De debates, ideas y consignas...





Publicado el 15 de junio de 2013 en el suplemento de Reportajes de La Tercera. 
Si este título le parece algo académico y hasta pedante -lo que a menudo viene siendo una y la misma cosa- tiene toda la razón. El motivo es el siguiente: no pudimos resistir un arrebato de caridad cristiana y quisimos darles peso, siquiera en el anuncio en marquesina, a los debates de las primarias que constituyen la materia de esta nota. Pero, además de una sólida muestra de solidaridad por el prójimo, tal vez dicho encabezado valga también como módica enunciación acerca de los tres muy distintos pisos en los que habita el pensamiento cuando se involucra en asuntos de política, ética y sentido del quehacer humano en general. En el más elevado habita el “debate”, entendiéndolo como lo entendía Platón en sus Diálogos, esto es, como un enfrentamiento de raciocinios coherentes propuestos por personas animadas con la honesta intención de llegar a la Verdad; es el más encumbrado paraninfo al que pueda llegar la razón humana decentemente empleada. Sólo mucho más abajo, ya aquejada por una larga y dolorosa enfermedad llamada falacia, se encuentra el segundo piso, el domicilio de la mera “exposición de ideas”. Como mera exposición, flotando en su soledad no contestada ni criticada, suelen emborracharse de arrogancia, craso oportunismo, egoísmo y errores de lógica aumentados hasta el delirio por ese espléndido acto de solecismo. Y más abajo de todo, en el fondo del sótano, se encuentran las consignas, las cuales, como las ideas, también flotan en la enrarecida atmósfera del capricho, la fantasía y la ambición, pero, aun peor, constituyen una forma degradada, simplificada y vulgarizada de aquellas.

Claro que resultaría ingenuo exigir otra cosa. Para encontrar figuras políticas no sólo hablando de corrido, sino además con impecables raciocinios, articulación y hasta elegancia, hay que desempolvar los volúmenes de los historiadores que escribieron sus obras durante la Antigüedad clásica, casi todos ellos aficionados a poner en labios de sus personajes un Verbo discursivo de gran calibre; en la realidad, dichos caballeros jamás dijeron lo que se les imputa, o lo hicieron a varios años luz de distancia de tanto esplendor semántico. La política no funciona así, ni antes ni ahora. No opera bajo las reglas del Canon de Aristóteles, el marqués de Queensberry de la lógica. Mucho menos con honestidad. De lo que se trata es de ganar el debate aun a costa de las más desenfadadas mentiras y falsos silogismos; de lo que se trata es de entusiasmar a los ciudadanos; de lo que se trata es de movilizar votantes; de lo que se trata no es de la VERDAD, sino del PODER.

¿Sería justo exigirles otra cosa a nuestros artistas de variedades?

Primer Debate

De ahí que en el “primer debate”, el celebrado por la señora Bachelet y los señores Velasco, Gómez y Orrego para “dirimir” quién irá de candidato presidencial de la Concertación, la discusión, entendida como la hemos descrito, brilló por su ausencia. No debiera ser necesario dar pruebas de dicha afirmación; fue simplemente un hecho de la causa. Sencillamente, no hubo debate porque no hubo enfrentamiento de ideas, no hubo intercambios de palabras, no hubo ni siquiera miradas a los ojos, salvo en el prólogo y en el epílogo, donde las sonrisas y los abrazos y la buena onda fluyeron a borbotones. ¿Quién tendría ahora coraje para decir que gente tan amistosa son adversarios? Más que un debate, el ejercicio pareció una reunión de ex alumnos de colegio para conmemorar, en una cena de camaradería, el enésimo aniversario del sentido fallecimiento del profesor de Canto. En este caso, se trataba del cuarto aniversario del deceso de la Concertación 1,0. Tampoco contribuyó a la seriedad del asunto el hecho de haber caballo ganador desde el comienzo. ¿Cómo tomarse en serio la más vaga idea de competencia cuando ya está todo consumado? ¿Con qué motivación, más allá de recónditos y especulativos planes políticos a corto o largo plazo, podían animarse Gómez, Velasco y Orrego?

En cuanto a su carácter de al menos una “exposición de ideas”, el espectador medio debe haberse preguntado en qué silente idioma se estaban exponiendo, por cuanto, si atendemos a lo escuchado, más bien se oyó el conocido recetario de consignas y convocatorias aliñadas con vaguedad infinita que está en circulación en el territorio de ese sector, aunque, de hecho, en todos los sectores. Y así entonces la señora Bachelet propuso “una educación de calidad”, sin que se molestara en explicar en qué consiste ese milagro, y el señor Gómez reiteró su flamígero llamamiento a una asamblea constitucional en la buena y vieja tradición radical, ya vista en los 70, de ponerse más papistas que el Papa cuando la colectividad se reduce a los dirigentes y a jubilados de ferrocarriles; por su parte, el señor Velasco dijo no ser partidario de pagarles la educación a los ricos y el señor Orrego advirtió que no gobernaría con los comunistas, promesa de la que podemos estar muy seguros, pues no gobernará.

Segundo Debate

El debate que enfrentó a Allamand con Longueira era esperado con más expectativas. Dos rivales de pie son más activos que cuatro sentados, porque es postura metafísicamente más cercana a la del enfrentamiento. Cuando Napoleón quería amansar a alguien que entraba encolerizado a su oficina, de inmediato le ofrecía asiento. Y también se apostaba a más porque ninguno tiene asegurado el éxito, lo cual hace racional el propósito de arriesgar e ir a los golpes a ver si se consigue el nocaut; era lo que muchos esperábamos y fue exactamente lo que no conseguimos. Tampoco sirvió para darle agilidad al pleito el escenario armado por la sección carpintería de los canales, un espacio con aire a futurismo sesentero para un episodio de Viaje a las estrellas. Aun así ambos, Allamand y Longueira, más bien, se comportaron como si estuvieran en el ring del viejo Teatro Caupolicán y fueran obedientes seguidores de la regla pugilística “atrás sin golpes”. Como hubiera dicho Julio Martínez, podrían haber postulado al Premio Nobel de la Paz. Longueira, es cierto, hizo algunas fintas en contra de la Concertación y su candidata, pero no fue muy convincente. De hecho, dejando de lado el detalle de las preguntas en exceso detalladas que a veces le hicieron los entrevistadores y en otras ocasiones el público, la cuestión central es que NINGUNO de los dos planteó un tema, una visión, una mirada general y contundente, en especial novedosa, capaz de replantear en términos positivos para su sector el difícil camino que cualquiera tendrá en su desventajosa lucha contra Michelle Bachelet. Más aun, inconscientemente aceptaron las presuposiciones tácitas de muchas de las preguntas, axiomas derivados del clima conceptual, pero sobre todo emocional impuesto por la izquierda y frente al cual mostraron, otra vez sin darse cuenta, una obsecuencia que revela hasta qué puntoese sector ha sido ideológicamente derrotado y avasallado. Fue quizás la revelación más importante de la noche.

El Epílogo

Sólo en el epílogo de este debate, respondiendo preguntas de periodistas que no eran parte del panel, uno de ellos, Longueira, logró insinuar una diferencia. Distendido, sonriente, incluso a veces riendo, explayó con fuerza su visión del “centro social”, que a su juicio está constituido por gente “cansada de los encapuchados”, deseosa de orden y progreso, y reacia a las aventuras, un sector, junto al de los pobres, al que dijo haber dedicado toda su vida política. Ayudó en esos momentos a Longueira la fuerte veta de mesianismo que ha sido siempre su marca de fábrica. Se pregunta uno si eso será suficiente para derrotar a un sólido Allamand, conquistar a una desconfiada derecha y eventualmente, si gana, acortar distancia con Bachelet. Todo eso es dudoso.

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