"Un personaje no puede conmovernos ni conmover a los demás
a no ser que hallemos en él esa esencia de vidrio de la que habla Shakespeare
y que nosotros llamamos vulnerabilidad. Así, nuestra fragilidad, lejos de ser
una simple e irremediable debilidad, se convierte, pues nos es común,
en el motor de toda expresión, de toda emoción y a menudo de toda belleza".
De las primeras páginas de Fragilidad, de Jean-Claude Carriere
por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 21 de Abril de 2012
Diario El Mercurio, Sábado 21 de Abril de 2012
http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/2012/04/21/fragilidad.asp
Es martes. Es un gran día. La agenda está en blanco. Es uno de esos magníficos días distraídos, sin ningún plan especial trazado hasta las dos de la tarde. Dispongo de cinco horas corridas para completarlas como se me antoje. Un dejo de emoción me ocupa. ¿Puedo llamarlo destello de felicidad? Me ocurre casi siempre que encuentro, en días de semana, estas franjas horarias sin propósitos claros. No decido aún, temprano en la mañana, si voy al café A o al café B. El café A queda camino al taller, es una solución en un sentido práctica. Si voy al taller no faltará trabajo: puedo corregir el impreso de la edición de Los culpables de Juan Villoro que vamos a publicar muy pronto. Pero decido que no, que esta mañana es un día distraído-distraído. Llevo conmigo un libro que tengo muchas ganas de leer. Es breve, me lo prestó un amigo con la sospecha de que me gustará. Se llama Tres luces, su autora es una joven irlandesa, Claire Keegan. No sé nada de ella, mejor aún. El café B me obliga a caminar, tomar el metro y desviarme de la ruta habitual, y eso me seduce todavía más. Además, el café B queda exactamente al lado de mi librería, que es mi librería no porque yo sea su dueño, sino porque en ella tengo cuenta y pago una cuota fija mensual que me permite tomar todos los libros que quiera con descuento especial, cargo al futuro y sin odiosos intereses.
Me instalo en un rincón del café B, pido un cortado y empiezo a leer Tres luces. No me entero demasiado de lo que sucede alrededor. La historia de esa niña que es dejada en casa de unos parientes mientras su madre se prepara para parir un nuevo hijo me absorbe completamente. La pequeña novela me toma de la cintura y me voy con ella a donde me lleve. Termino al cabo de una hora llorando emocionado. Estoy solo en el café. Ignoro si la mujer de la caja o el dependiente se dan cuenta de que boto lagrimones sin angustia, conmovido por la belleza que desprende en mí el relato y especialmente sus dos páginas finales. Le doy gracias a Claire Keegan por haberlo escrito, pienso que me gustaría mucho ir a Irlanda y que ahora tengo una nueva razón para hacerlo: conocerla, cruzar unas palabras, sonreírle. Pienso también que me gustaría que apareciera en Chile Tres luces, que tal vez pueda conversarse el tema de los derechos con la editorial argentina que lo publicó allá.
Pago el café y entro a mi librería. Joan cumplió su palabra y están esperándome los tres últimos tomos de los Diarios de Ernest Junger. Puedo completar así los siete libracos que me he propuesto leer durante este año y el próximo en forma ordenada, sin prisa pero sin pausa. Pero hay más: Renán Zelada me habló del poeta estadounidense Robert Hass y tropiezo con un libro suyo traducido al español: Tiempo y materiales. Aprecien estos versos entre otros filudos versos sobre la guerra de Bush, que continúa la saga de guerras a que nos hemos venido acostumbrando en el tiempo: "¿Será que nos gusta besar/ Y bombardear a la vez, en perspectiva/ Al menos, a las chicas con sus vestidos de flores?". Aprovecho de llevar también esa novela que tanto me recomendó Álvaro Matus: Herzog, de Saul Bellow. ¿Y por qué no esta Poesía completa de César Vallejo? ¿Y si agrego por esta vez unos mamotretos de filósofos franceses para leer dos o tres páginas diarias y pensar? Uno se llama La muerte y es de Vladimir Jankélevitch: "Desde el momento en que alguien ha nacido, ha vivido, siempre quedará algo, incluso cuando no podamos decir el qué; no podemos hacer en absoluto como si ese alguien fuera inexistente en general, o nunca hubiera sido. Por los siglos de los siglos habrá que tener en cuenta ese misterioso haber-sido". Una lección de humanidad. Como las primeras páginas de Fragilidad, de Jean-Claude Carriere: "Un personaje no puede conmovernos ni conmover a los demás a no ser que hallemos en él esa esencia de vidrio de la que habla Shakespeare y que nosotros llamamos vulnerabilidad. Así, nuestra fragilidad, lejos de ser una simple e irremediable debilidad, se convierte, pues nos es común, en el motor de toda expresión, de toda emoción y a menudo de toda belleza".
Avanzo una cuadra por Providencia con dos bolsas cargadas de nuevos libros y diviso en la esquina, al frente, entre una muchedumbre de peatones, a un viejo amigo que no sospecha todo lo que lo quiero y con el que no nos hemos visto en mucho tiempo. Está esperando para atravesar en mi dirección. No se ve apurado. Adivino que vamos a detenernos, a encontrarnos. Una inolvidable mañana de martes, en otoño.
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