Lo que viene: sensatez y sentimiento


por Héctor Soto   Jul. 27 , 2013


Termina la teleserie  presidencial en la Alianza. Queda todavía, a ambos lados del espectro, el capítulo relativo a las plantillas parlamentarias. Pero cualquiera sea el desenlace de este proceso en la centroderecha, está visto que no tendrá el vértigo pulverizador que tuvo la caída de Golborne, la derrota de Allamand o la renuncia de Longueira. Dentro de todo, sea porque La Moneda apuró las cosas o porque los tiempos de Allamand habían pasado de manera irreversible, a la Alianza le tomó solamente una semana recomponerse detrás de la figura de Evelyn Matthei. Es poco y el reordenamiento tuvo lugar ante el peor cúmulo de pronósticos, malos deseos y vibras tóxicas que haya visto la política chilena en cosa de décadas. Habría que ser ciego y sordo para no reconocer que hubo presiones y berrinches, bajezas y amenazas, oportunismos y deslealtades. Pero para cualquier coalición una semana como test de unidad no es tan malo. 

Le corresponderá ahora a Evelyn Matthei retomar la campaña donde Longueira la dejó, prácticamente la noche de la victoria en las primarias. Todo de nuevo. Incluso las movidas que el candidato había hecho en el tablero parlamentario de la UDI están siendo revisadas en función, al parecer, de las debilidades y ventanas de oportunidad detectadas en los últimos días. Qué duda cabe que saldrán nuevos heridos de la recomposición de la plantilla parlamentaria. Pero nada de esto podría justificar seguir dilatando entrar a los temas de fondo de la campaña.


Ejercicios programáticos


Michelle Bachelet ya ha planteado los suyos: reforma tributaria, educación gratis y marco constitucional. Se supone que la derecha algo tiene que decir en estos ámbitos -está claro que ninguno de los tres temas le gusta mucho- y algo a su vez tendrá que plantear al país para los cuatro años que vienen.


Siendo muy importantes, lo más probable sin embargo es que no van a ser estos ejercicios programáticos el factor decisivo de esta elección. El hecho de que la Alianza en definitiva haya optado por una mujer redefine en alguna medida la arena sobre la cual los chilenos van a decidir en noviembre próximo. No porque las mujeres sean insensibles a las definiciones programáticas, sino porque el liderazgo de ellas está hecho de una pasta cualitativamente distinta a la del liderazgo masculino. Las mujeres son más prácticas y emocionales. También son más acogedoras y sensatas.

No está todavía claro el registro de campaña que usará Evelyn Matthei. Como parlamentaria, como figura política que tuvo que sobrevivir en un contexto de protagonismos masculinos muy adversos, e incluso como ministra, Matthei ha sido hasta una mujer peleadora y muy frontal. La duda es si lo va a seguir siendo porque está claro que -con el viento en contra que actualmente sopla- esa estrategia, esa belicosidad, no la llevaría muy lejos. Se diría más bien que lo que necesita el sector ahora es todo lo contrario: es serenidad y confianza, es capacidad de acoger, es sensibilidad para empatizar tanto con los problemas de la gente como con la gente en problemas, es voluntad de escuchar, es buena fe y disposición a conversar de los temas en serio.

Así las cosas, es difícil que la próxima elección se vaya a jugar en la pista de los manuales del pensamiento ortodoxo. Todo hace pensar que eso no lo va a hacer Bachelet y que tampoco lo hará Matthei. Ya hay gente muy nerviosa en la Nueva Mayoría luego que el comando de calle Tehualda comenzara a bajar sus apuestas más maximalistas. Y este es el tipo de pragmatismo que más saca de quicio a los doctrinarios, a los puros, a los principistas.


Las trampas del debate

Es más, a muy corto plazo la Nueva Mayoría va a tener en el ámbito de las definiciones constitucionales un conflicto de fondo entre los que ven las cosas desde la asepsia de los laboratorios intelectuales y los que miran la política identificando las cosas que funcionan y las que no. Y puesto que  el marco institucional ha funcionado -no es casualidad que al país le haya ido mejor que nunca en las últimas tres décadas- la discusión será intenta. 

Si hay algo que este año se ha hecho evidente es que el debate en torno a la Constitución del 80 es una trampa. Las mismas razones que ensucian su articulado con el pecado original del régimen militar que la impuso son las que al final la redimen, habida cuenta que fue con esa Constitución y no otra que el general Pinochet fue derrotado. Es complicado en un país de huachos como el nuestro, con amplios sectores que si nos rascan un poco quedamos reducidos a ratones de cola pelada, hablar tanto de legitimidades de origen. Por favor: los peores crímenes de la humanidad se han cometido en nombre de la pureza y no hay fascismo más peligroso que el de quienes ven a los demás como una manga de corruptos, de mestizos o de inconsecuentes. Al margen de estas derivadas, la actual constitución ha tenido por lo demás muchos otros cambios y nadie podría dudar ni por un minuto que pronto vendrán otros tantos.


¿De qué modelos?


Olvídense: la piedra que va a dividir las aguas en la próxima elección presidencial no toca a distintos modelos de sociedad que se le vayan a ofrecer al país. Dejémonos de palanganear con los modelos. Aquí no hay modelo. Hay cosas que funcionan y cosas que no. Hay algunos cambios que hacer por aquí y otros por allá. Pero a partir de lo que existe, de lo que tenemos y de lo que ha dado resultados. Nadie anda pensando en instalar en Chile una nueva Arcadia. Las cosas no están tan mal como para caer tan bajo.


Entre lo que es más rescatable del Chile de los últimos años está el que el país entró a una lógica donde nadie tiene la suerte comprada, nadie sabe el desenlace de las contradicciones en curso y nadie tiene la llave del futuro. Al jugarse por la economía libre, Pinochet ciertamente ignoraba que la nueva clase media engendrada por su administración le iba a dar vuelta la espalda. La Concertación quizás nunca calculó la velocidad que iba a adquirir el carro de la economía en los 90 y si lo hubiera calculado es posible que se hubiese aterrado. Piñera pensó inicialmente que gobernar era un reto fácil y miren los traspiés que se tuvo que pegar. La gente que salió a protestar el 2011 tenía acceso a cosas, a servicios, a estándares de vida, con las cuales ni sus padres ni sus abuelos soñaron y sin embargo consideraban que todavía es mucho lo que el país les debía. Ese es el Chile de verdad. Un país que está dentro de un continuo, de una dinámica impredecible, y que todos los días se sigue haciendo, independientemente de lo que grita la calle, de lo que predicen los futurólogos  o de lo que quieran los políticos.

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