Lo que podemos hacer y lo que esperamos de quien todo lo puede...‏



¿Hacer o esperar?

 por Andrés Arteaga Manieu


ÇObispo Auxiliar de Santiago
Diario El Mercurio, domingo 16 de diciembre de 2012

¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que suscita la predicación de Juan el Bautista. Y que surge de la conciencia de cualquier persona que quiere vivir la vida con profundidad. ¿Qué debemos hacer? Juan no responde a todos de la misma manera, a cada uno le da una respuesta particular. Hay una palabra para cada uno, porque nadie queda fuera de esta invitación: desde los discípulos de Juan hasta los publicanos, todos están llamados a preguntarse ¿qué debemos hacer? Ciertamente, hay elementos en común: todas las respuestas apuntan hacia la fraternidad, a reconocer al otro no como un medio para mi propio beneficio, sino como un hermano con quien compartir. Frente a estas respuestas, también en cada uno de nosotros surge la pregunta: ¿qué debemos hacer?
Pero Juan el Bautista no es todavía portador de la plenitud del evangelio, sino de su preparación. Su predicación todavía contiene una visión amenazante de Dios. El evangelio propiamente tal lo trae Jesús. La pregunta que suscita la predicación de Juan el Bautista pone el centro en lo que nosotros debemos hacer, pero el evangelio pone el énfasis en la acción gratuita de Dios en favor de nosotros: el centro del evangelio no está en lo que nosotros hacemos, sino en la acción de Dios, por medio de Jesús. Por ello, la pregunta que suscita el evangelio es, más bien, ¿qué podemos esperar? Por ello la esperanza está al centro del cristianismo. La esperanza nos proyecta más allá de nuestras posibilidades concretas. La experiencia humana nos muestra hasta la saciedad los límites de nuestra acción, la fragilidad de nuestros propósitos y la parcialidad de nuestros logros. Esta experiencia nos indica que nuestras propias acciones son incapaces de darnos la plenitud que deseamos. Incluso la actual expectativa de que viene un benéfico cambio de era es expresión de otra convicción humana más profunda: no somos capaces de alcanzar con nuestras propias acciones aquella plenitud que buscamos. Y el evangelio responde al ser humano de la manera más simple: aquella plenitud que nosotros no podemos producir, Dios mismo la ofrece como un don. Así, todas las exigencias evangélicas no son sino la respuesta a la gratuidad de Dios que exige entrar en la dinámica de la gratuidad: por ello, la esperanza cristiana, exige ver a los demás no como medios, como adversarios o como competidores, sino como hermanos.

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