El presidente desguañangado por Juan Guillermo Tejeda



Diario Las Últimas Noticias
Miércoles 21 de noviembre de 2012

Hay un presidente excéntrico,
o quizás sensato, José Mujica,
de Uruguay, que se resiste, dice,
a andar disfrazado de presidente.

Así es que va con su ropa de siempre,
alejado del glamour,
usa un celular medio viejo,
y sigue viviendo donde antes,
en una chacra sin elegancia alguna.

No se afeita mucho, y en conjunto
da el tipo al que los guardias
de cualquier palacio presidencial
conducirían de inmediato a la salida.

Los presidentes se disfrazan
habitualmente de presidentes.
Apenas asumen les brotan
unos trajes de hombreras
y telas fabulosas
que caen perfectamente.

Van con comitiva, una sonrisa
y la camisa sin transpirar.

Pertenecen, por presidir países,
a una categoría aterciopelada y veloz
con olor a colonia cara, y hablan
con sus iguales que andan todos iguales.

Pero no sólo los presidentes.

Pareciera que cualquier actividad
que hagamos nos fuerza 
a adoptar algún disfraz, algún traje
junto a un kit de modales y gestos.

De niños íbamos disfrazados de colegiales.
Los empleados van rigurosamente de oficinistas,
como los obreros, los ministros, 
las señoritas de isapre, los carabineros,
las cajeras de supermercado.

Incluso podría decirse que
cuando comparecemos ante la suegra
nos disfrazamos de yernos interesantes
pero sumisos, tal como al ir a la playa
nos ponemos el disfraz de veraneantes
sometidos a la dicha obligatoria.

El disfraz hace las cosas
más fáciles al comienzo,
pero termina por extenuarnos.

La elección de las prendas y ademanes
obedecen más a un estándar
que a lo que sentimos como seres humanos,
y es que uno es muchas cosas a la vez
y quizás ninguna del todo.

Cuando Michelle Bachelet era presidenta,
la disfrazaban sus asesores
con unos buzos rojos o azules o blancos
como de bandera chilena.

Lagos andaba vestido
de mandatario radical
de los años cincuenta,
y se le veía cómodo.

Obama va claramente disfrazado
de President of the United States of America,
aunque a veces anda de relax
y se pone traje de relax con la señora
y las niñitas también en disfraces de relax.

La gracia de Mujica 
es que no se disfraza de nada
sue no sea él mismo,
y por lo tanto su branding,
su imagen corporativa, 
es ésa, desguañangada 
que se decía antes, sin corbata.

Él quiere ser él mismo.

Sin embargo, cuando,
disfrazados de ciudadanos,
nos encontramos
con un presidente o un patriarca ruso
que nos saluda o nos da una medallista,
lo queremos con uniforme completo,
firme en su rol, y ojalá que nos hagan una foto.

No nos interesa el ser humano
sino la dignidad e importancia del cargo,
que es justamente de lo que Mujica huye.

Disfrazarse o no disfrazarse.
Dejarnos devorar por los roles o resistirnos.
Ser o no ser. Ése es el dilema.

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