Vicente Huidobro, un poeta francés nacido en Chile



Ediciones UDP acaba de reeditar "Últimos poemas" y "Altazor", dos obras cumbres del autor creacionista que corresponden a dos etapas muy distintas de su vida.  

Mario Valdovinos

Diario El Mercurio, lunes 25 de junio de 2012
 
Los "Últimos Poemas", publicados tras la muerte de Huidobro, en 1948, están desprovistos del temple oracular y del anhelo cósmico de "Altazor". El influjo de las vanguardias, a las que el poeta contribuyó con su propuesta del creacionismo, empezaba a disolverse, la guerra había terminado y la huella del holocausto seguía sobre Europa cuando Huidobro, ya de vuelta de las aventuras estéticas, existenciales y amorosas, regresa a su reducto costero y se entrega a la tarea de mantener vivo el fuego sagrado de la poesía. Desde su atalaya compone sus ofrendas líricas, al oxígeno del aire, levanta un monumento al mar y cree aún ser un elegido del Sol.
El libro está atravesado por la presencia de la muerte. Huidobro se vuelca a sus raíces poéticas y ontológicas, su madre, la hija, y les canta en exaltados versos. Aún hay esperanza, es todavía, como lo expresa en un poema, el pasajero de su destino e impreca a la vieja dama, aunque somos nosotros quienes, con nuestra triste sangre, le damos vida. La muerte que no puede vivir sin nosotros, dirá.
Más que padecer, Vicente Huidobro disfrutó de galicismo mental, un poeta francés nacido en Chile. Así, homenajea a la cultura gala, aunque a ratos naufraga en la retórica que él mismo construye, de la que abominó años antes, durante su cruzada procreacionismo y su poesía de pequeño dios, cuestionada después. De esta forma, "Altazor" (1931) es la cima de su poética. En él están las fusiones entre el aliento vanguardista del dadaísmo, el surrealismo y el creacionismo, más el arrebatado anhelo de un vate que lo escribió, sin duda, en estado de gracia.
Sus ocho cantos, a la vez que presentar a un vagabundo de los cielos, un hombre pájaro, un alto azor, revelan la odisea del ser, el deseo ascensional; a la par y como otra criatura desgajada de este ente volátil, exaltan la quintaesencia del lenguaje, el esplendor del idioma, sin excluir en el canto octavo, el de cierre del extraordinario poema, la crítica y sátira del instrumento utilizado. No hay más que palabras, el verbo y sus delirantes alquimias, para expresar esta desmesura: ascender, volar, arribar. Ser.
El poema no es ajeno a un tono tremendista, ni a la metafísica o al desatado lirismo. Tampoco a los matices épicos. Es, como Igitur, el poema de Mallarmé, un ser en busca de una realización supraterrenal, más allá de lo humano, cuyo intento sucumbirá a las leyes inapelables del universo. ¿Qué quedará, entonces, de Altazor? Tal vez la ceniza de sus huesos, el polvo de su cuerpo y una que otra pluma desgajada de sus alas cayendo sobre la tierra baldía. Pero alguien estuvo detrás de él, dando cuenta de su tentativa. El poeta recogió esas ansias y les dio forma literaria, alguien que sueña y profetiza sobre aquello que no llega nunca.

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