Los sonidos de la caverna

Los sonidos de la caverna

Hace 50 años, cuando los Beatles tocaban por última vez en The Cavern Club de Liverpool, el académico del MIT Amar Bose soñaba con crear sistemas que reprodujeran el sonido de una sala de conciertos. Gracias a él, quien murió el mes pasado, podemos revivir la experiencia acústica de The Cavern en casa.
© Hernán Kirsten
Amar Bose sabía que en un concierto la mayoría del sonido que escuchamos no viene directamente desde la fuente, sino que indirectamente de las reflexiones en las paredes y el techo. Si los parlantes hicieran lo mismo, dirigiendo parte del sonido hacia las paredes, se lograría un efecto similar.

Bose contó en una entrevista a Popular Science en 2004 que muchas veces arriesgó la compañía por seguir una idea.  Su motivación era la curiosidad y la búsqueda de territorios inexplorados en la industria: “Habría sido despedido cien veces de una compañía liderada por un MBA”.

Al igual que mañana, el 3 de agosto de 1963 fue sábado. Pero ese sábado, hace exactamente 50 años, fue excepcional: fue la última presentación de los Beatles en el mítico The Cavern Club en Liverpool. Ya no se trataba de la actuación de una desconocida banda de la casa. Se trataba de una que tenía ya, casi por cinco meses, su álbum debut en el número uno de las listas británicas. Please please me fue publicado en marzo. Se grabó en un solo día en los estudios de Abbey Road en Londres. La idea del productor, George Martin, era hacer un disco en vivo, capaz de reproducir el extraordinario  ambiente que él mismo vivió al presenciar a la banda en directo. Pero los problemas técnicos de grabar en The Cavern lo hicieron desechar la idea y hacer la grabación en vivo en el estudio. De acuerdo al biógrafo de los Beatles Jonathan Gould, Martin habría renunciado a hacer la grabación en un espacio que tenía “la acústica de un tanque de aceite”. 
Y claro, hoy es difícil pensar en una buena acústica tratándose de un lugar alargado y estrecho, con paredes de rígidos ladrillos y techo curvo. Los que estuvieron allí cuentan que la humedad proveniente de los cuerpos sudorosos de los fans se condensaba en los ladrillos, desde donde caía el agua mojando todo el lugar. La experiencia de cantar en The Cavern no debe haber sido muy distinta que la de hacerlo en la ducha. En grupo. 

BAÑO SONORO
El problema de conseguir una buena acústica para una sala de conciertos es antiguo y complejo. A pesar de que la física involucrada es hoy bien conocida, existen compromisos que el diseño de una buena sala de conciertos siempre debe conceder. Primero, las características acústicas ideales para una banda de rock, un concierto de cámara o una obra de teatro son muy distintas. Hoy en día, por razones económicas,  la versatilidad de la sala es importante. Por otra parte, muchas veces la belleza, la comodidad del lugar u otras necesidades deben competir con la calidad del sonido que pueda producir.  
El sonido es una onda. Y al encontrarse con un obstáculo, varios fenómenos pueden ocurrir. Para lo que sigue, hay dos que nos interesan. En primer término, puede reflejarse. La experiencia más nítida de esto es el eco que experimentamos al estar cerca de algún obstáculo voluminoso y rígido, como una montaña. Si el objeto está a más de 10 metros de distancia, el retraso entre la onda que llega al oído directamente y aquella que rebota en el obstáculo será suficientemente grande como para que el oído discrimine las dos señales como distintas.
Si, en cambio, estamos cerca de los obstáculos, como cuando cantamos dentro de la ducha, rodeados de paredes cercanas y rígidas, las reflexiones ocurren en todas las paredes, y pueden rebotar varias veces antes de llegar a nuestros oídos. Las ondas llegan de todos lados y en tiempos distintos, pero cercanos. No somos capaces de discriminar cada una, como en el caso del eco. Lo que percibimos, en cambio, es lo que llamamos reverberación. El sonido no se apaga de inmediato, sino que queda encendido por algunos segundos, apagándose poco a poco, aun cuando la fuente de sonido ya está callada. En la ducha, esto provoca que el sonido se difumine un poco, borrando en parte las imperfecciones vocales de ese mal cantante que se siente una estrella bajo el agua. 
La reflexión del sonido es similar a la que la luz, otra onda, experimenta en un espejo. Podemos, por analogía, imaginar un enorme y lejano espejo que hace que veamos dos tambores: uno al lado nuestro, el otro reflejado frente a nosotros. Cuando tocamos el tambor, el sonido parece venir de ambos, claro que uno, el lejano, con el retraso que la distancia impone. Las ondas de luz son tan rápidas que no podremos percibir el retraso en las dos imágenes. Ahora llevemos la analogía más lejos, imaginando que estamos en la ducha y que todas las paredes del baño son espejos. Veremos una enorme cantidad de imágenes de nosotros mismos. Cuando cantamos, sentimos que todas esas imágenes cantan. Un gran coro de clones cantando con retrasos indetectables. Note que ni los espejos ni las paredes rígidas son totalmente reflectantes. Algo se pierde en cada reflexión, de lo contrario el sonido no se apagaría nunca. 

EN CLAVE ACÚSTICA
En segundo lugar, el sonido puede absorberse. Es lo que ocurre en una alfombra, en una cortina, en la nieve o en la superficie de las cajas de huevos con que algunos tapizan paredes para aislar acústicamente una habitación. Una habitación de paredes absorbentes no puede, por lo tanto, provocar ni ecos ni reverberaciones. Una buena sala de concierto requiere de una dosis de reverberación. Mucha no es buena para el teatro o para conferencias, pues el hecho que el sonido de cada palabra quede suspendido por un tiempo puede reducir la inteligibilidad del discurso. 
Para la música es buena una pequeña dosis de reverberación. Le da una calidez y profundidad que son bienvenidas. Especialmente en el caso de la música clásica, que usualmente no es amplificada. En un concierto de rock, en donde el sonido es mucho más intenso y proveniente de sistemas de  amplificación electrónica, la reverberación es menos bienvenida (pruebe con su guitarra eléctrica tocando a fuerte volumen en el baño).  
Pero hay otro fenómeno importante a considerar en las salas de concierto. No todos escuchan lo mismo, y se debe maximizar una buena experiencia en todas las butacas y por parte de los músicos. El arte de disponer de micrófonos en un lugar que no ha sido construido con esos fines no es trivial. En lugares con paredes curvas, como el techo de The Cavern, las cosas pueden ser peores. Basta imaginarnos un espejo parabólico. Éstos  concentran la luz del sol en un punto y alcanzan temperaturas en que podemos cocinar, por lo que con ellos se fabrican  “hornos solares”. Las superficies curvas pueden tener un efecto similar con el sonido, provocando zonas de irregular amplitud y reverberación en la sala. En ocasiones, claro está, cuando están diseñadas con un fin particular, la curvatura puede ser también de utilidad acústica. The Cavern Club, con sus paredes rígidas y espacios estrechos, y con la curvatura de su techo  no parecía el lugar indicado para una grabación de bajo presupuesto. Además, había que proteger los equipos de la lluvia de sudor que caía desde sus ladrillos.

QUIERO BAILAR CON BOSE
Puede que haya sido en el mismo instante en que Paul McCartney gritaba one, two,three, four! comenzando el show con la apertura  tradicional, “I saw her standing there”. Pero con seguridad no fue mucho antes o mucho  después cuando el ingeniero del MIT Amar Bose tuvo su primera gran idea. Una idea fundacional que lo empujó a fundar Bose Corporation un año más tarde. Los parlantes debían irradiar el sonido a las paredes de la habitación. Tan simple como eso. Él sabía que en un concierto en vivo la mayoría del sonido que escuchamos no viene directamente desde la fuente, sino que indirectamente de las reflexiones en las paredes y el techo. Si los parlantes tuviesen una geometría que los hiciera radiar no sólo en forma directa, sino que además hacia las paredes, la experiencia sonora sería mucho más similar a la de una sala de conciertos. 
Así, después de una serie de productos no tan exitosos, Bose dio en el clavo con su proyecto estrella: el parlante Bose 901, que con su forma pentagonal y sus 9 altavoces hace rebotar la mayor parte del sonido en las paredes. El modelo fue un  éxito. Un Please please me para Amar Bose. De allí en adelante la compañía tuvo un ascenso explosivo, llevando a su fundador a estar entre los 300 hombres más ricos del mundo. 
La estrategia de Bose fue siempre una gran inversión en investigación básica. Particularmente en el área de la psicoacústica: el estudio de la percepción del sonido por el cerebro. La empresa es responsable de invenciones tan variadas  como los audífonos que cancelan el ruido exterior hasta sistemas de suspensión para automóviles.  Bose contó en una entrevista a Popular Science en 2004 que muchas veces arriesgó la compañía por seguir una idea.  Su motivación era la curiosidad y la búsqueda de territorios inexplorados en la industria: “Habría sido despedido cien veces de una compañía liderada por un MBA. Jamás entré en los negocios para hacer dinero. Lo hice para hacer cosas interesantes que nunca antes habían sido logradas”, dijo. 
El slogan de Bose Corporation es un fiel reflejo del espíritu de su fundador: “Mejor sonido a través de la investigación” (better sound through research). La investigación es la clave. Movida por la curiosidad, por pasión a lo nuevo e inexplorado, es una constante, presente en casi todas las innovaciones revolucionarias. Ese juego intelectual que se debe practicar sobre hombros de gigantes. Sean los hombros de Newton, de Einstein de Little Richard, el resultado suele ser mágico. 
Es algo que probablemente  presenciaron los 500 afortunados en ese concierto hace 50 años en The Cavern Club.  O los estudiantes de Amar Bose, cuando lo escuchaban en sus famosas clases del MIT hablar de sus investigaciones en psicoacústica o sus conversaciones con Norbert Wiener, afamado matemático, y supervisor de su tesis de doctorado.  

Las grandes innovaciones, las grandes teorías, las grandes canciones tienen una raíz y un desenlace común. Uno que experimento hoy, celebrando desde mi sofá el medio siglo de Please please me. Y gracias a Bose y a 50 años de investigación en sistemas de alta fidelidad, puedo cerrar los ojos, entrar a The Cavern Club y ver a un deslumbrado Brian Epstein, primero en darse cuenta que una gran innovación estaba por estallar.

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