Nuestras horas cubren muchos vacíos y son pasto de inconducentes esperas...‏



Un descubrimiento

por Roberto Merino
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 18 d noviembre de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/11/18/al_revista_de_libros/comentario_de_libros/noticias/454F5846-D21A-40C5-BA81-404F4C952B2B.htm?id={454F5846-D21A-40C5-BA81-404F4C952B2B}

Hay, en la vida de todo el mundo, un descubrimiento esencial que para algunos constituye un dolor perdurable: que la vida misma carece de la intensidad de las historias ficticias. Casi en todos los casos, enrumbados hacia los doce años hacemos un alto y miramos las cosas con distancia: nos damos cuenta de que nuestras horas cubren muchos vacíos y son pasto de inconducentes esperas. No hay en ellas maravillas mayores, ni heroísmos, ni prodigios. Ya nunca llegó nadie a ofrecernos huir a través del mar, cruzar países en guerra, pernoctar en cuevas, manejar autos de carrera o lanzarnos en paracaídas.
La generación de nuestros padres alimentó la imaginación con las historias de Salgari, autor que a nuestros tiempos -los de la infancia- ya llegó un poco desmayado, considerando que teníamos a la mano o ante los ojos aventuras de más rápida asimilación en las series televisivas. "Perdidos en el espacio", "Los invasores", "Viaje a las estrellas", todas esas antiguallas, hoy convertidas en factores de culto, las vimos directamente, sin que hubiera rasgos formales que nos permitieran cuestionar su contemporaneidad. Pero como la televisión empezaba tarde y terminaba temprano, quedaba espacio en el día para dedicarle a la lectura, en cuyo alcance también caían aquellos libros que habían fascinado a nuestros padres.
Yo recuerdo haber vivido de muy chico una experiencia de mágico entusiasmo con Huckleberry Finn . Por un motivo que no tenía nada claro, aquellas correrías por campos desconocidos me producían la sensación de que mi vida carecía de encanto, que era, en definitiva, un destilado bastante fome, y, decidido a cambiar de raíz la situación, organicé con otros niños el asalto a la empleada de mi propia casa para robarle una bolsa de pan. Cuando pasaron las risas de los adultos me di cuenta de que lo mío no había pasado de ser una broma. Me parece que el momento siguiente fue particularmente intensivo: tuve conciencia de estar en una coherencia opresiva -la realidad- que nada tenía que ver con la adrenalina de las pillerías.
Es claro que en una etapa posterior, la adolescencia, buscamos otra vez el reencantamiento, pero esta vez contra el mundo. Esto explica el éxito que adquieren entre los jóvenes muy jóvenes los personajes de Camus o de Salinger, e incluso la turbia entidad que habla en las páginas de Lautréamont. A la luz de lecturas casi secretas procuramos irradiar un misterio personal, administramos los silencios, rehusamos las fiestas con una sonrisa desdeñosa.
No sé cuánto de esas ingratas identificaciones queda en la base de nuestra personalidad. A veces, cuando protagonizo algún arranque antisocial, me siento tributario del adolescente que fui. No obstante, contrariando los expedientes biográficos, me parece que la vida, en su neutralidad, es a menudo más entretenida que la literatura de aventuras exóticas o de peripecias existenciales

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS