La humildad: esa minucia que lo cambia todo...‏



Quizá una golondrina hace verano
por Joaquín García Huidobro
Diario El Mercurio, Domingo 18 de Noviembre de 2012


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"Yo reconozco que la responsabilidad por haber adelantado esta campaña de vacunación es completamente mía", dice el ministro Mañalich, explicando los problemas comunicacionales que trajo consigo. Él no despide a un par de asesores ni le echa la culpa al empedrado: da la cara, reconoce sus errores.
Carolina Tohá, por su parte, no dice que ganó porque su campaña fue muy ingeniosa, o porque la Concertación es magnífica. Su receta es muy distinta: la oposición ganó en Santiago porque fue humilde, porque aprendió de sus errores, escuchó a la gente, e hizo un programa "desde abajo", atendiendo a las necesidades reales de las personas. "Estamos intentando hacer las cosas de otra manera", reconoce la nueva alcaldesa, pero "eso requiere una actitud muy humilde de parte de las fuerzas de la oposición".
Algo interesante está pasando en nuestro país. ¿Quién habría pensado hace un año que esas personas, que no se caracterizan por una baja autoestima, estén introduciendo en nuestra política una categoría nueva, la humildad?
Pero no son los únicos. "Voy a cambiar mi comportamiento, seré más humilde", dice Pedro Sabat. Nada de aplanadoras ni de actitudes impositivas: "Voy a hacer lo mejor posible para ganarme el corazón de los que no votaron por mí", señala. Aparentemente se quedará con la alcaldía, pero el día de su supuesta derrota no dudó en felicitar a su contendora, reconocer sus méritos y ponerse a su disposición.
El caso más notable es el del senador Camilo Escalona. El político arisco y agresivo de antaño ha sido desplazado por un hombre que escucha, que busca el entendimiento, que no tiene tiempo de pensar en sus fobias porque le preocupa el futuro de Chile.
¿Cambiaron sus ideas políticas? No, son las mismas, pero las expresa de manera muy distinta. Él puede seguir siendo el más socialista de los socialistas, pero eso no significa negarse a la autocrítica y desconocer los méritos de sus adversarios.
Este cambio no le ha salido gratis al senador Escalona: hoy sufre la incomprensión de los apóstoles de la política pequeña, pero ¿quién se acordará de ellos dentro de 50 años, cuando empiece a escribirse la historia de este período de nuestra vida nacional?
¿Qué valor tienen todas estas señales? "Una golondrina no hace verano", decía Aristóteles hace muchos siglos. Todavía es pronto para saber si se trata de hechos aislados o si, poco a poco, a uno y otro lado del espectro político se insinúa un nuevo modo de hacer política. Es un estilo diferente, que deja de lado la arrogancia y la prepotencia, e incluye, como la cosa más normal del mundo, el reconocimiento de los errores y la atención a las propuestas de los que piensan distinto.
No se trata aquí de ser ingenuos, y pensar que la política es una historia del antiguo Hollywood, donde al final siempre se hacía justicia. No se puede negar que la arrogancia es una maleza que crece muy rápido en el jardín de la política. Aquí no siempre ganan los buenos, pero en los últimos tiempos las urnas han castigado a los arrogantes. Es cuestión de preguntarles a Sarkozy, Berlusconi o Rodríguez Zapatero, que han pagado caro su engreimiento. Cristina Fernández ve con horror cómo sus sueños corren el riesgo de transformarse en una amarga pesadilla.
Pero no hay que ir al extranjero para encontrar ejemplos negativos. La prepotencia está lejos de haber desaparecido de nuestro medio. Pensemos, por ejemplo, en la forma destemplada con la que, en esta semana, se echó al entrenador de la selección nacional de fútbol.
Es posible que el ciclo Borghi no diera para más, pero no se echa a los entrenadores en el camarín. No al mejor técnico de América en 2006, ni a nadie. El Sr. Borghi no es un criminal, sino simplemente el Bichi, un hombre cuyo único delito es haber fracasado. Pero la arrogancia no es capaz de hacer estos matices.
Maldad habrá siempre, en política como en cualquier otra actividad. Pero nuestra experiencia y la de otros países parecen mostrar que la arrogancia empieza a ser un vicio poco popular. Veremos qué novedades nos traen las presidenciales. Esta semana hemos visto el lanzamiento de la ingeniosa campaña de Andrés Velasco, con la "V" de "voy", "voz" y "victoria". En una de esas, su exitismo, como el de otros, puede terminar en otra "V": la de "vacío", "vergüenza" y "vencido".

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