El cortoplacismo con el que vivimos


Los altos niveles de contaminación en las ciudades del sur representan el cortoplacismo con el que vivimos. El resultado es vergonzoso. Tenemos contaminación de clase mundial, tan alta como ciudades en China.

por Marcelo Mena -






FRUTO de un verano que se extendió, lluvias más frecuentes que en períodos anteriores y una buena gestión de episodios críticos, hemos tenido un año sin preemergencias ni alertas constatadas. Se sabe, por la ciencia, que los episodios críticos son la acumulación de varios días de emisiones, y decretar alertas preventivas seguidas evita esta acumulación. Este enfoque preventivo ayudó a reducir las preemergencias en PM 2,5 de seis a dos, y los días de mala calidad de aire en un 40%.
Esta metodología, que en la práctica es prohibir el uso más frecuente de la leña en Santiago, ha reducido la contaminación y da pie para pensar si vale la pena prohibirla en forma definitiva. El Censo 2012 indica que sólo el 3% de la población urbana la usa. Si consideramos la población de comunas rurales, llegamos a un 5% de uso de este material en la Región Metropolitana. Y si consideramos la estimación más reciente del Ministerio de Energía para cuánto emite esta población, concluimos que aportan el 70% de las emisiones primarias de PM 2,5.
En este diario publicamos la concentración anual y máxima diaria de PM 2,5 de las principales estaciones de monitoreo del Ministerio del Medio Ambiente. Nos encontramos con que alejándonos de Santiago hacia el sur, con uso prevalente de leña, la contaminación llega a ser extrema. Rancagua, Curicó, Talca, Chillán, Los Angeles, Temuco, Valdivia y Osorno tienen concentraciones anuales de PM 2,5 que duplican la norma chilena y con peaks diarios que pueden cuadruplicar la norma diaria. Rutinariamente, se llega a niveles de preemergencia y emergencia ambiental con índices que la agencia ambiental de Estados Unidos (EPA) catalogaría de peligrosos para la población general.
Los altos niveles de contaminación en las ciudades del sur representan todo el cortoplacismo con el que vivimos. Casas construidas sin aislación térmica que requieren tremendas cantidades de energía para calefaccionarse; un combustible ampliamente usado, pero sin institucionalidad vigente para controlar su calidad; fabricantes de estufas que nos vendieron la imagen de que eran ecológicas, cuando contaminan entre 500 a 1.500 veces más que el gas o kerosene; alcaldes que miraban complacidos cómo crecían las ciudades, pero así también las emisiones. 
El resultado es vergonzoso. Tenemos contaminación de clase mundial, tan alta como ciudades en China. Y la calidad de aire es nuestro talón de Aquiles, nuestro posicionamiento en la Ocde. El problema no se dio de la noche a la mañana. Acá son décadas de cortoplacismo.
El enfoque del gobierno ha sido bueno: regular la leña a través de la creación de una institucionalidad, implementar una norma nacional de emisión para calefactores y un programa de recambio de estufas a leña por algunas más limpias. Pero a la tasa actual de recambio, Temuco terminaría este proceso en 30 años.
El Ministerio del Medio Ambiente valoriza las externalidades de una estufa a leña entre 4.300 a 7.000 dólares por año, por enfermedades y mortalidad prematura. Pero solamente da como opción recambiar la estufa, no el combustible. El subsidio entregado debería ser proporcional al beneficio ambiental; de lo contrario, sólo estamos subsidiando más contaminación.

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