El cuento, la comedia y la tragedia


"¿Constituyen los anuncios de cambios radicales solo el primer acto de una comedia que conducirá, a lo gatopardo, a que todo cambie para que todo siga igual? ¿o se trata en cambio de una tragedia, donde se lanzará al progreso del país por la borda?..."

Jorge Quiroz
En el cuento "El joven Goodman Brown" de Nathaniel Hawthorne, escrito hace ya casi 200 años, el protagonista, un joven de la puritana Nueva Inglaterra, deja a su esposa "Faith" (Fe) en casa y emprende un singular viaje. Se encuentra con otro personaje, aparentemente el propio Lucifer, con quien no obstante Goodman parece tener cierta familiaridad. Al internarse en un bosque, guiado por Lucifer, van apareciendo muchos habitantes del pueblo, todos supuestamente respetables -autoridades religiosas y políticas, devotas mujeres y hombres de familia-, quienes en definitiva resultan tener pacto con el diablo, participando masivamente en una misa negra. El punto culminante del relato ocurre cuando Goodman ve dentro del grupo incluso a su adorada Fe. Termina el cuento con Goodman solo al amanecer, sin saber si lo que ha visto es cierto o un mero sueño; si las personas a quienes respeta y quiere son efectivamente de valía o bien un completo engaño; si su pueblo es el que parece ser, o bien el que le develó la noche. Atormentado por la duda, que linda en paranoia, vive infeliz el resto de sus días, inmerso en un medio del que desconfía.

Recordé este relato, porque me sugiere más de una similitud con los acontecimientos que vive hoy nuestro país. En efecto, a pesar del evidente bienestar que le ha traído el capitalismo a Chile -nunca fue tan baja la pobreza, ni tanto el acceso a bienes, ni tan altos los salarios, ni tanta la libertad-, nadie parece creer en este. El chileno medio, inmerso en el sistema capitalista, como el joven Goodman en su pueblo, no cree en nada de lo que le rodea.

Nuestro Goodman chileno no cree en los bancos ni en las casas comerciales, a pesar de que la compra de durables y la casa propia, ambos en expansión constante, se sostienen por un crédito cada vez más amplio y competitivo; desconfía del lucro, no obstante que, pudiendo, opta por la educación "de lucro" antes que por la municipal; tampoco parece confiar en las AFP, olvidando que el antiguo sistema de reparto terminó en bancarrota; sospecha también de las isapres, a pesar de que, pudiendo, las prefiere a Fonasa; en días recientes, ha llegado incluso a desconfiar de las empresas de alimentos y ya no cree ni lo que dicen las etiquetas. La hoguera de la desconfianza, atizada luego por los medios, maestros del escándalo y el comidillo, termina cimentando el imperio del rencor y la paranoia.

Por ese camino, nuestro Goodman chileno, sobre bases más emocionales que racionales, ha terminado desconfiando de todas las empresas, del capitalismo y acaso de la sociedad toda. Emerge entonces una hostilidad hacia el sistema, que cada vez adquiere más arraigo en el tejido social.

Algunos políticos han visto aquí una perfecta oportunidad para captar adeptos. Se compite entonces por quién ofrece asestar más golpes al sistema que sacien el encono colectivo: cambio en el sistema de previsión individual, negociación laboral por ramas, elevación de la carga tributaria a umbrales insospechados, asamblea constituyente, nacionalización del cobre, etc.

En este contexto, surge la interrogante de si la presente contienda electoral es comedia o tragedia. ¿Constituyen los anuncios de cambios radicales solo el primer acto de una comedia que conducirá, a lo Gatopardo, a que todo cambie para que todo siga igual? ¿O se trata en cambio de una tragedia, donde, para apaciguar la paranoia de Goodman, se lanzará al progreso del país por la borda? No lo sabemos. Pero si hemos de tomar en serio algunas de las propuestas que se han escuchado, quien parece estar pasando al patíbulo es el capitalismo en persona.

En 1942, Joseph Schumpeter, en "Capitalismo, Socialismo y Democracia", predijo, acertadamente, que el capitalismo traería un enorme progreso material en los 40 años siguientes, pero, al mismo tiempo, presagió que este sucumbiría ante la creciente hostilidad social hacia él. Destacaba Schumpeter que el capitalismo, "racional e inheroico", estaba muy mal preparado para ataques emocionales, propios de la naturaleza humana profunda, por lo que en definitiva terminaría cercado por "agresores". Argumentaba también que al capitalismo, en democracia, le sería muy difícil ganar adeptos a favor del progreso a largo plazo, de cara a posiciones "igualitaristas" de corto plazo. Lo condenarían también sus propios éxitos: la gran empresa, que emergería vencedora de la competencia, despertaría enemigos y envidia, sobrerregulación e impuestos excesivos, amén de problemas de agencia, que exacerbarían la animadversión hacia ella. Por último, se sumarían los intelectuales, por naturaleza adversos al capitalismo, quienes promoverían, desde la universidad y la prensa, la hostilidad contra él.

¿Suena familiar? Han pasado 70 años y basta leer el diario o ver la TV para concluir que las aprensiones de Schumpeter tienen plena vigencia. Se lee entre líneas que Schumpeter pensaba que si bien el capitalismo aseguraba el progreso, necesitaba una suerte de gobierno autoritario para evitar su muerte. Como nadie quiere aquello, el problema es ¿cómo combinar capitalismo y democracia? O lo que es lo mismo, ¿progreso y democracia? ¿Es posible sortear la predicción de Schumpeter? Creo que sí, pero para eso precisamos de políticos responsables e instruidos, especialmente entre los victoriosos de la contienda.

Jorge Quiroz
Economista

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