Expresiones manidas por Agustín Squella


Diario El Mercurio, Viernes 21 de Diciembre de 2012 
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Nada tengo contra el habla común, que es rica en términos expresivos y de la que participo con alborozo, pero lo que pueden atorarme son las expresiones manidas, los clichés, esas frases trilladas e insustanciales que se repiten casi en todo encuentro o conversación.
¿Se acuerdan de que hasta hace poco cada vez que uno respondía "bien" cuando otro le preguntaba cómo estaba, nuestro interlocutor soltaba el consabido "qué bueno", pronunciado siempre con una entonación aguda que resultaba insoportable? Hoy se ha impuesto otra moda: decir "cuídese" a la persona de la que acabamos de despedirnos. Era tanto lo que me decían "cuídese", particularmente alumnos, secretarias, colegas, mozos de café y cajeras del hipódromo -toda gente que me quiere bien-, que por un momento llegué a pensar que debía lucir muy mal, de manera que llegaba a casa y me miraba en el espejo para comprobar mi aspecto, pero éste era el mismo de siempre. Ni mejor ni peor que todos los días. Sí, se trata de una expresión de cordialidad, con la que se quiere decir "me gustaría verlo la próxima vez tan bien como ahora", pero, amén de encender una innecesaria alarma, parece enteramente fuera de lugar.
"Reinventarse" se usa para informar que alguien cambió sencillamente de trabajo, o que fue despedido de éste, como si alguna vez alguien se hubiera inventado a sí mismo, mientras que "reencantar", aplicada majaderamente a la política, es otra muletilla absurda que también promete lo que no puede, puesto que la política es una actividad que nunca ha estado propiamente encantada. A nuestros políticos les gusta también la bella palabra "sensibilidades", pero que emplean para aludir a los salvajes grupos de poder que al interior de un mismo partido se hacen continuas encerronas y zancadillas.
"Tirar toda la carne a la parrilla", junto con tratarse de una expresión manida, es bastante ordinaria, tanto como estas otras de los políticos: "estoy disponible" (cuando quieren que los llamen) o "pienso privatizarme" (cuando los han despedido). Y a propósito de "parrilla", resulta llamativo que los administradores de espectáculos la empleen en reemplazo de "programación", de manera que el Festival de Viña hace años que no tiene programa, sino parrilla. Bueno, quizás ello se deba a lo quemados que salen de él no pocos artistas que llegan allí con grandes expectativas y que más tarde, sin la ansiada gaviota, declaran que van a "reinventarse".
"Crecer", como si uno fuera una planta, y hacerlo todavía a partir de hechos dolorosos de la vida, es ya un abuso, porque uno a lo largo de la vida no crece, se encoge, como recuerdo que escuché decir a Matta en París, cuando alguien observó que lo notaba más bajo. "Es que me voy acercando a la tierra", respondió el notable pintor.
"Hacer la pega" pone también los nervios a prueba, sobre todo en boca de políticos que creen que usando un mal lenguaje serán considerados más cercanos a la gente. Tenemos trabajos, no pegas, y ni siquiera empleos, y ya va siendo hora de que alguien explique en qué momento sustituimos "trabajo" por "empleo" (una degradación) y "empleo" por "pega" (otra degradación).
"Creerse el cuento", o sea, inflarse, va también de boca en boca, y a menudo traemos desde el extranjero a expertos en liderazgo positivo que todo lo que dejan aquí son frases como esa. Lo raro es que exista gente que pague elevadas matrículas por escucharlas.
"Sí o sí", para enfatizar una afirmación, me hace recordar ese peculiar invento nacional que fue el Partido de Centro Centro.
Los comentaristas deportivos aportan lo suyo: ya no hay patadas, sino "patadones"; atajadas, sino "tapadones"; y tampoco buenas campañas, sino "campañones". Los estacionadores de autos, que popularizaron "dama", a veces exageran con "mi dama", mientras que los opinantes radiales no paran con "al final del día" y "raya para la suma".
¿Y cómo no mencionar "cachái", la habitual y rotunda confesión de que estamos conscientes de que hablamos mal y que los demás no nos entienden?

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