capítulo del libro de Armando Roa Vial,
Elogio a la Melancolía
Editores Be-uve-dráis
(Santiago de Chile, 2002)
No sabemos a ciencia cierta
si somos o no capaces
de arrancarnos de la tela
de nuestros sueños,
al decir de Shakespeare.
Schopenhauer conjeturó
que la vida y los sueños
eran hojas de un mismo libro.
El hombre bien puede ser
un recipiente vacío
de contenidos cognitivos.
La transición desde
la satisfacción imaginaria
a la evidencia de la cosa en sí
debe sortear un sendero tortuoso.
La suspensión de la creencia natural
en el mundo parece ignorar
que el entendimiento
es apenas una parcela del universo.
Observador indiferente o intencional,
dinámico o estático,
la eterna autorreferencia del yo
nos impele a ver en el todo
un espejo de nuestros deseos.
El origen de la búsqueda de lo«real»,
contrariando los datos elementales
del sentido común,
probablemente obedezca
a una inconfesada
e inconfesable fragilidad.
No tenemos herramientas definitivas
para despejar la incertidumbre.
Quizá abominamos
arrancar las máscaras
con las que disfrazamos
el mundo que nos rodea
por temor a desvanecernos
al salir de la existencia
declinando camino de la nada.
Los sonámbulos temen despertar
y no distinguir la vigilia del sueño.
La filosofía, por su voraz apetito
de realidades, ama la vigilia.
La poesía, en cambio,
por no soportar demasiada realidad,
busca ardientemente, a través
de la imaginación, considerar
la vigilia como el anverso del sueño...
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