Por Óscar Ríos**. ilustración Francisco Javier Olea.(**Director Área Teoría e Historia Escuela de Diseño UDP). Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 4 de septiembre de 2012 http://diario.elmercurio.com/2012/09/04/ya/_portada/noticias/7F282072-7F8C-478D-B72C-46C6201ED862.htm?id={7F282072-7F8C-478D-B72C-46C6201ED862}
Cuando le piden al artista pop norteamericano Jim Dine pintar su autorretrato, la respuesta y el resultado no pueden ser más atípicos: pinta cuatro veces su propia bata, esa prenda casera con la que se arropaba cada vez que trabajaba en su taller. La bata, la textura de la tela anudada a la cintura se convertía en una representación de su propio usuario, de un modo de vida, de estar vestido en la intimidad y comodidad de esa prenda. Para Jim Dine, la bata es su propio autorretrato, en una ironía donde el hábito se hace símbolo para decir: "Yo soy mi bata o yo soy lo que visto".
Aparentemente superficial e irrelevante, la vestimenta es el tema de una rutina cotidiana de la que no podemos escapar. Es algo personal e íntimo, difícil de ser ventilado en un contexto académico.
Revisar algunas peculiaridades de códigos, convenciones, estilos y lenguajes de la vestimenta nos permite mirarnos en una suerte de espejo semiótico que nos retrata de cuerpo entero, ya no sólo a nosotros mismos de manera convencional, sino como el resultado visual de un sistema estructurado de decisiones entre la pertinencia y la pertenencia de lo que consideramos apropiado o no ocupar como vestimenta.
"La moda no incomoda", reza un antiguo dicho popular que no deja de tener una cuota de sabiduría. Hay que arreglárselas para estar cómodos con el traje, con el gusto personal y con la convención imperante, para ser aceptados y encajar en un sistema perfectamente estructurado, con reglas, leyes y todo eso. Parecen arbitrarias, pero en el fondo corresponden a las necesidades y exigencias expresivas de una época. La moda pone nombre y actitud a la realidad política, económica y cultural de su tiempo. Sea por afirmación o negación, opera como un proceso social de comunicación. Al ocultar, sugerir o revelar abiertamente el cuerpo, no hace otra cosa que manifestar expresivamente una voluntad estética. Ahora bien, en materia de expresión y de estética, la cosa se complica porque la moda es un asunto mental cuyas interpretaciones varían, evolucionan, anticipan o retroceden según la cultura y el tiempo. Se trata de una fuerza latente que funciona individual y colectivamente produciendo patrones y comportamientos que alimentan e informan las proposiciones de los modistos y diseñadores. Una fuerza colectiva característica de esta época que está cambiando y desorientando el modelo convencional y cíclico acostumbrado.
Al recurso de la historia y sus estilos se agrega la ecléctica espontaneidad de lo que ocurre en las calles y barrios de la gran ciudad. Moda de la calle o moda del instinto atropellan la convención, creando otras convenciones que responden muchas veces a factores que no tienen que ver con el culto a la prenda específica, sino con una actitud que construye un sistema paralelo y en contraposición a lo establecido. Las señales de la calle, de la historia y de la tradición vuelven a procesarse para crear un producto cultural: la moda como otra manera de estar en el presente.
La indescriptible y aleatoria interpretación de la forma Lo que hace a la moda algo fascinante y perverso al mismo tiempo es la facilidad con que interpreta estas complejas y variadas señales en algo tan simple y sencillo como un traje o vestido. Ésta es una de las razones que muchas veces atentan contra la respetabilidad y reconocimiento de esta disciplina como una forma de arte, la dificultad de ser tan respetable como la arquitectura, por ejemplo. Del tablero de dibujo hasta su materialización, un edificio puede tardar años para imponer su presencia inmutable en el tiempo, mientras que un prêt-á-porter se produce en poco tiempo para vivir una existencia, muchas veces, efímera. Sin embargo, ambos son artefactos de su propio tiempo que simbolizan valores de una cultura.
La moda, especialmente para la mujer, es anárquica porque propone el cambio permanente, que sin embargo está en su propio fundamento. ¿Qué puede ser más incómodo y desorientador que un proceso que da vuelta las cosas, proclamando, por ejemplo, que lo que fue negro ayer, hoy es blanco, que las faldas cortas ahora serán largas?
La indescriptible y aleatoria interpretación de nuestro tiempo por parte de la moda es, sin más, el reflejo de una cultura a la que se le acabó el siglo. Una sociedad donde coexisten pensamientos divergentes, donde el encanto y el desencanto buscan sus cauces para expresar libertad e individualismo.
De la bustomanía a la neopobreza de vagabunda exquisita Hoy día la ropa se usa para complacer a quien la lleva, impresionar a los demás y sugerir sexualidad. La cualidad funcional de la ropa de mujer cede el paso a la representación y el símbolo, redescubriendo las zonas erógenas y destacando especialmente el busto. Una historia que viene de los tiempos bíblicos, de las estrellas de Hollywood, de Jean Russell y Marilyn Monroe, del monokini de Rudi Gernreich y de la exposición del busto propuesta en 1968 por Yves Saint Laurent.
Después de camuflar el cuerpo de la mujer con metros y metros de tela durante los 70, y los trajes exitistas inspirados en la moda masculina de los 80, los diseñadores paran sus antenas para detectar el potencial que ofrece el busto, convirtiéndolo una vez más en protagonista. Azzedine Alaïa cumple un rol importante en esta materia, introduciendo el principio de seducción del cuerpo y del busto en ceñidos trajes de sugerentes y estratégicos cortes que recuerdan las incisiones en la tela de un Lucio Fontana.
La bustomanía de los 80 da un paso más y la española Sybilla levanta, adelanta y reconstituye el busto como una arquitectura que magnifica las proporciones reales de esta parte de la anatomía. También Versace llega a soluciones similares con armados, costuras y pliegues que sugieren el arte del origami. Pero esta tendencia se convierte en obsesión por el "efecto brassiére", los grandes y puntudos conos propuestos por Jean Paul Gaultier sólo pueden funcionar en el terreno del espectáculo. Irreverentes e irónicos, ponen en Madonna aquello que le falta. Una revolución de la forma y de la proporción es domesticada por la moda. La ropa íntima, los sostenes y corsés adquieren categoría de vestimenta exterior para pasearse libremente por las calles. Mientras unos estructuran, otros, en el extremo opuesto, desestructuran. Mientras unos agregan, otros quitan. Es el juego intelectual de encontrar la pureza expresiva de un traje. En este terreno Giorgio Armani es el rey indiscutido de la moda contemporánea. Como si se tratase de un Mies van Der Rohe de la segunda piel, donde "less is more" no es otra cosa que la educada revolución de la elegancia discreta y refinada. Minimalista y leve, esta expresión de la moda produce a su vez seguidores que comparten su filosofía. Donna Karan y Calvin Klein, Joseph Abboud y Louis Dell' Olio han tomado este camino entre los diseñadores norteamericanos actuales.
La moda ha estado siempre relacionada con el arte y sus expresiones en la pintura, la escultura y arquitectura. Desde Giacomo Balla, pintor futurista que propone el traje colorido y asimétrico en 1914, pasando por la pintura abstracta de Mondrian, que se convierte en vestido en 1965 según versión Yves Saint Laurent, el color y la forma de exposiciones artísticas van a impresionar telas y trajes. En el terreno de la forma como expresión pura del arte, Issey Miyake ha ido experimentando la tela y el cuerpo como esculturas blandas que se mueven. Una extraña y fascinante mezcla de la "Victoria Alada de Samotracia": vegetación, tela de cebolla, quimono y armadura oriental.
Modas de la afirmación y de la negación, de la negación, del experimento atrevido o del equilibrio y la prudencia, han ido cambiando nuestra percepción del mundo. Modernidad, posmodernidad, descontructivismo, minimalismo, romanticismo, grunge, étnico y neopobreza de vagabunda exquisita, matizan la forma. Cada cual elige su propio traje, lo interpreta, lo transforma y lo vive, porque al final de cuentas no es la ropa la que hace la vida sino la vida la que hace la ropa.
La conquista de la elegancia como conquista global y local Anna Wintour, editora de Vogue (Norteamérica) publicó en el número de septiembre de 2009 "Fashion is a religion, this is the bible". El número en cuestión va a marcar un antes y un después en la manera como Anna Wintour reescribe la biblia y las tablas de la ley de la historia de la moda, revisa sus códigos, observa sus pertinencias en un mundo cambiante donde ya no existen los fantásticos escenarios en los que se movió Balenciaga, Coco Chanel, Christian Dior e Yves Saint Laurent y, como decía Pierre Bergé, hay que readaptarse al mundo contemporáneo.
Esta readaptación no es otra cosa que una reinterpretación, aquí y ahora, de no seguir servilmente las tendencias de la moda y empezar a definir cada uno su propia personalidad, su estilo, su sello diferente de otros.
Podríamos interpretar esta búsqueda de Anna Wintour no como una imposición casi religiosa y solemne, sino como un gesto de cordura que apuesta por los valores propios de identidad que debe moldear la personalidad de quien ejerce la libertad de elegir. De hecho "elegir" viene del latín "eligere" y de ahí se desprende que la elegancia es pedir para sí tal prenda, rechazando otras.
Las columnas griegas con sus distintos órdenes y capiteles representan "El Stylum" o el sello o estilo de esos órdenes, siendo el Corintio el que define lo femenino, el Dórico al guerrero, etc. Una columna es puro estilo, las estrías o pliegues verticales representan la caída de la túnica griega, siendo el capitel la cabeza y su coronación.
El impacto editorial de Vogue, unido a la información de las redes, van a modificar la percepción de la mujer independiente, profesional y autónoma frente al tópico de la moda como una elección personal. Es así como, en el caso de la mujer chilena cada vez más informada, maneja los hilos de una cultura donde se entreteje al arte, cine y música con las decisiones y pertinencia del traje como una segunda y necesaria piel.
La chilena, comprobamos, elige el tipo de prenda que interpreta su manera de estar en el mundo, su personalidad y estilo. Tienen aplomo y postura sin caer en exageraciones, se trata de una elegancia temperada y discreta. Saben de historia, de diseñadores y modistos, tienen sus referentes. Ajenas a la experimentación transgresora, no la podemos imaginar como un collage deconstruido de un vestido-abrigo-chaqueta-blusa híbrida a la manera de Rei Kawakubo, o como una arquitectura de fachadas superpuestas basada en los planteamientos deconstructivos de Jacques Derrida.
En su lugar, la chilena elige los valores seguros de íconos creados por Coco Chanel e Yves Saint Laurent, las poleras rayadas de Picasso, la trinchera "trench-coat", los lunares o polka-dot, el blue jean bien cortado, la sahariana, el blazer azul marino, los mocasines penny-loafer, el dufle-coat o montgomery, la cartera Kelly y Birkin de Hermes, los pañuelos de seda paisley.
El vestir de las chilenas es una forma de expresión y un lenguaje hecho y derecho. Las prendas son como las palabras, las mismas con las que se puede redactar una lista para el supermercado, una novela, una carta de amor o un poema.
Las prendas son como las palabras, "con ellas se puede redactar" una lista de compra, una novela o una carta de amor.
|
▼
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS