El 14 de agosto de 1990 fue promulgada en Chile la ley mediante la cual se ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño. El 10 de julio de 1990 fue aprobada unánimemente por ambas ramas del Congreso y ratificada ante Naciones Unidas el 13 de agosto. Esta semana se cumplen 22 años de este acto más que simbólico, 20 más que la pequeña Kimum. Una niña mapuche que junto a su madre Mewlén Huencho, entrase con ella a la sede de Unicef en Chile, en una toma de la sede chilena del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. Hace 23 días permanece adentro de una oficina y su madre, vocera de la Alianza Territorial Mapuche, no ha querido dejarla salir. Desde 1990 y de acuerdo al artículo 44 de la Convención de los Derechos del Niño, Chile, por ser un Estado parte de este tratado, se comprometió a presentar al Comité de los Derechos del Niño, informes sobre las medidas adoptadas para dar efecto a los derechos reconocidos en la Convención y su progreso en el país. Unicef Chile, el mismo 21 de julio pasado, publicó un comunicado de prensa llamando al gobierno a considerar medidas de protección a los niños en la zona del conflicto de las madereras y los comuneros mapuches. Asimismo pedía reparación a las víctimas. Le valió conflictos con el gobierno, que extrema esfuerzos por controlar la violencia en el sector, con más violencia. Lo que parece ser solo una protesta pública de parte de la Alianza Territorial Mapuche, ciertamente no cumple con el sueño de su pueblo para Kimum. Una simbólica condena a sus derechos de niña. Vivir en un lugar que no es su casa. Sin su padre ni su familia, sin una alimentación de calidad. Es una oficina, no una casa, menos un hogar. Uno de los derechos del niño reza “Impedir que participen en guerras, conflictos armados, luchas internas y actos violentos”. Ciertamente esta es una lucha interna y Kimum no debe estar presente en ella. Nadie en su sano juicio podría oponerse a estas alturas de la historia humana a “Terminar con el maltrato, el trabajo infantil ycualquier otra forma de explotación”, otro de los derechos infantiles. Ni tampoco a la importancia que tiene “Escucharlos y promover que participen en sus propios asuntos y en los asuntos de su familia, escuela, ciudad y país”. Menos aún a “No discriminarlos por su religión, sexo, origen social, cultura o por sus capacidades, porque todos los niños nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. El Servicio Nacional del Menor (Sename) intentó intervenir en la toma, pero no pudo entrar ni resolver la situación de Kimum. No volvió sobre esto. Esperemos que no tome medidas de protección que aumenten la separación de Kimum de su familia una vez que termine la toma. No tengo dudas sobre la relevancia de llamar la atención al gobierno por la inusitada violencia que ejerce en la zona de las madereras. Tampoco creo que la solución del conflicto provenga de hacer justicia “por las propias manos” de empresarios o de comuneros. La toma se inició pidiendo a Unicef que denunciara la violencia contra niños en la zona del conflicto, luego de la insólita acusación del gobierno a comuneros que usaban como “escudos humanos” a sus niños. Cosa que se hizo. Luego se pidió que, junto al Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Unicef le exigiera al ministro Hinzpeter que retirara las fuerzas de Carabineros de la zona. Unicef declaró que no puede hacer dicha acción. No es de su competencia. La Alianza Territorial Mapuche pidió entonces que Naciones Unidas realizara una visita de alto nivel a la región del conflicto, para que constatase los hechos de violencia. Unicef accedió a solicitar la petición, pero la werkén no quiso finalmente que se llevara a cabo por el “carácter técnico” de la visita ofrecida. Y mientras todo esto pasaba, Kimum jugaba, seguramente entre ordenadores y archivadores, posters de Zamorano y Vicuña -embajadores de Unicef Chile-, y guardias oficiales de Naciones Unidas enviados a la sede especialmente para su resguardo. El miércoles 15 de agosto, entraron cuatro personas más a la toma. Tres hombres y una mujer. Ya habían salido las primeras mujeres que acompañaron durante los primeros días a Kimum y su madre. Le llegó nueva compañía. Sin embargo vivir en Unicef a la fuerza más que un sueño infantil, puede ser un mal chiste o derechamente una forma de violación de los derechos del niño. No es para medalla olímpica la actuación de los padres de Kimum, tampoco la de negociadores de Unicef, y menos la de un gobierno que en con esmirriadas fuerzas trata de hacer un saludo a la bandera a través de Sename, pero tampoco redobla esfuerzos para refrendar el compromiso país que se tiene con Kimum, que a sus dos años ya tiene cuentos infantiles para su futura descendencia.
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