El mejor juguete es la imaginación de un niño



Raúl Zurita escribió en su poema Áreas Verdes:
Hoy laceamos aquel animal imaginario
que correteaba por el color blanco.

Por ahí va la cosa.

Roberto Merino escribió en otro lugar
que no sabía a qué pelafustán
se le ocurrió alguna vez
que los niños necesitan
estímulos de naturaleza histérica
para vivir sin aburrirse.

Los jugueteros y los fabricantes 
de juegos de video,
los animadores de todo tipo,
lucran con la explotación
de dicha naturaleza histérica
permanentemente estimulada.

Pero es como fuego de artificio:
mucho deslumbramiento
que una vez concluido
sólo queda humo...
y uno no recuerda muy bien
qué vio, hasta que se repite el estímulo.

Un atardecer puede llegar a conmover
por su belleza.  Hay allí una luz
que ilumina, que enseña otras bellezas 
más que concentrarse en deslumbrar o encandilar.

El motorcito de dos tiempos que mueve a un niño
es la curiosidad y el escapar del aburrimiento.

Muchas veces el niño no sabe lo que quiere,
sólo que quiere que lo sorprendan.

Y conseguir lo que uno quiere
es más fácil que saberlo.

La sed de aventuras,
el espíritu de exploración.

La búsqueda de lo desconocido.
El hambre de heroísmo,
de lograr ver qué hay más allá del horizonte.

El dar vida a personajes,
desarrollar artes de la representación;
recrear el mundo que les rodea
con las coordenadas de la inocencia.

A ojos de un niño, lo imposible es lo más natural.

Cuando se rompe el flujo natural de las cosas,
a veces provoca una oleada de pensamientos
que los adultos entendemos como poéticos
pero que para un niño es, simplemente, lenguaje.

Los niños juegan en serio.
Se lo toman muy a pecho.

Es la forma en que, disfrutando,
van camino a la madurez:
por ensayo y error;
aprenden a competir
y también a compartir.

Aprenden a respetar turnos,
el valor de la lealtad y honestidad;
a reconocer los espacios
para desarrollar la improvisación,
la fantasía y la creatividad,
así como la gratuidad
y el valor de la amistad.

Los adultos inmaduros y con recursos
trabajan para costearse sus juguetes caros.

Los adultos que han conservado
el niño en su interior,
no necesitan más que recurrir
a ese niño para convertir
la vida en un juego
en que se nos va la vida.

La madurez se alcanza cuando
se recupera la alegría y seriedad
con que jugábamos de niños…

El juguete es el profesor de un niño...

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