No es lo mismo estilo que clase...



por Alfredo Jocelyn-Holt Diario La Tercero- 29/12/2012 - 04:00



“DIGAME ENTONCES, ¿qué piensa de mí hasta ahora, Mr. Evans?’ Le dije que pensaba que tenía estilo. ‘Estilo, a lo mejor, pero dicen que no tengo clase. Afortunadamente, la gente con clase suele estar dispuesta a pasar por alto esta pifia porque soy muy rico. La clase no se compra, pero se puede comprar tolerancia mientras tanto para mitigar su ausencia’” (Peter Evans, Ari. The Life & Times of Aristotle Socrates Onassis, 1986).
Onassis, personaje como sacado de una novela de Eric Ambler (autor de La máscara de Dimitrios), dio con esta filosofía de vida cuando, recién llegado a Buenos Aires y en menos de cuatro años, antes de alcanzar la mayoría de edad, “se hizo la América”, no de la mejor ni más elegante de las maneras (aunque, dicha sea la verdad, por estos lados siempre ha sido un poco así). Tiempo después afinó su “estilo”, se hizo de yates, de la isla Skorpios, de la Callas, de Jacqueline Bouvier-Kennedy-Onassis, esta última lo más estiloso, “streamline, Mad Men style” del mercadeo de la imagen de aquella época.
Hoy, en cambio, en el mundo-fiesta-de-disfraces a que se nos ha spam-invitado, cualquiera, instantáneamente si quiere, puede “producirse”, hacerse de cierta “estética”, de cierto “perfil”, “new look”, “social lifting”, o, hablemos en términos antropológicos (seamos “progres”), de esa entelequia en que todo cabe, nadie entiende y siempre vende: de “identidad”.
 A propósito de esta obsesión identitaria de ahora último, paradójicamente también por los sin rostros, el año pasado el “Personaje del Año”, según la revista Time, fue un manifestante encapuchado (“The Protester”). Bien pudo haber sido “Anonymous”, vieja máscara inglesa de un conspirador incógnito, retomada por el movimiento “Occupy Wall Street” y que también hiciera suya Julian Assange. Si Time hubiese seguido en esa misma línea este año, cosa que no ocurrió, nunca debió haber elegido a Obama y saltado a “PSY”, el showman surcoreano de anteojos oscuros, Gangnam Style, a quien el mismo Obama, según propia confesión, remeda a escondidas. Idem personaje que figurara en una fiesta de fin de año ofrecida por Piñera a sus ministros (exhibieron un video con la cara del Presidente superpuesta al cuerpo contorsionado del cantante-bailarín, las ministras hicieron de coristas). Un espectáculo patético-surrealista. En una de estas, no es que el mundo político globalizado haya hallado finalmente su máscara, sino que los rostros de los primeros mandatarios se pueden estar convirtiendo, a su vez, en máscaras de este titiritero asiático chabacano pegajoso (con mil millones de reproducciones en YouTube). ¿Secreto álter ego de quienes pretenden mandar nuestros países? Los japoneses, aterrados, no lo pescaron.
Onassis también tenía la razón. No es cuestión de estilo (estamos  siendo inundados con esto del “estilo”); es de clase, o, por lo visto, de falta absoluta de clase. Eso que la plata, el poder, el lucro, ni los votos compran o sobornan (durante este año, para un Chile escandalizado, esto, al menos,  quedó claro). Eso que hasta el viejo Marx sabía que “valía” (no plusvalía) de verdad. Esa conciencia de que se “es” cuando se tiene historia y dignidad propia, no que se aspire a “ser” y ande uno disfrazándose de cualquier cosa sin vergüenza.

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