Diario Las Últimas Noticias, jueves 2 de agosto de 2012
"¿Qué es la felicidad?
Ésa es una pregunta
que ya la borré
hace mucho de mi cabeza,
justamente poque no sé responderla",
afirma enfático ese auténtico
Mahoma carioca que es Paulo Coelho.
Y si este sabio y santo varón,
que vende libros de autoayuda
como dobladillas recién salidas del horno,
no sabe responderla, ¿cómo rayos esperan
esos maníacos que todo lo miden con encuestas
que lo haga el pobre botillero del barrio Yungay,
la enfermera que empuja la silla de ruedas
de la señora Martita por la avenida Suecia
o el chofer del Transantiago?
Resulta que en Chile un 20,8 por ciento
de los encuestados se declara
completamente satisfecho con su vida.
Sin embargo, antes de seguir,
sería bueno echar una hojeada a Freud,
quien pasando una rápida revista
a las posibilidades de sufrimiento
que amenazan al hombre
descubrió que estas son tres:
"el cuerpo, condenado a la decadencia
y a la aniquilación; el mundo exterior,
capaz de encarnizarse contra nosotros
con sus fuerzas destructoras omnipotentes,
y las relaciones con los otros seres humanos,
la sociedad".
Y agrega que, "bajo la presión de tales
posibilidades de sufrimiento, el hombre
suele rebajar sus pretensiones de felicidad,
y se estima feliz por el mero hecho
de haber escapado a la desgracia,
de haber sobrevivido al sufrimiento".
Y concluye ese viejo chivo cocainómano
que sólo existen dos maneras de ser feliz
en esta vida: haciéndose el idiota o siéndolo.
Por coincidencia, el Happy Planet Index,
que cada dos años mide el rango de
felicidad de los países del mundo entero,
nominó la mañana del pasado lunes
a Costa Rica en primer lugar
(por segunda vez consecutiva),
con Vietnam y Colombia
pisándole los talones.
Debiéramos enverdecer de envidia,
porque según los "felicitólogos"
de Happy Planet los últimos
tres puestos los ocupan
Qatar, con 25,2%; Chad, con 24,7,
y Botswana, con 22,5.
Todos, como vemos, puntúan
más que Chile según la encuesta
hecha en Chile.
Estamos, cómo no, con nuestros propios
resultados a la cola de esta cretina
competencia mundial que ignora idiosincracias,
expectativas dispares y un larguísimo etcétera.
¿Por qué no nos dejamos de pamplinas
y asumimos los chilenos de una santísima vez
nuestra condición de país aquejado
de una desigualdad abrumadora
como un tumor maligno?
¿Por qué no asumimos
de una maldita vez
todas nuestras intolerancias
y nuestras taras inmorales
contra las divergencias sexuales
de nuestros compatriotas?
Con toda modestia,
recomendaríamos borrar,
como tan atinadamente hace Paulo Coelho,
la abismal pregunta acerca de la felicidad
para abocarnos a los temas que puedan
dar verdaderas luces acerca de nuestra
sociedad en lugar de fuegos fatuos.
Coincidimos con Thomas Chalmers
respecto a que "la dicha de la vida
consiste en tener siempre algo que hacer,
alguien a quien amar y alguna cosa que esperar".
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