala 1/1, a la que una vez al año en lugar de estos, le ponían autitos de carrera.

Pero no todo fue tan terrible.

Aproveché de conocer el acuario y ver a los únicos seres vivos en varios kilómetros a la redonda. Además, y aunque no lo crean, vi pasar a Carolina...

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