Filarmónica de Berlín

Filarmónica de Berlín

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Asistir a un concierto en la Filarmónica de Berlín debe ser una de las experiencias más sublimes que una ciudad pueda ofrecer a un habitante.
Su historia data de fines del siglo XIX, y por ella pasaron importantes directores como Richard Strauss, se estrenaron obras dirigidas por sus autores y se realizó la primera grabación discográfica de la historia de una sinfonía completa, en 1913: la Quinta de Beethoven. El edificio que la albergaba fue bombardeado en el 44, lo que obligó a trasladarla a un antiguo cine en el barrio de Steglitz, y allí funcionó hasta el año 1963, cuando el arquitecto Hans Scharoun inauguró el nuevo inmueble que la cobija hasta hoy, cerca de Potsdamerplatz.
La obra es mucho más que un simple edificio y en él tiene lugar una infinidad de actividades culturales relacionadas con la música, dirigidas por los mejores directores, con asistencia masiva y entradas asequibles, en ubicaciones preferentes, incluso para los bolsillos de estudiantes.
Se trata de un conjunto de tres edificios que combinan el museo de instrumentos musicales, la gran sala para orquesta y la sala menor para música de cámara, todas éstas relacionadas por un espacio de foyer común que funciona como punto de encuentro y sociabilización.
La experiencia de asistir a un concierto comienza al llegar, cuando sorprende el extraño perfil de la obra, que no se parece en nada a ninguna arquitectura que hayamos visto antes. Al entrar, llama la atención la calidad, sencillez y a la vez complejidad con que está resuelto cada uno de los espacios. Al centro hay una barra que ofrece champán, vino o agua, y sobre nosotros un cielo de geometría variable que combina planos inclinados, escaleras y plataformas cuya lógica no logramos entender. Parece un caos geométrico controlado, producto del capricho formal de Scharoun.
Pasamos a la sala que tiene un sinnúmero de accesos, (todos posibles para personas con discapacidad). No hay atochamientos ni empujones debido a que el público se distribuye en un árbol de pasarelas.
Al entrar, la sorpresa es total: cada asiento está dispuesto a una altura distinta y con un determinado ángulo que permite al espectador la mejor de las experiencias tanto visual como auditiva. Al ver esta serie de terrazas en torno a la orquesta, uno entiende que la espacialidad del foyer es el negativo de la sala, y que esa extraña geometría que nos parecía antojadiza, es el resultado del diseño acústico y escenográfico.
Al comenzar la función uno no sólo disfruta la música y la belleza de la orquesta, sino además recorre con la vista una y otra vez la sala, los balcones, el cielo, las lámparas, el muro perimetral revestido en madera, los antepechos de los balcones en mármol blanco, el piso de madera. Todo un conjunto de espacialidad y materialidad que dan a este lugar una atmósfera cálida donde predomina una luz tenue, amarillenta, que hace que el ambiente se torne dorado y viva una especie de viaje al interior de la música, en armonía con 1300 personas que disfrutan en silencio de este maravilloso lugar.

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