Reformas sociales

Para erradicar la pobreza hay que reformular los programas sociales. El ingreso ético familiar sólo terminó agregando otros programas a la majamama de los ya existentes.

por Rolf Lüders - Diario La Tercera 15/03/2013 
LA MINISTRA del Trabajo, Evelyn Matthei, en una interesante entrevista en La Tercera del domingo pasado, propuso una segunda ola de reformas sociales. Argumentó que los programas en esta área, en su conjunto, terminan castigando el esfuerzo de trabajo. 
¿Cómo llegamos a la actual situación en que la tasa de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo es 19% inferior al promedio de América Latina, en que la de los jóvenes es casi un 40% inferior a la del mismo grupo en los países de la Ocde, y en que los trabajadores tienen un fuerte incentivo a laborar en la informalidad? 
Las políticas públicas deben resolver fuertes tensiones entre la búsqueda de la eficiencia y el crecimiento económico, la legitimización del sistema mediante la igualación de las oportunidades y una distribución que se considere justa de los frutos de ese crecimiento, y la obligación moral de apoyar a los más necesitados.
En la década del 70 se optó por implementar un sistema que permitiera cumplir con los objetivos arriba señalados, mediante un esquema tributario relativamente neutro (eficiente) y la asignación de una alta proporción de un gasto fiscal moderado a pocos programas sociales, directa y estrictamente focalizados en los deciles más pobres de la población. Un trabajo de Cowan y de Gregorio (1995) da fe de la espectacular eficiencia de esa política en mejorar la proporción del ingreso total obtenida por los dos deciles más bajos.
Con el correr del tiempo se agregaron nuevos programas que, sin embargo, no lograron evitar los negativos incentivos sobre el trabajo del sistema existente. Ultimamente, por motivos electorales, ha habido una clara tendencia a favorecer con estos beneficios sociales ya no sólo a los grupos más pobres, sino también a la clase media, que determina los resultados de las elecciones. Un  reciente estudio de la Ocde ubica a nuestro país, junto con México, como los únicos dos en que la acción estatal tiene un efecto insignificante sobre distribución del ingreso. Estamos tendiendo a volver a la característica rentista de  los  programas estatales de los años 60, que no conseguían otro objetivo -como lo sugirieron una serie de estudios realizados por Víctor Tockman en su época- que el de redistribuir ingresos al interior de la misma clase media.
Si queremos erradicar la pobreza hay que reformular radicalmente los programas sociales.  La implementación del ingreso ético familiar sólo terminó agregando otros programas a la majamama de los aproximadamente 400 ya existentes, si bien los nuevos -aisladamente considerados- tienen los incentivos correctos. 
Es necesario hacer borrón y cuenta nueva. Una opción es considerar la propuesta de Milton Friedman (1962)  -simple, justa, que genera los incentivos al trabajo deseados, y que ya ha sido adoptada con éxito en algunos otros lugares- de reemplazar la mayor parte de los programas sociales existentes, por un impuesto progresivo negativo sobre la renta. En virtud del mismo, los agentes reciben -a partir de un cierto nivel de ingreso mínimo- un subsidio automático que aumenta progresivamente a medida que  disminuyen sus rentas generadas por el trabajo y el ahorro. 
En una próxima columna continuaré desarrollando este tema.

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