China vs. Japón por Joaquín Fermandois



Diario El Mercurio, Martes 11 de Diciembre de 2012 
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En Chile hemos puesto énfasis en la importancia de la creciente relación económica y del paralelismo político entre Chile y Perú, para compensar los disgustos y la piel fina que caracterizan los sentimientos mutuos. No se trata de una premisa falsa, aunque sí incompleta. El desafío parece hallarse en un trabajo arduo en las relaciones políticas y culturales.
Por comparación, el caso más preñado de incertidumbres para un largo futuro es el de China en relación con Japón. Desde el punto de vista económico, ambos son los "gigantes-maravilla" en la forma como asumieron el desarrollo con procedimientos creados en otro mundo cultural. Japón lo hizo desde fines del XIX hasta llegar a lo que se llama desarrollo maduro hacia 1960. En China, en lo básico, tiene poco más de 30 años, y todavía tiene por delante varias décadas para que la gran mayoría de la población arribe a esa condición. Los nipones son 128 millones; los chinos 1.300 millones. Eso indica mucho, aunque China es la segunda economía del mundo y Japón la tercera, demostrando el verdadero carácter de gigante económico de este último país, y los dos interactúan en lo económico. En los últimos años, China ha desplazado a EE.UU. como el primer socio comercial de Japón, amén de las inversiones que allí se tienen, y comienzan las primeras inversiones chinas en el mismo Japón.
Gran sarcasmo, las percepciones políticas se han ido llenando más y más de desconfianza. Tienen un origen histórico bastante concreto: de la penetración extranjera en China en el siglo XIX, la japonesa arribó al final del mismo y se extendió hasta 1945, dejando la impresión más fuerte y más trágica. No es sólo la memoria, sino que en esta especie de fusión de nacionalismo y comunismo en que consiste la China actual, la furia retrospectiva frente a Japón ha ido siendo exacerbada como empresa consciente. Ha llegado a ser una suerte de doctrina de Estado, aunque en China todo lo que sea vida oficial se la camufla bajo frases de buena crianza. Haga lo que haga Japón, lamente cuanto lamente lo que hizo durante las guerras y la ocupación, siempre será considerado insuficiente y se exigirá más. Japón lo sabe y por eso arrastra los pies en el asunto, y dentro del país hay opiniones encontradas por el tema, aunque casi todos desconfían de Beijing.
No es sólo Japón el tema, ya que casi todos los países de la zona tienen algún temor a China. No por su desarrollo económico, en el que están interesados, sino por la preeminencia política y estratégica que traerá consigo. El caso de Japón tiene más relieve, porque el nacionalismo chino crece a sus expensas. Puede ser que esa malquerencia tienda a disolverse, pero la experiencia de situaciones comparables enseña que este tipo de sentimientos perdura y entorpece las relaciones. Si uno fuera japonés, se preocuparía por los nietos. Por más que Japón sea la tercera economía del mundo y en muchos sentidos un país magnífico, el tamaño del territorio sigue siendo un factor y es lo que lo hace especialmente vulnerable.
Queda una ventana de esperanza. En general, se ha observado que los países democráticos no van a la guerra entre sí. No es una regla infalible (nada humano lo es), pero la tendencia es señera. Mucho dependerá de si en China existe en un futuro no lejano una convergencia con los valores y prácticas de la sociedad abierta. Cierto, no tiene nada que ver en este sentido con la China de Mao, pero aún está bajo el soplo de su historia de poder total. Los sentimientos por una especie de violación en el pasado no van a desaparecer en China, pero podrían ser canalizados en una memoria no agresiva. Es un camino no sólo aconsejable para el Mar de la China.

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