Alineación de los astros


por Gustavo Santander 
Twitter: @gustavsantander
Diario El Mercurio, Revista Ya, 
martes 28 de agosto de 2012

Decir que éramos amigos sería una exageración. Podría describirlo como un hombre más bien mesurado, de escasas risas y mirada profunda, de ese tipo de gente que pasa inadvertida no por falta de mérito sino más bien por su nula necesidad de destacar entre los demás. F (así lo llamaré) no era lo que se llama "el alma de la fiesta" pero sí tenía un alma, como todos, aunque la suya la había entregado completamente a M, la mujer de la que creía haberse enamorado perdidamente hace diez años.

Pero cuando F cumplió treinta y cinco pasó por una etapa de franca desesperación. Todo parecía removerse en su interior, como si un sismo lo hubiese pillado desprevenido: un jueves cayó en la cuenta de que M lo tomaba cada vez menos en cuenta (lo cual era más que una corazonada, porque M se había reencontrado con un ex que parecía haberle removido las entrañas). Como F nunca había amado a otra persona, no sabía qué hacer con esta certidumbre y entonces llamó a su mejor amigo para tomar una cerveza y desahogarse con él. Luego de un rato de conversación vacía (a F le costaba mucho abrirse) se envalentonó para contárselo pero, en ese instante, el otro le contó que le habían ofrecido una pega en el sur y que se cambiaría a otra ciudad y F no se sintió con ganas de competir con aquella noticia, así que puso cara de interesado y guardó sus dudas para otra ocasión.

Como ya sabemos, M tomó sus cosas y lo dejó ese mismo domingo, dejando a F como un huérfano mirando por la ventana del orfanato. "Las desgracias nunca llegan solas", recordó que decía su madre y, como si se tratara de una maldición gitana, a la semana siguiente una reducción de personal echó por la borda sus planes de tener un año económicamente tranquilo aunque sentimentalmente devastado. Como si se hubiese tratado de un mal sueño, salió a almorzar como lo hacía diariamente, pero al llegar al restaurancillo cayó en la cuenta de que sus compañeros de trabajo llegarían también ahí y seguro lo bombardearían con preguntas acerca de sus planes. Parado en la puerta, dio media vuelta y se marchó, aunque a poco andar se percató de que no tenía ningún lugar a donde ir. 

Recorrió las calles lamentándose de su mala suerte. Sin saber cómo, llegó al planetario de su antigua universidad. Se vio años atrás, rodeado de amigos que dejó de ver, gente con la que fue feliz. Y entonces se puso a ver la maqueta de una galaxia, astros y planetas alineados, y se volvió a ver más joven, impetuoso, y sintió que todo ese camino no podía ser en vano, que los años alineados como astros en un mapa no podían ser globos vacíos. Que no se puede crecer sin perder. Y así, sin más, volvió a intentar conquistar su propio destino. 

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