por Cecilia Cifuentes, Libertad y Desarrollo
Diario La Segunda, Miércoles 04 de Septiembre de 2013
Esta reflexión se inicia a partir de que
Libertad y Desarrollo fue erróneamente citado
por Guillermo Larraín en una de sus últimas columnas.
Reconocido el error y disculpado,
es más relevante analizar el fondo,
la política fiscal de los últimos dos gobiernos,
tratando de no ser reiterativa en un tema
que debe ya tener algo aburridos a los lectores.
¿Cuál fue el deterioro del resultado fiscal en el gobierno anterior?
Si se mira el balance estructural,
éste pasa de un superávit
de 1,1% del PIB en 2005
a un déficit de 3% en 2009,
un deterioro de 4,1 puntos del PIB
en términos tendenciales.
Aceptando el argumento
de que de 1,2 puntos se explican
por reducciones transitorias de impuestos,
se tiene un deterioro corregido
por este efecto de 2,9% del PIB.
Lo importante es que este deterioro
NO puede explicarse por la crisis del 2009,
por cuanto la mayor parte se generó entre 2005 y 2008,
antes del fuerte estímulo fiscal de 2009.
En 2008 el déficit estructural fue de 0,8% del PIB,
lo que comparado con un superávit de 1,1% en 2005,
lleva a un deterioro del resultado de 1,9% del PIB.
Es decir, con una holgura del cobre espectacular
y sin crisis de por medio, en el gobierno anterior
se produjo un menoscabo importante del resultado fiscal.
El problema efectivamente se acentuó en 2009,
producto de la política anticíclica,
aspecto sobre el que volveré más adelante.
Entonces corregido por el efecto
de las reducciones transitorias de impuesto,
el gobierno actual heredó un déficit de 1,8% del PIB,
que con terremoto de por medio
y con una menor holgura del cobre,
se reduciría a 1,2% del PIB.
No estamos frente a una mejoría significativa,
pero es curioso que quienes, sin crisis,
generaron un deterioro de 1,9% del PIB,
critiquen por falta de responsabilidad fiscal
a quienes lograron una mejoría de 0,6% del PIB.
Más llamativo aun es el hecho
de que las críticas provengan
de un sector que en los últimos cuatro años
cada vez que el actual gobierno
presentaba un programa de gasto
con un esquema de subsidiariedad,
era criticado por la oposición como “letra chica”
por no hacerse extensivo a gran parte de la población.
En definitiva, aquellos
que directa o indirectamente
participaron del gobierno anterior
tienen un enorme “tejado de vidrio”
para criticar a la actual administración
por su manejo fiscal.
La política fiscal del 2009 es un tema en sí mismo.
El aumento del gasto de 17% real
en un escenario externo
en que subían los términos de intercambio
y bajaban las tasas de interés
no tiene una justificación económica clara.
Más cuando esta política se realiza
en un contexto de flexibilidad cambiaria,
ya que en esa situación el efecto macro de la política
se diluye producto de la caída del tipo de cambio,
quedándose reducida a un impacto principalmente redistributivo,
mayor consumo privado y de gobierno y menores exportaciones netas.
De hecho, en 2009 el tipo de cambio
cayó en $.130 entre enero y diciembre.
Lo que sí es evidente
es que este gigantesco estímulo fiscal
era muy conveniente en un año electoral,
permitiendo que la del gobierno
subiera de niveles de 50% a fines de 2008
a más de 80% a fines de 2009.
El gobierno anterior
no había sido muy popular
durante gran parte de su gestión,
con el porcentaje de apoyo
fluctuando entre 35% y 55% entre 2006 y 2008,
y fue luego de la fuerte expansión fiscal
que la popularidad se disparó.
El costo de esta política
lo seguiremos pagando por mucho tiempo,
y no sólo en términos financieros puramente tales,
sino también porque ese año se inició con fuerza
el camino hacia un Estado “Viejo Pascuero”,
cuya función principal sería repartir recursos
a un porcentaje cada vez mayor de la población.
Con la excusa de la crisis,
se repartieron bonos y subsidios por doquier,
lo que puede haber aminorado la caída del consumo privado,
pero generando al mismo tiempo en la población
la percepción de que de alguna forma
estos beneficios constituyen derechos adquiridos,
de muy difícil eliminación posterior.
Si bien se logró con la política
un aumento significativo de popularidad,
los mismos beneficios
ya no logran un efecto equivalente,
lo que lleva a que los programas presidenciales
se conviertan en una especie de “quién da más”.
Es bastante evidente ese fenómeno en la campaña actual,
en la cual ningún candidato se atreve a decir
que no se pueden seguir incrementando
las regalías ad eternum, especialmente
ahora que se acaba la gallinita de los huevos de cobre.
En definitiva, la política anticíclica de 2009
no es atenuante para el manejo fiscal
de la administración anterior, es una agravante,
no sólo porque fue poco efectiva en términos macroeconómicos,
sino también por ser un primer gran paso hacia esquemas fiscales
que son la tragedia de los países desarrollados actualmente.
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