La visión de la lectura del 11 de septiembre de 1973 y su lectura para el futuro de Carolina Tohá‏


Cartas
A pesar de que se supone que todos "escaparon" para Fiestas Patrias,
esta carta de la alcadesa de Santiago generó más de 300 comentarios en el blog respectivo


Diario El Mercurio, Martes 17 de septiembre de 2013

11 de septiembre

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A partir del 11 de septiembre de 1973, Chile se transformó en un país donde las reglas de la convivencia, del derecho y de la República fueron borradas. Perdió sus referencias, sus coordenadas, su identidad. Mientras más nos alejamos de esa mañana del 11 de septiembre, más nos damos cuenta de lo profundo y radical que fue el quiebre de nuestra nación.

El camino de la justicia ha sido lento, difícil, tardío. Pero ha tenido avances categóricos. Hoy existe una verdad judicial que establece de manera irrefutable que en Chile el Estado se organizó para violar sistemáticamente los derechos humanos.

La deuda más dolorosa sigue siendo la realidad de los detenidos desaparecidos. Esas historias truncas en que el duelo no termina porque la verdad sigue a medias. En este marco, la declaración del Pleno de la Corte Suprema reconociendo sus responsabilidades institucionales en la desprotección de las víctimas de violaciones a los derechos humanos es un avance mayor para curar heridas y recuperar la salud de nuestras instituciones.

Sin embargo, lo que sucedió en Chile no se sana solo con acciones de la Justicia. De hecho, lo que ha aflorado en este aniversario es mucho más amplio y nos plantea una interpelación a nuestra identidad moral como país, a la forma en que hemos construido nuestra memoria a partir del golpe de Estado y de la dictadura que lo siguió. Este aniversario nos encuentra con un país dispuesto a mirar su pasado de frente. Este no es un aniversario más. Lo significativo es que después de 40 años, Chile parece estar más dispuesto a recordar que antes. El paso del tiempo, en este caso, ha ido despejando la memoria, no adormeciéndola.

Los actores del 73 están cada vez más ausentes, pero los chilenos de hoy se han vuelto los nuevos protagonistas. La historia del Golpe, tan lejana en el tiempo, es recordada no solo para hablar del pasado, sino para entender el presente y mirar hacia el futuro. Esos nuevos protagonistas no quieren ver desde un vidrio empañado, y reclaman por la forma en que nuestro país esquivó durante tanto tiempo un debate con altura de miras. La memoria, que fue vista en un tiempo como un peligro, se ha transformado en una necesidad.

No recordar, no aprender de nuestra historia es una amenaza para nuestro presente y para nuestro futuro. No vamos a ser esclavos del pasado por recordarlo y reflexionar sobre él, vamos a ser sus esclavos si no lo asumimos y no entendemos lo que nos pasó. Hay y seguirá habiendo visiones distintas del contexto en el cual el golpe de Estado se generó. Lo que no es sano es que ese debate sobre el contexto siga siendo un debate sobre la justificación del golpe de Estado. El "Nunca Más" será un patrimonio de la memoria cuando todos los actores relevantes de nuestra vida pública concuerden en que este no se justificaba bajo ningún término y que fue el resultado de la acción de quienes lo perpetraron y de quienes lo apoyaron.

Quienes hicieron el golpe de Estado y quienes lo respaldaron tienen responsabilidades que no son extensibles a los demás, ni justificables por las circunstancias de la época. Son responsabilidades que no terminan en lo penal y son, antes que nada, morales e históricas. Y estas últimas son colectivas, trascienden a los actores individuales y a su generación e interpelan a las instituciones, a las entidades políticas y, especialmente, a los relatos sobre nuestra memoria.

No se trata de indicar con el dedo para cobrar cuentas o infligir costos políticos. Se trata de una necesidad de avanzar, de construir una lectura compartida, de reemplazar las recriminaciones por un mensaje de responsabilidad y aprendizaje a partir de lo vivido. Eso se merecen las nuevas generaciones de chilenos.

Nuestra transición a la democracia fue celebrada por pacífica, por ordenada y prudente. Esos logros tuvieron un precio, que fue la ausencia de deliberación democrática sobre las instituciones heredadas de la dictadura, después que esta implementara un programa de reformas radical que cambió las bases de la sociedad chilena. Esa discusión se postergó y se rehuyó, pero finalmente se impuso. Ese es el Chile de hoy. Un Chile que atesora todos sus avances, pero no está dispuesto a vivir disciplinado por el trauma ni acorralado por reglas impuestas en un contexto autoritario. Chile tiene derecho a discutir esa herencia, y madurez para revisarla y modificarla.

No necesitamos borrar la historia ni evitar que deje huellas; necesitamos aprender de ella para transformarla en un recurso de sabiduría y de humanidad para nuestros dilemas de hoy y, especialmente, para forjar un futuro libre de los traumas y las deudas que ese 11 de septiembre de hace 40 años nos dejó.

Chile ha hecho un gran ejercicio de memoria en estos días: mirar el pasado, asumir su dolor, sin miedo, para ir dejando de lado eufemismos y medias verdades, para que el futuro vuele alto y sea construido por todos los chilenos con la fuerza de un país que aprendió de su historia.

Carolina Tohá
Alcaldesa de Santiago

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