Puertas adentro
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La primera hebra narrativa corresponde a la historia de los padres del realizador y está apoyada en unas pocas fotos y en los datos familiares que él mismo va entregando en off. Por el otro carril corren las historias de quienes tocan a la puerta de su casa, en la comuna de Providencia. El juego en esta parte consiste en que Agüero va a ver a su casa a todos quienes llegaron a la suya. Ahí el documental incorpora una cierta lógica de azar y se abre a verdades y testimonios imprevisibles. En los mejores tramos, Agüero conversa con un mendigo que estuvo preso por un tiempo, con una barrendera del barrio que es madre de una niñita que vive con su papá y -casi por casualidad- registra la mirada inquisitiva y sospechosa sobre su cámara de dos niñitos que en una población de Santiago no entienden mucho qué diablos está ocurriendo. También hay otros testimonios, aunque no tienen la misma fuerza: está el del cartelero, el de un amigo que anda arreglando un repuesto de su auto, el de una chica de Valparaíso que estudió cine y que quiere convertirse en directora de arte.
Aunque correspondan a la parte más vistosa y lúdica de la realización, es dudoso, sin embargo, que estos testimonios sean el núcleo duro de la cinta. El otro día es una película muy intimista, muy “emo”, muy para adentro. Toda la experiencia tiene algo de rescate y catarsis. Agüero quiere saber de dónde viene y quién es o ha llegado a ser. Por eso apela a su memoria y a sus ancestros. Por eso filma con una notable obstinación los espacios de su casa, seguramente intuyendo que esos rincones, esos detalles, esos libros y cachivaches de su lugar de trabajo, esos pájaros y ese gato sosegado y ceremonioso que circula por su jardín, dicen bastante más de sí de lo que él mismo sería capaz de expresar con palabras.
Los puntos más altos de El otro día se juegan en casa. Cuando la película sale al exterior hay algo en la temperatura emocional que se enfría y algo en el trazo de las imágenes que se vuelve más tosco. Está bien: todos los testimonios sociales hablan de gente con muchas privaciones, de un Chile de grandes adversidades y de un país que anda apenas, con suerte, al tres y al cuatro. Pero nada de esto cala muy hondo. Es más: si es por rigor narrativo, este material no deja de estar expuesto a los reparos de sesgo que se le puedan formular. Agüero les sigue la pista a los pobres, no a gente de su propio mundo. De hecho a su casa llegan familiares y esas visitas, por pudor, porque quizás no son parte del juego, no están correspondidas.
El aspecto más provocativo con el que esta cinta se mide, en todo caso, no va por ahí. Va más bien por lo que tiene de rareza y -vaya contradicción- por lo que tiene de tendencia. Quién lo hubiera dicho: mientras la industria fílmica más se acerca al videojuego y más se recluye en los blockbusters, hay toda una producción subterránea que lleva las fronteras del cine intimista más lejos que nunca. Y vaya que han cambiado las cosas para que el cine documental -la principal arma del séptimo arte para conectarse con la realidad- esté convirtiéndose hoy en una puerta a la interioridad y a zonas muy ocultas de la vida emocional.
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