¿Majaderos? por Pedro Gandolfo



Diario El Mercurio, Sábado 29 de Septiembre de 2012 


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No. Me parece que los estudiantes tienen buenas razones para no claudicar en sus movilizaciones, sea frente a este gobierno o a cualquier otro. Quizás es difícil colocarse en el punto de vista que ellos defienden, pero vale la pena hacer el esfuerzo. Se podría decir que el ángulo desde el cual están juzgando el sistema educativo actual no es tanto el de la educación misma, sino el de sus consecuencias sociales: las familias y alumnos más pobres o vulnerables del país, lejos de ser favorecidos por aquél -sostienen-, son perjudicados porque éste refuerza las desigualdades socioeconómicas iniciales y, todavía más, incentiva la segregación social, es decir, la separación, exclusión y la falta de cohesión y colaboración entre los distintos segmentos sociales. Es una acusación tremendamente grave.
Así, aunque bastante olvidados de los valores que posee la educación en sí misma, ponen el énfasis en su "utilidad" y les escandaliza que no sólo la educación chilena no esté sirviendo para disminuir las brechas de desigualdad económicas, sino que además se encuentra ahondando las diferencias sociales, clausurando a las personas en las circunstancias de nacimiento y disminuyendo, por consiguiente, su ya reducida movilidad.
La segregación social, como se advierte, es un paso más allá que la desigualdad económica (que en Chile alcanza niveles horrorosamente amplios), porque -y en esto es cercana a la "discriminación"- impone barreras entre las personas y grupos basadas únicamente en su procedencia social. En una sociedad en la cual la segregación social es muy alta se generan valores y comportamientos tales como soberbia, injusticias, malos tratos, desprecio, falta de solidaridad, conflictos o, para emplear términos cristianos, falta de amor al prójimo y caridad. La paradoja de la segregación es que, mientras más fuerte sea, más invisible se torna, porque la homogeneidad del entorno social la enmascara y el prójimo se convierte en "gente como uno", un par, y no una persona diversa a quien hay que ayudar, incluir, respetar y, sobre todo, percibir como valiosa para mí y para todos.
Es posible que en la sociedad chilena hubiese siempre existido esta tendencia, y que sea un espejismo atribuirle las responsabilidades de la misma a la mala educación, y una ilusión pensar que sólo modificando el sistema de financiamiento de ésta se va a conducir a la disminución de aquélla. Pero también es cierto que "el gran consenso educacional" que desde la élite viene repitiéndose desde los años 90 o desde antes envuelve un trato: a cambio de 12 o más años de estudios obligatorios, aseguro mayor bienestar e integración social. Ese trato ha sido y sigue siendo sistemáticamente infringido para los sectores más pobres y vulnerables por quien debe cumplirlo.
One Comment:
El problema no son las movilizaciones.  La gente tiene el derecho a expresarse, eso sí por los cauces establecidos en una democracia.  El problema es cuando hay intelectuales que validan la violencia, diciendo que hay que escucharla.  Uno puede escuchar argumentos pero no el lenguaje de la violencia que pretende por la vía del amedrentamiento obtener sus objetivos.  El fin no justifica los medios, porque al final pervierte cualquier fin noble por vías ilegítimas e inmorales.  Ahora, el problema es que ni la policía ni los medios parecen actuar con inteligencia. Encapuchados que queman buses, no son consecuencia de la desesperación, es producto de un plan perfectamente coordinado, a sabiendas de la lentitud de reacción de la policía.  La Iglesia de la Gratitud Nacional no fue quemada, debido a que los trabajadores que estaban trabajando en su interior restaurándola (por los daños que causó el terremoto de febrero del 2010) utilizaron extintores.  El carro lanzaaguas (el famoso guanaco) se demoró eternos minutos para llegar a la esquina de Alameda con Cumming, a cinco o seis cuadras de La Moneda.  No puede ser que se debata el tema de la educación, exclusión, etc., haciendo caso omiso de la violencia y destrucción en las calles.  No es verdad que la capucha sea el rostro del pueblo.  El que esconde la cara es un cobarde, punto.  Lo admirable es quien está dispuesto a dar la vida por una causa noble, no el que lanza la piedra y esconde la cara; o el que los ampara. Si hay injusticias, luchemos con medios legítimos para hacer un país más justo y solidario.  Si uno piensa que ese camino no va a cambiar el sistema de cosas, no pretendan que hay impunidad o que van a saltarse la Constitución que rige para algunos y para otros no, como en la Araucanía.  El problema no son las reivindicaciones.  El problema es la pasividad (que no es lo mismo que ser pacífico) y la ausencia de un consenso acerca de la importancia de la necesidad de un Estado de Derecho. Se exige más Estado, pero este último, que es tal vez el más importante, el rayado de cancha en el juego democrático y en la supervivencia de la nación, brilla por su ausencia.

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