El juez inicuo




Presbítero Patricio Astorquiza Fabry
Diario El Mercurio, domingo 20 de octubre de 2013

El capítulo 18 de San Lucas, citado en el Evangelio de hoy, contiene la parábola del juez inicuo, que no hace justicia a una viuda porque le importen Dios, o la justicia, o la misma viuda, sino para que lo dejen de molestar con la insistencia de esta mujer. El texto se inicia con la intención de la parábola: "Les dijo una parábola para mostrar que es necesario orar en todo tiempo y no desfallecer".
No es la primera parábola de Jesús sobre el tema. El mismo San Lucas relata en un capítulo anterior la parábola del amigo que va a pedir tres panes prestados en la mitad de la noche. No se los dan por amistad, sino por importuno. En ese capítulo 11 la conclusión fue: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá".

Nos anima pues Jesús a orar. Él da el ejemplo a sus discípulos. La particularidad en estos dos casos es que se concentran en una sola de las varias formas de oración: la petición. El Catecismo de la Iglesia Católica, siguiendo la tradición, distingue la oración de adoración, de agradecimiento, de desagravio y de petición. Esta última no aparece como la más importante, o la más noble, o la más desinteresada. Pero ocupa un lugar esencial en la relación con Dios, y no sería lógico marginarla como algo imperfecto y superable.

La viuda de la parábola no importuna al juez por su amor a la virtud de la justicia en cuanto tal, o porque desea que se haga justicia a otras personas. Su interés parece puramente personal. Desde niños, aprendimos a pedir a Dios primero por necesidades personales, y de ahí quizás llegamos a otras peticiones que nos sacaban de nosotros mismos. Para mejorar, podemos pedir a Jesús que nos enseñe a orar, y Él conducirá nuestras peticiones hacia las prioridades del Padrenuestro.
El juez inicuo es un personaje interesante. Él mismo declara: "Yo no tengo temor a Dios ni respeto a los demás". Es un personaje sacado de la modernidad: sabe que hay Dios pero lo margina; y al marginarlo, se le esfuman también los conceptos morales de deber y de prójimo. Para moverlo a actuar es necesario apelar a sus intereses personales. Es el prototipo del modelo secularizado de ciudadano. Y nos recuerda la falacia de un modelo de progreso construido a espaldas de Dios.
Por último, parece sorprendente que de algún modo se compare a Dios con este juez inicuo. Pero sirve para recordar que muchas veces la gente cesa de rezar porque considera que Dios injustamente no les hace caso. Jesús nos previene contra este peligro, y nos anima a superarlo.

El Evangelio de hoy cierra con una frase inquietante y misteriosa: "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?". Puestos a pedir, pidamos ahora mismo que sí la encuentre.

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