Cuando uno conversa con personas
o examina su propia vida,
se percata, incluso a nivel de anécdota,
la cantidad de coincidencias sorprendentes,
sucesos aparentemente muy improbables
que nos han ocurrido.
No hay que recurrir para la mayoría de ellos
a la explicación de sucesos sobrenaturales
o al resultado de fraudes o engaños deliberados.
Se da una paradoja que estos sucesos improbables
sucedan con una frecuencia inesperada
debido justamente a las leyes de probabilidad.
John Littlewood fue un matemático famoso
que enseñaba en la Universidad de Cambridge
en el transcurso de buena parte de la
primera mitad del siglo XX.
Definió el concepto de «milagro»
(así con comillas, a diferencia
de los milagros de Cristo
o los atribuidos a la interseción
de santos canonizados)
antes de formular su ley.
Su definición decía que un «milagro»
es un suceso que tiene una importancia
especial cuando se produce, pero que
la probabilidad que se produzca
es de uno entre un millón.
La ley de los «milagros» de Littlewood
afirma que, en el transcurso de la vida
de cualquier persona normal,
los «milagros» se producen
en una proporción de
aproximadamente uno por mes.
La demostración de esta ley es sencilla.
Durante el tiempo que pasamos despiertos
y dedicados activamente a vivir nuestras vidas,
que es más o menos de dieciséis horas diarias,
vemos y oímos cosas que suceden
a una velocidad aproximada de una por segundo.
60 por minuto
60 x 60 = 3600 por hora
3600 x 16 = 57600 por día
57600 x 30 = 1.728.000 por mes
1.728.000 x 12 ~ 20 millones año.
20.736.000 x 50 ~ Mil millones en medio siglo de vida
Con pocas excepciones estos sucesos
no son «milagros» (con comillas),
porque aunque sean sucesos poco probables
que se den (uno en un millón)
pasan desapercibidos por su insignificancia.
Hay alguien que dijo que quien
no cree en milagros no es realista.
Al menos en el caso
de los «milagros» (con comillas)
ni siquiera hay que creer en ellos,
la evidencia probabilística
indica que ocurren con una frecuencia
en promedio de una docena por año.
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