Opinión
Diario El Mercurio, Lunes 24 de Septiembre de 2012
por Nicolás Luco Rojas
Diario El Mercurio, Lunes 24 de Septiembre de 2012
por Nicolás Luco Rojas
Mi mujer estudió diseño gráfico en la Escuela de Diseño de la UC con maestros como Eduardo Vilches, José Ricardo Morales, Natacha Moreno. Yo iba a verla a su taller y gozaba el ambiente de patio trasero con pastos silvestres. Regreso de vez en cuando, pero las cosas están tan nuevas que "mi" escenario no está. Sólo el recuerdo.
La última vez, hace unos cinco años, fui a conocer una magnífica impresora 3D, una de las pocas en Chile de esa calidad; admiré la posibilidad de "imprimir" en plástico lo que yo tuviera en la cabeza.
Después las he visto por doquier. Venden modelos más baratos hoy: entre los 580 y los 1.500 dólares. Producen una pieza o un modelo en tres dimensiones. Lo hacen ya sea tallando un bloque de plástico o bien depositando capas de plástico sobre capas de plástico, como quien construye una torta.
Esto implica que, en lugar de un mail , uno puede mandar un diseño a un colega lejano que tiene su impresora 3D y él podrá tocar los detalles de la idea, o instalar la pieza en un motor pequeño, por ejemplo.
Pero hay problemas. Los modelos son frágiles o se quiebran o pierden su forma. Es cosa de ingeniería estructural: hay puntos que sufren alto estrés como las axilas de las ramas de los robles.
Bedrich Benes, profesor asociado de la Universidad de Purdue y miembro de los Laboratorios de Alta Tecnología de Adobe, la empresa de Photoshop, en EE.UU., presentó en agosto, en la feria Siggraph 2012, una aplicación de una alumna de doctorado, Ondrej Stava, para solucionar la fragilidad. El programa hace un análisis estructural del modelo 3D, descubre los puntos problemáticos y luego propone engrosar esos puntos o aplicarles pilares. También puede proponer ahuecar los elementos muy pesados.
La aplicación no funciona en productos de alta precisión, como las piezas de motores de avión, pero sí sirve si se aceptan tolerancias. Una vía para exportar ideas sin tener que fletarlas.
Por ejemplo, en febrero conocí a Lina Nilsson, una juvenil ingeniera doctorada en Berkeley, que asesora a laboratorios científicos de países en desarrollo para que construyan sus propios equipos, convirtiendo jugueras en centrifugadoras costosísimas, por ejemplo. También diseña repuestos a imprimir en 3D, que se aprovechan en los instrumentos. Ella me dijo: "A estas alturas, ¿cómo no va a haber una impresora 3D en el país?"
En Chile hay muchas. Una, la de la Escuela de Diseño de la UC, estropeó mis recuerdos de un patio silvestre con yesos de proyectos de esculturas desparramadas junto a una pandereta. Y mi polola, ahí, maravillosa, en tres dimensiones.
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