Estado laico y creyentes


"Lo que está en juego en Chile es que pueda llegar a haber un solo tipo de creyentes autorizados: los agnósticos discriminadores y portadores de rotundas convicciones..."Gonzalo RojasEl misterio rodea los trabajos de la comisión que prepara el proyecto constitucional de la candidata Bachelet. Incluso, su coordinador ha pedido que no se hable públicamente de los temas disputados, antes de que la postulante decida qué enfoque les dará. Transparencia democrática, así la llaman.
Todo porque uno de los representantes de la DC en la comisión nos ha alertado sobre el texto: “Tiene un aire antirreligioso, lo cual sobrepasa lo que se debe buscar, que es un Estado laico y la libertad religiosa, la separación Iglesia-Estado y la igualdad entre las iglesias”, nos ha dicho. Su partido lo ha respaldado.
Por ahora no sabemos qué implica eso, qué se pretende exactamente en materias religiosas, lo que habilita para especular sobre el tema.
¿Un Estado laico? Si eso significa que el Estado no promoverá religión específica alguna y que seguirá habiendo libertad de cultos, derecho a enseñar y mostrar la propia fe en ámbitos familiares, educacionales y públicos, y libertad para exhibir señales y signos religiosos diversos en todos los ambientes, bienvenida esa neutralidad. Si Estado laico es Estado neutral en materias religiosas, nada más conveniente.
Pero seríamos ingenuos e ignorantes si pensáramos que esa es la matriz detrás de los proyectos pro Bachelet. El 31 de octubre de 2009, la entonces Presidenta se refirió a “las virtudes del Estado laico en Chile; vale decir, un Estado que asegura la libertad de culto, que acepta todas las creencias dentro del marco de la Constitución y las leyes, el Estado que defiende el pluralismo, la aceptación de la diversidad y la tolerancia como forma de vida”.
Bien. Esa era la Bachelet de una Concertación en que la DC pesaba.
Hoy, cuatro años después, con una Democracia Cristiana reducida a equipo de segunda división, es perfectamente lógico pensar que el Estado laico pueda significar en la práctica —a través de la ley y de la potestad reglamentaria— otra cosa muy distinta: un Estado activamente antirreligioso.
Las experiencias europeas son muy claras. Que no pretendan los ideólogos del socialismo secularizador que las ignoremos.
Estado laico —para los referentes de Bachelet en Europa— significa discriminación y persecución para los creyentes de las religiones monoteístas, de formas muy concretas: prohibición de ceremonias públicas, exclusión de sus símbolos tradicionales, impedimentos para la enseñanza de las doctrinas religiosas en el nivel escolar, ahorcamiento financiero de esas iniciativas (mientras se reparten millones a animalistas e indigenistas, a sexualistas y ambientalistas).
El argumento para justificar esa brutal agresión es claro: si ustedes son creyentes, es problema suyo; custodien su fe como les dé la gana, pero no pidan nada por encima de los no creyentes, a quienes el Estado les garantiza la igualdad al impedir que ustedes puedan mostrar sus convicciones, mientras ellos, tan buenecitos, nos respetan a todos al no promover creencia alguna.
Falso, totalmente falso, porque todos somos creyentes, aunque no todos creemos igual o en lo mismo.
El militante radicalizado que exhibe en su polera el eslogan de moda, el gritón que en la marcha vocifera su estribillo, el activista que postea y twittea consignas de pocos caracteres y sin carácter, el jefe de servicio que persigue al que no lo apoya, el profesor universitario ideologizado que miente en clase, el oficinista de happy hour que denigra a su institución, todos son creyentes. Que su fe sea de pacotilla, es otro tema.
Lo que está en juego en Chile es que pueda llegar a haber un solo tipo de creyentes autorizados: los agnósticos discriminadores y portadores de rotundas convicciones.

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