Por Estela Cabezas y Michelle Carpentier Producción Mónica Marchant Diario El Mercurio, sábado 24 de marzo de 2013 http://diario.elmercurio.com/2013/03/23/el_sabado/_portada/noticias/4456F868-B686-4FF8-BEA6-E359B177AD42.htm?id={4456F868-B686-4FF8-BEA6-E359B177AD42}
Tenía
6 años, el 68 por ciento de su cuerpo quemado y menos del 1 por ciento
de posibilidades de sobrevivir. La realidad del que hoy, el doctor Jorge
Rojas, 65 años, recuerda como el paciente cero, ese que le demostró que
era posible sanar a un niño quemado y que fue la primera piedra de una
obra que 30 años después ha rehabilitado a más de 200 mil niños en Chile
y el extranjero, era dolorosamente adversa.
Él lo recuerda así:
-
Llegar a la urgencia con un 68 por ciento del cuerpo quemado, en esa
época significaba un certificado de defunción: era muy difícil sanar a
un enfermo de esa gravedad. Ese paciente llegó un día domingo y
providencialmente el sábado anterior yo había terminado un curso
internacional de quemaduras con un profesor argentino, Fortunato
Beanain. Él explicó una forma de donante cadáver que en esa época no se
conocía, y a la salida me acerqué y le hice un par de preguntas sobre la
técnica. Al día siguiente llegó el niño. En Chile no se había ocupado
nunca algo así. El lunes pedí permiso para sacar los injertos en el
Servicio Médico Legal. Me dijeron "si el director te lo permite, yo te
autorizo y te doy el apoyo". Le cambiamos los injertos muchas veces, y a
los 100 días el niño estaba de alta en su casa. Ahí nos dijimos: 'si
esto lo hiciéramos ordinariamente, muchos no morirían'. Pero no teníamos
recursos -dice Jorge Rojas.
Era 1976.
Al
inicio de la década de los 70 el tratamiento a los quemados era este:
se atendían cuando llegaban de urgencia, se le hacían las curaciones,
pero luego se iban a su casa con las secuelas de su accidente. En el
caso de los niños lo que sucedía con su cuerpo era más dramático aún,
porque la piel donde estaban las quemaduras se secaba y se contraía; a
medida que iban creciendo, esas partes de su cuerpo terminaban
retorcidas.
Para
hacer andar el pabellón de rehabilitación en el Hospital Roberto del
Río necesitaban dinero. Junto a su cuñado Sergio Domínguez, redactaron
los estatutos para una corporación.
-Se
habían puesto de moda las corporaciones de las esposas de los
comandantes en jefe, Cema Chile y otras. De hecho, cuando nosotros
quisimos hacer Coaniquem, se preguntaban de qué esposa de comandante
era, y no pues, era de nosotros -cuenta Rojas sobre el origen de los
Estatutos del Niño Quemado.
Estaban
en el proceso de creación de Coaniquem cuando Jorge Rojas partió con su
señora e hijos a España a una beca. Estando allá lo invitaron a seguir
estudiando en Francia y luego a quedarse trabajando con un reconocido
cirujano plástico -"el número uno", dice-, Paul Tessier. Y tuvo que
decidir: venirse a Chile y fundar Coaniquem o dedicarse a la cirugía
plástica en Francia.
-Ese
ha sido el momento más difícil de mi vida, tomar esa decisión, porque
eran dos estilos de vida totalmente distintos y tenía la posibilidad de
los dos: ser un cirujano plástico formado en Francia, rico, o vivir una
vida de estrechez en Santiago de Chile, sirviendo a los pobres.
Dice que nunca se ha arrepentido.
Jorge
Rojas fue el cuarto de ocho hermanos. Uno bien especial dicen en su
familia. A pesar de ser de los del medio era capaz de movilizar a todos
sus hermanos cuando quería algo, como esa vez que quiso tener una
piscina en su casa y sus papás le dijeron que no, que no tenían dinero
para contratar a alguien que la hiciera.
-Vivíamos
en Macul. Él insistió e insistió pero los papás le dijeron que no,
entonces nos convenció a todos de que caváramos un agujero gigante en el
jardín. Cuando los papás se dieron cuenta, el hoyo ya era un poco
grande, tanto que los niños ya estábamos jugando en el charco de agua.
No les quedó otra que ceder y construir la piscina- cuenta Patricio
Rojas, su hermano.
-Muchas
veces hemos discutido qué cosas son imposibles de hacer. Pero él dice
que se puede y lucha por sacarlo adelante. Si no fuera por la locura de
este hombre no sé donde estaríamos-, dice su cuñado y cofundador de
Coaniquem, Sergio Domínguez.
Pero
Jorge Rojas siempre ha sido una persona especial. Ya casi a modo de
leyenda, en su familia cuentan que nació "de pie", algo poco común para
esa época, y que venía con el cordón umbilical cruzado como una banda
presidencial.
-Por eso su mamá siempre decía que estaba destinado a algo grande -dice su esposa, María Teresa Goldsack.
Sergio Domínguez -quien se casó con la hermana mayor del doctor Rojas- lo conoció cuando estudiaba en los Padres Franceses.
-Tocaba la guitarra, le gustaba estar con la gente, era cordial y de buenos amigos. No muchos, pero buenos.
Cuando
tenía 14 años ingresó al Conservatorio de Música de la Universidad de
Chile y durante 10 años se dedicó a estudiar guitarra clásica,
especialidad de la que se graduó en 1972. Durante ese periodo ingresó al
seminario. Desde siempre ha tenido una fe profunda.
-Voy todos los días a misa y rezo entre una y dos horas diarias -dice.
Del seminario se retiró a los dos meses y entró a estudiar Medicina.
-Él
no tenía vocación, pudo ser cura pero se dio cuenta que le llamaba más
la atención la vida de laico-, dice su mujer, con quien lleva casada 39
años.
Se
conocieron el primer día de clases de Medicina, carrera que ambos
estudiaron en la Universidad Católica. El hermano de María Elena
también había estudiado en los Padres Franceses y conocía a Rojas. Por
esta razón le había pedido que cuidara a su hermana. En este tiempo sólo
6 de los 60 estudiantes de la carrera eran mujeres.
Ambos
se graduaron en 1974, y el 22 de marzo de ese año se casaron. Como a
los dos les atraía la vida en provincia decidieron ir a un lugar donde
él pudiera compatibilizar la arista musical con la medicina. Buscaron
posibilidades en Valdivia, Concepción y Talca. Ningún lugar servía. La
música y la medicina son algo que el doctor Rojas no puede separar y por
lo mismo decidieron quedarse en Santiago, donde comenzó a trabajar en
el Hospital Roberto del Río para especializarse en cirugía infantil.
La
música ha sido un importante motor que lo ha ayudado a conseguir fondos
para Coaniquem. Con su experiencia y un currículum que incluye haber
sido profesor titular de la cátedra de guitarra en la Universidad de
Chile, Jorge Rojas viaja una vez al año a Estados Unidos a ciudades como
San Francisco, Los Angeles y Washington a realizar conciertos de
beneficencia. Cenas, donde también se realizan remates silenciosos, y se
venden Cds con la música del doctor, fondos que van a beneficio de la
corporación.
Durante
los 30 años de Coaniquem han sido diversas las fuentes de
financiamiento. Desde donaciones de empresas privadas, aportes fijos
mensuales de personas comunes, a reciclaje de vidrios, colectas y
ajustes de ventas y otros.
"Tenemos
que administrar una economía estrecha pero eso me gusta porque evita
frivolidades y da austeridad", dice el doctor Rojas.
Su
mano derecha, Ricardo Ayala, agrega: "El problema ha sido parar la olla
en el día a día, eso ha sido durante estos 30 años. Pero siempre hemos
salido adelante, incluso te diría que de una manera inexplicable. Si
fuera por la lógica, hace mucho tiempo que nosotros deberíamos haber
terminado".
-Jorge
es un motor que sigue y sigue -dice el doctor Ricardo Ayala, cofundador
de Coaniquem y compañero por más de 30 años del doctor Rojas en la
corporación.
Quienes
los conocen opinan que son la pareja perfecta: Ayala se ha dedicado a
hacer el día a día, mientras que Rojas ha puesto sus energías en
gestionar, en liderar este proyecto.
Ayala dice:
-A
mí me gustaban mucho tratar a los quemados. Hace treinta, veinte años,
no era como ahora. Cuando tú antes te hacías cargo de un quemado, te
preocupabas de todo lo que tenía que ver con él. Entonces nosotros lo
sacábamos adelante, pero necesitaban una parte de rehabilitación. No
teníamos nada para hacerlo, ni plata, ni un lugar. Nada. Jorge desde
siempre ha estado metido en muchas cosas, tiene esa capacidad de hacer
mil cosas y hacerlas bien, entonces empezó a hinchar para armar esta
corporación. Hacíamos reuniones y uno decía que necesitaba una cosa
pequeña, gasa, por ejemplo, pero él quería un pabellón completo. Y a la
larga todo le ha resultado. Si uno lo escucha la primera vez puede pasar
por un soñador, pero luego se da cuenta que tiene la capacidad, la
fuerza para hacer realidad esos sueños.
Treinta
y cinco años después de los inicios, sentado en una sencilla sala de
reuniones decorada con diplomas y libros en el centro Coaniquem en
Pudahuel, Jorge Rojas entrega parte de su receta para que los proyectos
tengan éxito:
-Ser
emprendedor también se trata de establecer redes, de conocer gente, de
hablar con las personas, comunicarse, decirles lo que se requiere y
necesitas.
En
los inicios de Coaniquem, él ya ponía en práctica su estilo: los
primeros que trabajaron en pos de la corporación fue su familia y amigos
-su madre contadora, por ejemplo-. Los planos del centro de
rehabilitación, ubicado en calle La Estrella, los hizo Marcelo
Etcheverry, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de
Chile, junto a sus alumnos. Por cuatro o cinco años los trabajos de fin
de año de sus cursos eran hacer la maqueta del centro que hoy atiende a
más de 70 mil pacientes al año.
-Siempre
hemos bromeado respecto a Jorge y su maletín. Decimos que él no lleva
papeles ahí sino serpientes. Y que cuando llega a alguna parte pone su
maletín, lo abre y salen las serpientes y encanta a la gente con sus
proyectos -dice divertido Ayala y reflexiona:
-Se
me han pasado rápido los años y me gustaría estar más joven, con más
vitalidad para poder seguir haciendo cosas, pero me siento tranquilo
porque detrás hay un respaldo. Pero yo no sabría decir si en este
momento a Jorge Rojas le pasa algo, qué va a ser de Coaniquem y de esos
proyectos. Es un poco lo que le pasa a Don Francisco y la Teletón. Aquí
es una cosa muy parecida.
Martes
20 de marzo, salón principal de un crucero Royal Caribbean anclado en
el puerto de Valparaíso. Aquí, cada año, el presidente de Coaniquem
expone los principales proyectos de la corporación. Jorge Rojas está
parado delante de 200 personas que están ahí porque pueden ayudar con el
proyecto "Prevención sin límites" con la que exportarán lo aprendido
con la ley de fuegos artificiales a cuatro países: Guatemala, El
Salvador, Costa Rica y República Dominicana. Casi al final del almuerzo,
Jorge Rojas les cuenta a los invitados de otra campaña: "Generosidad
sin límites" y les dice.
-Comprométanse.
A la salida les entregaremos información de esto, necesitamos 200
millones de pesos. Y les informo a cada uno de ustedes, yo,
personalmente los voy a llamar.
Está seguro de que nadie le dirá que no.
La Corporación de Ayuda al Niño Quemado (Coaniquem) fue creada el 19 de abril de 1979.
Sus
objetivos son rehabilitar de forma gratuita a niños entre cero y 20
años con secuelas de quemaduras en los centros ubicados en Santiago,
Antofagasta y Puerto Montt.
También
se capacita a profesionales y técnicos, y se realizan campañas de
prevención e investigaciones científicas destinadas a mejorar los
tratamientos.
Entre
los diferentes programas que tiene la corporación destaca "Casabierta",
que permite a niños de localidades apartadas de Chile, Latinoamérica y
El Caribe tengan alojamiento, alimentación y escolaridad gratuita
mientras se encuentran en rehabilitación.
Desde sus inicios, Coaniquem ha atendido a más de 100 mil niños en Chile y más de 150 mil en Latinoamérica.
Actualmente el modelo de atención de la corporación se está
implementando en 20 países entre los que se incluyen Argentina, Bolivia,
Colombia, Mexico, Venezuela, Panamá y Honduras.
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