Olvidadizo y confundido...



por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 27 de Agosto de 2012

En el último tiempo he ido
perdiendo progresivamente la memoria.

Se me olvida todo: 
los compromisos,
las contraseñas, las ideas
las cosas que he dicho.

A veces pienso en algo -digamos 
en una persona, en una cara,
en un episodio de la vida-
y cualquier distracción me deja,
de un segundo a otro,
el plano mental totalmente borrado:
un bocinazo, un mozo
que quiere ratificar el pedido,
la alharaca del celular en el bolsillo,
la irrupción de un pensamiento distinto.

Incluso me temo que también
se difumina para mí la memoria
"de largo plazo", ese reducto de vida
proyectada al que tantas veces
acudimos a buscar preguntas y respuestas.

La paradoja es que cuando joven
compensaba la falta de experiencia
con una memoria feroz,
saturada de detalles nimios.

Era más lo memorizado que lo vivido.

No se mi iba nada de la realidad percibida,
yo creo que a causa de un simple instinto
de supervivencia: recién salido al mundo,
debía estar en todo momento "posicionándome",
traduciendo lo que veía o escuchaba
a un lenguaje comprensible.

La se realidad presentaba 
con la nitidez del "sitio del suceso", 
por decirlo en términos policiales.

No quiero exagerar 
las tintas dramáticas de este tema.

A veces, al escribir, uno pierde 
el control sobre el volumen de las palabras
y éstas resuenan estrepitósamente.

Supongo que perder la memoria
es algo así como cambiar de folio,
dar vuelta una página.

Es decir, en los "aposentos de la cabeza"
se verificará -espero- otro tipo de ajetreos.

Muchas veces he contado el caso
de aquel anciano que 
en un cuartel de bomberos,
paralizado en la mitad de una escalera,
tomó del brazo al junior que iba pasando
y le preguntó: "Joven, ¿yo voy o vengo?".

Un día, cuando mi hijo mayor
no tenía ni cuatro años,
me dijo con perplejidad:
"Papá, se me olvidó".
"¿Se te olvidó qué?"
"Todo".

Me parece que 
el apagamiento de la memoria
está conectado con zonas 
un poco oscuras de la existencia.

De hecho, olvidar de este modo
¿no será empezar a morirse,
la ejecución o el ensayo de una despedida?

Lo otro:  siempre me he sentido
cerca de esa idea gnóstica,
que Dios existe o existió,
pero que ya no está,
se fue a otra parte
y nos abandonó radicalmente.

Por lo mismo todo el tiempo
cunde entre la gente
una "nostalgia de Dios"
de tal magnitud 
que algunos creen
percibir su presencia real,
y otros llegan a escuchar sus designios
en el semisueño y actúan en consecuencia,
lo que no quita que estén obedeciendo a un fantasma.

Pero la dimensión del universo
-tal como lo muestran 
-tal como la muestran los documentales
de divulgación científica-
es tan abismante espantosa
y tanta la soledad de los astros,
de las constelaciones,
de las galaxias,
que la estructura de nuestra mente
hace agua a la menor modificación
de la perspectiva.

Quizás el Dios que creó el mundo
ha estado siempre por ahí cerca,
en los repliegues de otras dimensiones,
sólo que ha comenzado a olvidarse de nosotros.

Seríamos en tal caso como unas sombras
en la escenificación de sus dificultosos recuerdos,
de los balbuceos de su memoria.

Si sentimos nosotros el dolor del abandono,
él sentiría la angustia de la pérdida.

________
Preliminary comment:  Roberto Merino
padece más bien de confusiones monumentales
más que de lagunas mentales o vacíos inmemoriales.

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