por Rafael GumucioDiario El Mercurio, Domingo 20 de octubre de 2013http://www.elmercurio.com/blogs/2013/10/20/16245/El-arte-de-no-saber.aspx"En eso consiste el arte de ser periodista, en la capacidad, pero también en el placer, pero también en la ciencia de hacer preguntas por el placer mismo, por la obligación también de hacer preguntas..." Rafael GumucioVivo rodeado de periodistas. Esto es especialmente cierto en este preciso momento en que asisto en Ciudad de Panamá a un congreso de informadores de toda Hispanoamérica. Nunca pensé que sería uno de ellos. En mi adolescencia recuerdo haber hojeado la fenecida revista APSI porque traía cuentos y notas de escritores que resultaron luego ser mis amigos cuando por una serie de azares trabajé yo también ahí. Pablo Azócar y Francisco Mouat, que tuvieron la idea de que presentara ahí mis cosas, encontraban graciosas las cosas que decía a la salida del taller literario al que asistíamos. En otra redacción, la del también fenecido diario Metropolitano, Javier Ortega me llamaba en tono burlón “el artista”. Ni ahí, ni en ninguno de los más de diez medios en que he colaborado, nadie esperó que fuese objetivo, ni que trajera a la redacción un golpe. El periodismo fue siempre para mí una excursión mientras llegaba el libro que me haría famoso y rico. El libro no llegó, y sospecho que de llegar no cambiaría en nada mi forma dispersa y desordenada de escribir a cuatro bandas, evitando como un esquiador que zigzaguea entre las banderillas, tratando de no romperme la cara cada semana. Antes de escribir una sola línea en ningún periódico era periodista. Lo seré con toda seguridad aun muerto y enterrado. Periodista más allá de donde practique o no el oficio, periodista en la manera de ver o de pensar en el mundo como una posibilidad infinita de hacer preguntas que importan muchos más que las respuestas. Porque en eso consiste justamente el arte de ser periodista, en la capacidad, pero también en el placer, pero también en la ciencia de hacer preguntas por el placer mismo, por la obligación también de hacer preguntas. De hacer preguntas para saber cosas que no se saben, pero sobre todo para llevar a mayor y mejor intensidad el arte de no saber. Porque eso es un periodista, alguien que sabe no saber. Los periodistas, los buenos y los malos, sabemos mucho menos que los ingenieros, sociólogos, abogados, empresarios, borrachos de la esquina que entrevistamos. Se reconoce un mal periodista en su intento de demostrar que sabe más que sus entrevistados. Sabemos, sin embargo, algo que los especialistas no saben: sabemos no saber. Somos expertos en ese universo infinito, el de las cosas que no sabemos. Que no sabemos pero no ignoramos, porque ignorar es lo contrario de no saber, porque ignorar es darle la espalda al no saber, es decidir que lo que no se sabe no importa. El periodista decide, por el contrario, qué cosas de lo que no sabe sí importan. Logra esa extraña magia de evaluar, de señalar, de juzgar qué cosa de las que no sabe importan más y cuáles menos. A los periodistas no nos angustia una página o un rostro inescrutable, sino que nos excita. Una mezcla de instinto y técnica nos permite pasar en pocos minutos de debutante a posgraduado. Como Sócrates, el primer periodista de la historia, sabemos que no sabemos, sabemos todo lo que el que cree saber no sabe, podemos a partir de ahí quitarles cualquier pedestal y obligarles a explicarse a premios Nobel, presidentes y asesinos en serie. Como Sócrates, nos gusta borrar las huellas de nuestro paso, publicamos para que lo que escribimos se olvide, lo mejor de nuestro trabajo nace para perderse, a no ser que un Platón por ahí lo anote y deforme a su antojo. Como Sócrates, somos parteras estériles que no engendran nada que no esté por otros fecundado. Nuestras ideas no son propias, no inventamos nada, pero sí cortamos cordones umbilicales y ponemos nombre a creaturas recién nacidas. Como Sócrates, sin embargo, no nos limitamos en ayudar a nacer ideas, palabras, personajes, sino que hacemos de alcahuete para que de las parejas que armamos nazcan niños mejores. Como Sócrates, hacemos que la gente diga cosas que no quiere decir. Como a Sócrates, de tarde en tarde, nos conminan gentilmente o no a tomar por eso alguna cicuta. Como pasa con los políticos, todo lo malo que se dice de los periodistas resulta casi siempre cierto. Cualquiera puede a grandes rasgos ser periodista, como cualquiera puede ser diputado o senador. En el caso del político, basta dar las respuestas que todos quieren escuchar. En el caso del periodista, hay que hacer las preguntas que quieren hacer. El talento en ambos casos resulta en responder lo que todavía nadie pregunta y en preguntar lo que nadie aún sabe que no sabe. Porque como en una casa deshabitada hay más valentía de la que se puede imaginar en el que abre puertas clausuradas y descubre habitaciones que no estaban en el plano de la casa, que en el que luego decora y pinta ese espacio descubierto. Saber lo que no sabemos, separar del mar de la ignorancia islas y archipiélagos de datos y nombres, necesita una cuota de inconsciencia y rigor, cartógrafo y marino borracho, que es fácil encontrar en los mejores ejemplares de la especie. Los periodistas, dice el proverbio, manejan un mar de conocimiento de un centímetro de profundidad. Ese centímetro de profundidad es el mismo de la piel humana. Es esa quizás la materia de estudio de todo periodista, la piel del otro que es también la nuestra.
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