Bachelet: El estruendo



FERNANDO VILLEGAS

 Publicado en La Tercera, 27 de diciembre del 2012
“Por la boca muere el pez”, dice el viejo refrán. Su premisa es que callando no se comenten errores o se profieren juicios u opiniones que se presten más tarde a los ataques. “No dar flanco”, decimos en Chile, nación particularmente inclinada a la mala leche, a buscar cómo y dónde hacerle daño al prójimo. Por eso es un consejo acertado, aunque al mismo tiempo mezquino, mediocre, más bien tristón. Es la estrategia de ocultamiento y camuflaje de los mamíferos de pequeño calado. Callando no se cometen errores, pero tampoco aciertos; no se contribuye, no se aporta, no se participa en el juego de la vida, en la circulación de las ideas. Hasta un mal juicio podría ser preferible al silencio; al menos permite reforzar el que es correcto afilando su valor de verdad.

 El silencio es, al menos, una cualidad ambigua. Algunos lo han exaltado, otros todo lo contrario. Según Francis Bacon, “es la virtud de los tontos” y George Eliot dijo una vez que “los discursos son a menudo estériles, pero el silencio no necesariamente impera sobre un nido repleto; el búho que mira sin decir nada bien puede estar empollando un huevo podrido…”. Por otra parte, otro filósofo y ensayista, Thomas Carlyle, dijo que “bajo todo discurso que pueda ser bueno hay un silencio que es todavía mejor…”

¿A cuál caso corresponde el silencio o silencios de Michelle Bachelet? ¿Un acto de sabiduría preferible al discurso o un acto de precaución con algo o mucho de coñetería intelectual y política, una represión de la lengua mirando de reojo los votos, las alianzas, los trajines de sus escuderos, los caudales que se esperan en las urnas?

Razones

Hay muchas razones para los silencios. Puede no haberse llegado todavía a una conclusión y es, entonces, la inescrutable caparazón que encierra un prolongado acto de pensamiento. O al contrario, puede haberse llegado ya a una conclusión, pero no se considera sea el momento de pronunciarla. Todo tiene su tiempo, decía la Biblia. Hay veces, incluso, que el pensamiento habitando ese silencio es tan profundo y/o complejo que no se halla modo de expresarlo con palabras. Es lo que le sucedía a Einstein cada vez que una señora le pedía una explicación en dos o tres frases de la teoría de la relatividad especial. Sin embargo difícilmente esto último sea el caso de doña Michelle. Es de dudarse que la completa agenda socialista, concertacionista, progresista y revolucionaria, todas juntas, sumen lo suficiente como para algo más complejo que una regla de tres simple. Probablemente el de la señora Bachelet sea una mezcla de los casos A y B. Del primer caso, porque en el discurso y pensamiento “progre” de hoy la receta para resolver los problemas de la humanidad y hasta de la galaxia es una articulación más o menos convincente -según quien la diga y cómo la adorne- de una serie de generalidades que no resulta difícil de conseguir y alcanzar, porque está a la mano de los demagogos desde tiempos remotos; también del segundo caso, porque siendo como es una agenda de vaciedades retumbantes, más vale no decirlas con demasiado adelanto, no sea que se note su inanidad.

Esperanzas

Pero bien podría ser el caso que el largo silencio de Michelle Bachelet y su necesario complemento, las interpretaciones llevadas acabo por sus mistagogos, comenzando por las de su gurú oficial, Osvaldo Andrade, sean el preámbulo de una maciza, profunda, perceptiva y astuta visión de la historia presente y futura en virtud de la cual, una vez conocida, se reordenará su coalición, se despejarán dudas, se aclararán puntos y se ofrecerá a la nación la fórmula para resolver todos sus problemas. Es posible, quien sabe, que tras frases aparentemente inocuas tales como “crecimiento con equidad”, “acabar con los abusos”, “mejorar la calidad de la educación”, etc., se escondan pensamientos y programas de alcance inusitado. Es lo que toda persona en su sano juicio espera porque, sin duda, la señora Bachelet tiene muy buenas posibilidades de éxito y en ese caso lo único que desea cada ciudadano es que, en efecto, su eventual gobierno ofrezca respuestas creativas y fructíferas. En este sentido su silencio resulta esperanzador, porque permite depositar en él una enorme cantidad de ilusiones. Por lo tanto se trata, es de temerse, de una esperanza de doble filo, porque sólo pueden depositarse muchas cosas en una alacena vacía.

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