La noche de un día agitado‏


19:30

Bitácora
por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 18 de Mayo de 2012

No asumo ni entrego la presidencia de nada, pero mi 15 de mayo fue agitado. Y hubo, por todas partes, desde diferentes lados, con sutileza, y yo diría que con elegancia, lecciones interesantes de educación cívica. Me encuentro con un político chileno en la tarde, parlamentario de oposición, y me cuenta que en Chile nadie se interesa por la política. Las encuestas sobre los políticos y los partidos les dan niveles de aceptación extraordinariamente bajos, cercanos a la nada. ¿Se puede organizar manifestaciones enormes, ocupar instituciones públicas, destruir instalaciones, y ser "pasotas", como se decía en España, despreciar la política, no ejercer, llegado el momento, el derecho a voto? Mi amigo, el parlamentario de paso, me dice que falta conocimiento, que no se sabe lo que es un partido político, lo que es el Poder Legislativo, su diferencia del Ejecutivo y del Judicial, lo que significa ser alcalde y lo que separa una alcaldía de una diputación. A mí me critican por los hoyos en las calles de mi distrito, dice. Lo que ocurre, comento, es que suprimimos siempre, en nuestro desamparado país, aquello que es más necesario. Suprimimos, por ejemplo, las antiguas clases de educación cívica, que cuando estaban bien hechas, nos inspiraban, nos hacían entrar en debates apasionados, nos obligaban a pensar desde adolescentes en función del interés público, de la República, de las necesidades colectivas, si quieren ustedes.

Le hago notar a mi amigo que el índice de participación en las elecciones presidenciales francesas fue de 80 por ciento. Se queda sorprendido. Según él, los jóvenes de nuestro país estarán todos inscritos en los registros electorales, por ley, pero les dará flojera ir a votar. Preferirán pasar un día de playa o un día de piscina. Me quedo francamente intrigado. ¿Por qué algunos países de América Latina tienden a convertirse en países viejos, cansados antes de tiempo, cuando tienen en la mano la posibilidad de transformarse en sociedades modernas, desarrolladas, en sintonía con la ciencia, la técnica, la cultura del siglo XXI? El día de la segunda vuelta electoral, antes de que se conocieran resultados, vi en la Cadena 1 imágenes de esquiadores, en las canchas de la región de Grenoble, que todavía tenían abundante nieve, que hacían cola para votar, con sus esquíes colocados, y que después se lanzaban, raudos, mostrando sus papeles electorales

En su discurso en la Municipalidad de París, en la tarde del día 15, el Presidente Hollande agradeció a los ciudadanos de la capital, que le dieron su confianza en su mayoría, con cifras elocuentes, pero agregó algo importante: él se propone gobernar también para los otros, para los que no votaron por él. Nosotros comenzamos un período trágico de nuestra historia con declaraciones enteramente diferentes. Los chilenos ahora se olvidan y se pelean, una vez más, como perros y gatos. Todo lo que viene del Gobierno, afirman algunos, y me lo dicen con ojos de fanatismo, de rabia, de irracionalidad rampante, es malo, pésimo. Me declaran persona non grata por segunda vez en la vida, y siento pena, pero no sólo por ellos, por todos nosotros, por nuestro país obcecado, cegado, de visión corta.

Nos equivocamos al suprimir las clases de educación cívica, hace algunas décadas, y quizá también al suprimir la enseñanza del latín, arrastrados por nuestros positivistas del siglo XIX, por nuestros liberales algo trasnochados. Escucho los dos discursos de la tarde, el del alcalde y el del Presidente, y me digo que la formación clásica, humanista, amenazada aquí y en todas partes, todavía funciona. Delanoé cita las palabras pronunciadas por Lamartine, en 1848, en la misma sala donde nos encontramos ahora. En esa fecha, el poeta adoptó para todos los franceses el pabellón tricolor, símbolo de los ideales republicanos, y arengó a las masas.

En la noche, asisto a una cena ofrecida por Daniel Rondeau, escritor conocido y actual embajador en la Unesco, y mi celular suena en forma insistente e indiscreta. Pido disculpas, atiendo al llamado y me dan la triste noticia de la muerte de Carlos Fuentes. Conocí a Carlos a fines del año 1959, en la casa de Pablo Neruda en Santiago, recién llegado de México. Nos habíamos alejado en el último tiempo y en París nos reencontramos. Nos invitó a cenar juntos Carlos de Icaza, el embajador mexicano. Después comimos una vez en mi residencia y otra en un restaurante del barrio. El silencio de una voz culta, inteligente, provocativa, que incitaba a reflexionar sobre los grandes dilemas de la vida contemporánea, siempre es una pérdida irreparable. Y en los tiempos de ignorancia, de apresuramiento, de barbarie mal disimulada, que corren ahora, es una pérdida por partida doble. Carlos era un gran novelista, un ensayista incisivo, un autor de relatos breves inolvidables, como Aura. Haberse mantenido durante largos años a distancia de él, por irritaciones y tonterías varias, me parece ahora un error irreparable, que la muerte, precisamente, nos impide reparar. Me pongo entonces a leer algún libro suyo, aunque sea en la traducción francesa, a fin de terminar de reconciliarme post mortem. Carlos Fuentes tenía un curioso lado chileno, producto de los años en que su padre fue diplomático en Santiago y en que él estudió en el Grange School. Su inglés impecable provenía en parte de sus estudios chilenos de esa lengua. Fue amigo de José Donoso y de Roberto Torretti. Fuimos muy amigos, compinches, cuates, en la década de los sesenta, y después un poco menos amigos. Yo recuerdo algunas de sus historias, de sus versainas, de sus coplas cómicas, y todavía me río. Lo veo bailando solo, en su departamento del distrito quinto de París, asegurando que necesitaba bailar por lo menos una hora al día. Una tarde fuimos a esperar a Pablo Neruda a una estación de ferrocarril. Estuvimos con el poeta hasta las cuatro de la mañana y nos dejó agotados, tirados en el suelo. Son historias de aquellos tiempos, fragmentos de memorias.

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