Por Juan Luis Salinas Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 25 de marzo de 2013 http://diario.elmercurio.com/2013/03/26/ya/_portada/noticias/0170F56C-FAC4-4F90-873D-F1A00EB885CB.htm?id={0170F56C-FAC4-4F90-873D-F1A00EB885CB}
Los
dedos de Pascuala Ilabaca se pasean largos, relajados y libres sobre el
teclado del piano. Dice que va a tocar una cueca triste, una cueca
romántica. Y la canta.
-Quisiera ser mariposa para pasear por tu cuerpo, ay, para pasear, para pasear por tu cuerpo.
Su voz se debate entre lo cristalino y lo autóctono. La cueca no parece
cueca; tiene una lentitud misteriosa que inquieta. Habla sobre
mariposas, sobre una pasión, pero tiene una entonación que la hace
sombría.
-Las mariposas si viven un día, ay, si viven un día, todito el día estaría en ti volando mi moreno.
Cuado termina de cantarla se queda en silencio y dice:
-Yo creo que es una cueca como sacada de una película de Tim Burton. Me imagino la historia de un insecto caminando sobre un cadáver.
La canción es una de sus últimas creaciones. La compuso un mes atrás, la
madrugada del 24 febrero. Entonces estaba en Berlín donde la habían
invitado para participar con su banda "La Fauna", en el festival "Musik
und Politik" que organiza la Fundación Rosa de Luxemburgo. Un evento que
une las artes musicales con el discurso político y que en esta edición
estaba dedicado a Chile y a Víctor Jara.
-La
escribí a las seis de la mañana. Me había acostado preocupada porque al
día siguiente era el cumpleaños de Jaime, mi marido, y no le tenía un
regalo. Cuando me dormí, tuve un sueño que me inspiró la melodía y la
letra. Desperté con la idea clara y compuse la cueca en una hora. Luego
la escribí en un papel que dejé a Jaime como regalo en el velador.
Pascuala
cuenta la historia con los ojos cerrados. Está inclinada sobre el piano
que sus padres -el pintor Gonzalo Ilabaca y la vitralista Pilar
Argandoña- le compraron cuando tenía seis años, el mismo en el que
aprendió a tocar. Sobre el instrumento hay recuerdos de los lugares que
ha visitado, fotos de infancia, pequeños instrumentos musicales, adornos
étnicos. También hay un cuaderno con apuntes y partituras. A sus
espaldas hay una reproducción de "El beso" de Gustav Klimt, que pintó su
abuela paterna y que le regaló hace dos años, cuando se casó con el
músico Jaime Frez.
-Este
es el lugar donde compongo, ensayo y canto mis canciones. Aquí puedo
pasar todo el día. Algunas veces ni siquiera salgo de la casa. No lo
necesito.
Pascuala Ilabaca Argandoña tiene 27 años, un largo pelo negro hecho trenza, ojos café delineados con una rayita oscura y una de las voces femeninas más potentes de la nueva escena musical chilena. Lleva cuatro discos: su debut en solitario, otras dos producciones con la banda La Fauna y un proyecto que grabó en la India bajo el nombre de Samadi, el dúo que formó con Jaime, su marido. Este disco lo grabaron en Varanasi, una ciudad ubicada en las orillas del río Ganges, donde la pareja estuvo un año perfeccionándose en canto y composición en la universidad local, la segunda más grande de Asia.
Hace
dos años Pascuala y La Fauna iniciaron su proyección internacional.
Entonces firmaron un acuerdo con "Petit Indie", un pequeño sello español
que editó sus producciones. Realizaron la primera de las cuatro giras
europeas que los han llevado a tocar en países como España, Francia,
Alemania y Bélgica. Ahí han tocado en los más diversos escenarios: en
festivales multitudinarios como en pequeños bares. En eventos de música
folk o global, o en sótanos de centros culturales.
Su cuarta producción, "Busco paraíso", lanzada en Chile a fines del año pasado, primero fue publicada en Europa.
-Formamos
parte de una generación que también está buscando reconocimiento
afuera. Creo que no hemos hecho menos carrera que Javiera Mena fuera de
Chile, simplemente creo que hay gente que tiene más apoyo mediático que
otra. Hay grupos que hacen giras y tocan en grandes festivales y nadie
publica una noticia sobre eso.
La producción de su primer disco comenzó en 2005. Tenía 19 años, cursaba su segundo año de la carrera de composición en la Universidad Católica de Valparaíso y decidió grabar "Pascuala canta a Violeta", un homenaje a la cantautora que siempre había admirado. El disco fue editado dos años después.
-Cuando
decidí hacerlo mucha gente me decía: no te da miedo ser tan joven y
tratar de abarcar la obra de alguien tan importante. Pero yo sentía un
fervor casi religioso por sus canciones y necesitaba hacerlo. Había
empezado a escucharla desde niña y cuando en la universidad empecé a
analizar "El Gavilán", que es una de sus obras cumbres, descubrí que era
una compositora poderosa.
Pascuala
conversa y toma una taza de té. Pasa el mediodía y el sol se cuela por
las ventanas de la cocina de su casa en el Cerro Cárcel de Valparaíso,
donde vive con su marido desde hace cuatro años. Por la puerta que
comunica con el living se ven unas maletas aún sin deshacer. En el suelo
hay unos discos de unas bandas alemanas y francesas que se trajo de la
gira.
-Cuando
viajo siempre traigo discos de bandas extranjeras para darlos a conocer
acá y también hago lo mismo con cantantes y bandas chilenas. A Camila
Moreno y Fernando Milagros los contacté con el sello que me edita en
España.
Hace
cuatro días llegó de su reciente periplo por Alemania y Barcelona. En
abril actuará en el festival Lollapalooza, y luego preparará las maletas
para realizar un ciclo de actuaciones en Argentina.
Los viajes han marcado su vida. También han teñido su música.
Pascuala nació en Barcelona mientras sus padres se formaban como artistas en forma autodidacta en Cataluña. Ya de vuelta en Chile, cuando tenía cinco años, acompañó a sus padres en una travesía por carreteras y caminos de tierra, en una camioneta suburbana roja comprada a unos gitanos y con una carpa en la que se instalaban durante las celebraciones de las principales fiestas religiosas del país. Mientras su padre pintaba la chilenidad de los devotos y sus santos, su madre dictaba clases de arte en las escuelas de los lugares que visitaban. -¿Qué recuerdos tiene de ese viaje?
-Muchos
y los guardo con mucho cariño. Es cierto que era una aventura
itinerante porque todo iba cambiando, pero mi mamá siempre se preocupó
de ordenar nuestra vida, de programar todo. Cada vez que llegábamos a un
lugar lo primero que armaba era un columpio para que yo me entretuviera
mientras jugaba.
Durante
ese primer viaje largo Pascuala se acostumbró al sonido de las bandas
de bronce que animaban las fiestas religiosas y ella bailaba con las
comparsas. Ese ritmo autóctono y crudo, asegura, fue el germen de su
futura vocación musical.
Después de ese recorrido por el Chile profundo vinieron otros dos viajes que marcaron su infancia y adolescencia.
En 1996 sus padres volvieron a preparar las maletas, arreglar la carpa y
organizaron un itinerario para recorrer La India, Nepal y algunas
regiones del sudeste asiático. Pascuala tenía doce años y su hermana
Danila, cuatro. El viaje duró un año. Allá se hizo amiga de niñas que
pintaban las manos de los turistas; realizó largos recorridos en tren
bajo el calor sofocante, se maravilló con las canciones en hindi -el
idioma local- y tuvo lecciones básicas de armonio, un organillo de piso
típico de la música de devoción empleada en Asia. Para entonces,
Pascuala ya había estudiado piano en Valparaíso. También había hecho sus
primeras composiciones.
-A
los 6 años escribí una canción muy simple para mi perro, pero la
verdadera composición la hice a los 16 años cuando me enfermé de
neumonía. Se llamaba "Casi me voy". Era para un pololo que tenía
entonces y que no me fue visitar y me sentí como abandonada. Era bien
dramática. Bien adolescente.
El
tercer viaje de Pascuala y su familia fue a México. Ahí aprendió a
tocar guitarra y tuvo su primer acordeón. Como no iba al colegio tenía
que seguir los programas de educación con su madre, a ella la acompañaba
a pueblos habitados casi exclusivamente por mujeres cuyos esposos
habían cruzado la frontera a Estados Unidos.
Al
final de la travesía mexicana Pascuala -por primera vez- discrepó con
el espíritu nómada de sus padres. Había empezado a pololear por primera
vez y sentía que no podía separarse de su amor adolescente.
-¿No quería volver a Chile?
-No, y reaccioné mal. Por primera vez en estos viajes había hecho un grupo de amigos importante y no quería volver a empezar de nuevo. Entonces les dije: yo siempre los he seguido en todo, nunca he tenido una mascota, nunca he podido jugar con los mismos amigos por más de un año, nunca he generado lazos con la gente. Y de verdad sentía todo eso y estaba complicada.
Cuando
volvieron a Chile las cosas cambiaron: la familia se instaló
definitivamente en Valparaíso, retomó sus clases de piano y en cuarto
medio comenzó a estudiar composición. El anclaje en el puerto no
significó que los viajes de Pascuala no terminaran.
-Empezó
otra etapa. Empecé a viajar sola o con amigos. Primero me fui a
mochilear con unas amigas a Chiloé durante un mes con 30 mil pesos
cuando todavía no terminaba el colegio. Y después en la universidad me
iba todas las vacaciones por tres meses a recorrer Sudamérica. Y no fue
ningún problema para mis padres. Me crié en un ambiente de libertad y
desde niña me enseñaron a ser responsable, a tener paciencia, a saber
que uno no es el centro del mundo y a saber que en todos los lugares hay
cosas que absorber, aprender y disfrutar.
Después de eso siguieron viajes a Bolivia, la vuelta a la India y las giras europeas con su grupo.
El lugar se llama "Estudio Azul". Es un estudio de grabación que está en el subterráneo de un edificio de calle Yungay, cerca de la Plaza Victoria. Pascuala está aquí junto a parte del equipo de realizadores del programa televisivo "Territorios imaginados", un espacio cultural que será transmitido a mediados de año por UCVTV y donde Pascuala oficia de conductora. El programa -financiado por el Consejo Nacional de Televisión- fue filmado durante la segunda mitad del año pasado y recoge las experiencias de 24 artistas radicados en distintas regiones de Chile -desde Iquique hasta Castro en Chiloé-, quienes hablan de su relación con las ciudades y los espacios geográficos que habitan.
Pascuala
viajó a todos esos lugares, entrevistó y compartió sus actividades.
Ahora está en el estudio para grabar las voces en off del último
programa de la serie. Justamente el que trata de Valparaíso y en el que
entrevistó a Gonzalo Ilabaca, su padre.
-Fue complicado. No sabía si abordarlo como mi papá, a como cualquiera de los otros artistas con los que conversé. Lo que hizo mi padre fue un acto de arte en torno a la ciudad. Tomó una suerte de mapa del cuerpo humano y ubicó los chacras, los centro de energía que definen los tibetanos en las personas. Sobre el mapa de Valparaíso pintó ese dibujo con los chacras dependiendo de la zona de la ciudad y su energía. Luego fuimos a esos lugares. Fue muy bonito.
-Su madre es vitralista; su padre, pintor. ¿Nunca se cuestionó seguir su mismo camino?
-Nada de eso. Todo lo contrario. Para mis padres nunca fue un problema
que me dedicara a la música. Lo tomaron como algo natural. Sin alardes,
sin que me dijeran: no vas a poder vivir del arte, la música no puede
ser tu trabajo principal. Tampoco me trataron como un ser especial. Como
esas familias que tienen un hijo pianista y lo cubren con una frazada
para que no le pase nada. La sobreprotección no va con el estilo de mis
padres.
Son las cuatro de la tarde. Pascuala camina por calle Esmeralda. Vuelve del estudio de grabación y tiene planeado ir al terminal de buses y conversar con el conductor de una empresa que vaya a Buenos Aires para enviar la maqueta de su disco "Busco paraíso. El productor Musical argentino Andrés Mayo, quien lo masterizó, se lo encargó para postular su trabajo al Grammy Latino.
-Él
ya se lo ha ganado dos veces y ha masterizado el sonido de las
películas "Evita" y "Siete años en el Tíbet". Para nosotros fue
increíble trabajar con él.
Pascuala
se resiste a catalogar su música como folclórica. Prefiere evitar los
rótulos. Dice que en su estilo se mezcla de todo: sonidos que ha
escuchado durante sus viajes, artistas contemporáneos y especialmente
del trabajo de cantantes femeninas rotundas, apasionadas y expresivas.
También mucha de su historia personal, de las cosas que ha visto y
vivido.
-¿Qué tanto hay de eso en su trabajo?
-En mis decisiones estéticas a la hora de componer siempre hay fantasmas
que bailan, cosas que acarreo desde la infancia. En mi nuevo disco,
"Busco paraíso", hay canciones como "Carnaval de San Lorenzo de
Tarapacá", que es una de de las fiestas religiosas del primer viaje con
mis padres y a la que he vuelto con ellos. También hay otra canción que
se llama "En tren a Kanyakumari", que es el último pueblo de la India y
que compuse cuando estaba allá con Jaime en mi segundo viaje.
Aunque desde niña la pasión de Pascuala era la música, antes de terminar el colegio pensó estudiar Arqueología.
-¿Por qué?
-Lo
que ocurría era que estaba en un colegio muy de izquierda donde la idea
del compromiso social era muy fuerte, por eso quería hacer algo que
fuera más serio. Pero al final descubrí que era sólo un prejuicio mirar a
los artistas, a los músicos, los pintores como seres individuales,
egocéntricos, preocupados sólo de la creación. Con la música también se
puede tener un compromiso social, se puede investigar, rescatar o
enriquecer el patrimonio.
Poco
antes de llegar al estudio se encuentra con otro músico porteño, el
cantante Ángelo Escobar. Hablan de su viaje. Ella le comenta que mañana
recibirá en su casa a Guacolda Chicahua, la vocera de los familiares de
los presos mapuches. Lo invita a la reunión.
-En sus discos aparecen canciones en mapudungún...
-Creo en el respeto a los pueblos originarios y los apoyo. Canto en
mapudungún porque es parte del rescate de nuestras raíces y siento que
es necesario demostrar el respeto que siento por ellos. Me gusta
incorporar su lengua y promoverla, porque es hermosa. Pero no grabaría
un disco completo en su lengua, porque no la conozco como debería, no la
domino. Además, ya existen grandes cantantes mapuches que yo respeto
mucho como Luisa Calcumil y Sofía Painequeo.
-¿Lucha por sus reivindi-
caciones?
-Las apoyo, pero no es mi bandera de lucha. Me he reunido con algunos de
sus líderes para conocer sobre su cultura y escribí una canción sobre
Temucuicui, pero nunca he estado ahí.
-Ahora en Berlín participó en un festival con un claro sello político, ¿qué tan importante es esto en su música?
-No
soy una persona política, no voto y tampoco tengo cercanía con algún
partido, pero me interesan los problemas que afectan a la sociedad en
general, a la cultura, al medio ambiente, a los derechos básicos de
personas, a los pueblos originarios, temas que deberían ser
primordiales, pero que para los políticos no existen. En eso fui clara
con los alemanes, cuando me presentaron como la representante la nueva
música de izquierda de Chile, les dije que no tenía posición política,
que mi parada era poética. Yo soy una librepensadora.
"Aunque
me ilusiona la nominación a los Independent Music Award, me enorgullece
más haber sido escogida por un jurado de artistas internacionales".
"Desde niña me enseñaron a ser responsable, a tener paciencia, a saber que uno no es el centro del mundo".
"Para mis padres nunca fue problema que me dedicara a la música. Nunca me dijeron: no vas a poder vivir del arte".
Para Pascuala es un prejuicio mirar a los artistas como seres egocéntricos. "La música puede tener un compromiso social".
Pascuala se confiesa política: "Me interesan los problemas que afectan a
la cultura, al medio ambiente, a los pueblos originarios".
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