Las llamadas grandes obras emergen por un segundo
para volver a fundirse en el océano del que proceden...
por Raúl Zurita
Poeta, Premio Nacional de Literatura.
Diario El Mercurio, Artes & Letras
Domingo 26 de Agosto de 2012
Se trata de un fin anunciado. Vivimos en la época de la agonía del lenguaje y el Kindle, más que un adelanto del porvenir de la lectura pareciera ser la confirmación de una nostalgia. Tendida entre las invocaciones de los grandes poemas arcaicos en los cuales palabra y cosa parecieran formar parte de una unidad indisoluble; esos "Cólera, canta oh diosa, la de Aquiles hijo Peleo" de "La Ilíada" o el "¿Dónde estabas tú cuando levanté los cimientos de la tierra y las infinitas estrellas del alba despertaron cantando al unísono?" de Job, y el ruido omnipresente de la publicidad donde ninguna palabra nombra lo que nombra ni ninguna frase dice lo que dice, lo que finaliza es la civilización de la escritura, la más violenta que haya experimentado lo humano, que creó el concepto de persona al mismo tiempo que entregaba a través de la literatura, las señas de su propio fin. Al igual que el ángel de la historia de Benjamin, esa silueta tal vez citada en exceso y que solo puede mirar hacia atrás puesto que el futuro no existe y el progreso no es un avance hacia un porvenir mejor sino un alejamiento del paraíso perdido, la globalización de la red escenifica un regreso. Suspendidos entonces sobre las ruinas de las lenguas que hablamos, los infinitos mensajes, identidades, registros, códigos, intercambiados cada millonésimo de segundo en la red, nos muestran, paradójicamente, los deslindes de un mundo previo a la invención de la escritura, donde tanto la noche estrellada, como el ruido del viento y las voces de los otros, eran percibidos en un horizonte sin tiempo, absoluto, no socavado por la mediación de los significados. En el otro extremo de las tabletas sumerias donde se encontró el primer poema de la humanidad, el "Gilgamesh", la tabletilla del Kindle patentiza el final de la civilización de la escritura al mismo tiempo que nos muestra la única forma de inmortalidad que nos resta; la inmortalidad en el mar del habla. Emergiendo de tanto en tanto como pequeñas olas entre las marejadas de las infinitas conversaciones, monólogos, ruegos, las llamadas grandes obras emergen por un segundo para volver a fundirse en el océano del que proceden y al que vuelven. El Kindle es un compendio de ese mar. La recopilación de nuestros datos, desde los más íntimos a los más avergonzantes, carece de importancia.
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