Contra el perfeccionismo


por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 11 de Octubre de 2013
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2013/10/11/contra-el-perfeccionismo.asp
No podremos conseguir la justicia perfecta, ni la perfección literaria absoluta, ni posiciones químicamente puras en política. Estamos obligados a admitir errores, matices, limitaciones de todo orden. Si no lo hacemos así, cometemos injusticias por otro lado. Soy partidario de la justicia, de la verdad, de la defensa de la naturaleza, pero siempre que domine una visión equilibrada, un sentido de lo posible, una sobriedad inteligente. De lo contrario, corremos el riesgo de entrar en una nueva guerra, en fanatismos que no habíamos calculado.
Una misiva anónima me da un plazo de nueve días para que ponga punto final a la contaminación de los ríos del norte de Chile, fenómeno que deja a poblaciones humildes sin agua potable. A mí me parece que la agresividad violenta, las amenazas verbales, los ataques desaforados, las caras furiosas, que echan espuma, son formas de incultura, incluso de barbarie. La inteligencia crítica, la mesura, el humor en cualquiera de sus formas, suelen ser desdeñados, despreciados, descalificados. Son ataques a nuestra libertad, a nuestra capacidad de juicio independiente. Pues bien, no transijo. No doy respuestas obligadas. Puede que tenga una remota responsabilidad en la contaminación de las aguas del río Loa, aunque me cuesta vislumbrarla, pero mi primera reacción consiste en un deseo de ir hasta esos parajes, de mirar esas aguas desde la orilla. Y de ver, de explorar, de conversar con gente. ¿Reacciones culpables, condenables? No entro en esos juegos, en pesquisas enfermizas, en divagaciones de farsantes. Pero me gustaría que las autoridades correspondientes se preocupen de la pureza de las aguas de los ríos, de los canales, de las acequias, de los lagos, las pozas, los pozos. No será fácil hacer todo. Habrá que desconfiar, en estas complicadas situaciones, delperfeccionismo.
Entre el perfeccionismo, por un lado, y la historia, las realidades humanas, el crecimiento de los pueblos y ciudades, por el otro, hay un divorcio evidente, un conflicto inevitable: cómo actuar sin equivocarse, cómo alcanzar la perfección en materia de limpieza de las aguas, delaire, de la tierra, de los alimentos. La aspiración final, más allá de las ideologías, es mejorar al máximo la calidad de vida de los seres humanos. Pero la expresión “al máximo” ya indica que no se puede alcanzar en un ciento por ciento. Lo máximo humano es incierto, limitado. Si agregamos a esto actitudes autoritarias, fascistas, integristas, vamos mal.
Paso por Madrid, leo la prensa española, y encuentro que el momento español, en algunos aspectos, es curiosamente parecido al de Chile en los días de la detención en Londres del general Pinochet. A ningún país le gusta ser juzgado desde fuera, por tribunales extranjeros. Eso equivale a dejar a un país “en la situación de una tribu” y “a todos sus ciudadanos en riesgo de ser procesados” por otros, sostiene un jurista argentino. Lo que ocurre es que una conocida juez argentina, la señora María Servini de Cubría, ha pedido a los tribunales españoles la extradición, a fin de interrogarlos en Argentina, de cuatro funcionarios de seguridad acusados de practicar torturas durante el franquismo. No se trata de acusados de los años lejanos de la guerra civil: se trata de actos inhumanos cometidos en los últimos tiempos de Franco, en vísperas de noviembre de 1975.En el caso del franquismo, el tema tiene importantes diferencias con los de Argentina y Chile, aparte de impresionantes semejanzas. Yo viví la transición española en España, en Barcelona, para ser preciso, y la he contado en parte. Un libro de crónicas mías sobre el tema no pudo llegar hasta Chile, entre los enredos de la distancia y de las diferentes censuras: “Desde la cola deldragón”.
La diferencia del caso español con el nuestro tiene aristas evidentes: ahí hubo una guerra civil sangrienta, prolongada, con centenares de miles de víctimas por ambos lados. Entre nosotros se dio algo que se podría llamar guerra civil larvada, con aspectos más oscuros, más sórdidos, que los de una guerra abierta. A pesar de lo cual, prefiero una guerra que no alcanzó a ser guerra, con todo el horror y la destrucción que esto último habría significado.
El otro aspecto importante, decisivo, es que España, después de la muerte del dictador, con un parlamento de elección popular, democrática, se dio en 1977 una amplia ley de amnistía. Nosotros enChile también tuvimos una ley de amnistía, pero sin cumplir un proceso legislativo normal, lo cual implica un nivel de legitimidad inferior.
¿Podemos aspirar, sin embargo, a la perfección absoluta de la justicia? La pregunta parece muy fácil de responder, y conozco las respuestas fáciles. Casi podría sostener que las escucho mientras escribo estas líneas. Durante mucho tiempo, sin embargo, seguí de cerca los episodios de la transición española y muchas veces lo hice con admiración, con respeto, con afecto.
Me permito citar, para conocimiento de los lectores chilenos, una frase de un conocido jefe sindical y militante comunista español de aquellos años, Marcelino Camacho. “La amnistía, escribía Camacho, es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y cruzadas”. Las palabras suenan con fuerza, sobre todo cuando nos hablan de guerras civiles y “cruzadas”. Había un factor religioso, de rescate del Santo Sepulcro y del brazo de Santa Teresa, en la aventura franquista. Es decir, por ambos lados, elementos emocionales insuperables.
El que no entiende la historia, el que no la siente en su ritmo, en sus misterios, sigue vociferando hasta el final de su vida, para desgracia de todos nosotros. 

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