El crecimiento y el empleo importan -y mucho- revirtieron estragos del terremoto devastador y contrarrestaron las fuertes alzas de los alimentos‏



Tribuna 
Diario El Mercurio, Domingo 29 de Julio de 2012    http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/07/29/pobreza-y-desigualdad-en-la-ru.asp
Pobreza y desigualdad: en la ruta correcta

Felipe Larraín Bascuñán
Ministro de Hacienda
El crecimiento y el empleo importan -y mucho- porque los que estaban desempleados encuentran trabajo y los que tienen un empleo mejoran sus ingresos. Además, los empleos que se han creado tienden a ser de mejor calidad: en su gran mayoría son trabajos asalariados que acceden a seguridad social. Estos efectos son tan potentes que incluso lograron revertir los estragos de un terremoto devastador y contrarrestaron las fuertes alzas de los alimentos. 
Por supuesto, el crecimiento debe complementarse con políticas sociales contundentes, adecuadamente focalizadas y bien diseñadas, que permitan a las familias más vulnerables generar ingresos en forma autónoma. 
Por cierto, siempre se puede mejorar la metodología de medición de la pobreza y el Gobierno está abierto a ello. Puede haber, por ejemplo, medidas multidimensionales de pobreza y actualizaciones de la línea. Pero siempre deben mantenerse series comparables en el tiempo, para comparar peras con peras, y para evaluar la efectividad de las políticas sociales. Tampoco podemos olvidar que algunos de los que más critican la metodología actual hicieron oídos sordos para efectuar cualquier corrección a ella mientras pudieron hacerlo.
Estamos sembrando y otros cosecharán esos frutos. Pero los logros obtenidos en estos últimos dos años no pueden desconocerse. Y deberían ser motivo de alegría y confianza para todos los chilenos.
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Las buenas políticas públicas deben trascender y producir una diferencia en el desarrollo de los países. Por ello, nuestro objetivo de lograr una mayor igualdad de oportunidades se sustenta en sólidas bases que nos permitirán vencer la indigencia y avanzar decididamente en disminuir la pobreza al término de este gobierno. Ello no es sólo un anhelo, sino una firme convicción que busca disminuir la brecha de desigualdad permitiendo una sociedad más justa y solidaria.
Lo anterior debiera ser, además, un anhelo compartido por todos los chilenos, desde los distintos espectros políticos, económicos y sociales. Así como hoy la pobreza e indigencia nos deben doler a todos -¿a alguien dejó indiferente las imágenes de cómo se vive en Bajos de Mena?-, si logramos el ansiado desarrollo ello será mérito de muchos para beneficio y sustento de las nuevas generaciones que esperan -con razón- un mayor esfuerzo de la clase dirigente en su conjunto para resolver este lastre.
Las cifras de la encuesta Casen, elaborada por la Universidad de Chile y procesada por la Cepal, son elocuentes. Usando la misma metodología de las últimas dos décadas, entre 2009 y 2011 la pobreza bajó de 15,1% a 14,4% y la indigencia de 3,7% a 2,8% de la población. Especialmente destacable es el progreso en esta última, que se reduce en casi un cuarto: así, 148 mil compatriotas han logrado salir de la indigencia.
La desigualdad, en tanto, también registró mejoras importantes: al considerar ingresos monetarios, la brecha entre el 20% más rico de nuestro país y el 20% más pobre (20/20) se redujo de 11,9 a 10,9 veces entre 2009 y 2011. A su vez, la diferencia entre el 10% más rico y el 10% más pobre (10/10) se redujo de 25,9 a 22,6 en el mismo período. Y si se consideran sólo ingresos autónomos (es decir, sin subsidios monetarios del Estado), la reducción es aún más pronunciada: la brecha se reduce de 15,7 a 13,6 en 20/20, y de 46 a 35,6 en 10/10.
Uno de los aspectos notables en la reducción de la pobreza es que ello ocurrió a pesar del terremoto, que en sí mismo significó un aumento de tres puntos en esta condición. Así, la pobreza pasó de 15,1% en noviembre de 2009 a 18% en 2010, para luego caer a 14,4% en noviembre de 2011. Además, hubo que luchar contra una escalada en el precio de los alimentos de 13% en los dos años entre ambas encuestas, el doble del IPC general. Esto afecta especialmente a los más pobres porque su canasta de consumo está concentrada en alimentación.
¿Cómo fue posible, entonces, este progreso? La respuesta es clara. Para lograrlo, el crecimiento económico y el empleo le ganaron la batalla al terremoto y al alza de precio de los alimentos. Entre 2010 y 2011 nuestra economía creció en promedio sobre 6%, creó más de 700 mil empleos, y los salarios aumentaron en torno a 6% nominal anual (3% por sobre la inflación).
El crecimiento y el empleo importan -y mucho- porque los que estaban desempleados encuentran trabajo y los que tienen un empleo mejoran sus ingresos. Además, los empleos que se han creado tienden a ser de mejor calidad: en su gran mayoría son trabajos asalariados que acceden a seguridad social. Estos efectos son tan potentes que incluso lograron revertir los estragos de un terremoto devastador y contrarrestaron las fuertes alzas de los alimentos. Las conclusiones que se derivan de aquí son claras: debemos seguir profundizando las bases para un crecimiento sostenido con una sólida creación de empleo, mantener nuestra responsabilidad fiscal, fomentar la inversión y el emprendimiento, e incentivar la participación laboral, entre otros aspectos.
La notoria mejora en los indicadores de desigualdad también confirma lo anterior. Su avance ratifica la importancia vital que tiene la creación de empleos y los mayores salarios en los segmentos más vulnerables como principal motor no sólo para superar la pobreza, sino también para reducir la desigualdad. Aproximadamente la mitad de la actual brecha de ingresos se explica por la menor participación laboral de mujeres y jóvenes en los estratos menos favorecidos. Revertir esto último es clave.
Por supuesto, el crecimiento debe complementarse con políticas sociales contundentes, adecuadamente focalizadas y bien diseñadas, que permitan a las familias más vulnerables generar ingresos en forma autónoma. El ingreso ético familiar, que está comenzando a implementarse, apunta justamente en esta dirección al establecer transferencias ligadas a acciones concretas en la educación y la salud de los hijos y en la participación activa en el mercado laboral. Es una poderosa herramienta cuyos beneficios se harán cada vez más evidentes.
Por cierto, siempre se puede mejorar la metodología de medición de la pobreza y el Gobierno está abierto a ello. Puede haber, por ejemplo, medidas multidimensionales de pobreza y actualizaciones de la línea. Pero siempre deben mantenerse series comparables en el tiempo, para comparar peras con peras, y para evaluar la efectividad de las políticas sociales. Tampoco podemos olvidar que algunos de los que más critican la metodología actual hicieron oídos sordos para efectuar cualquier corrección a ella mientras pudieron hacerlo.
Sin duda que queda aún mucho por avanzar. Este debiera ser un desafío compartido, un objetivo de Estado donde todas las buenas ideas sean bienvenidas. Nuestra meta es reducir la pobreza extrema a menos de 1% hacia 2014, derrotar la pobreza antes del fin de esta década y continuar disminuyendo la desigualdad. Estamos sembrando y otros cosecharán esos frutos. Pero los logros obtenidos en estos últimos dos años no pueden desconocerse. Y deberían ser motivo de alegría y confianza para todos los chilenos.

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