Domingo III de Pascua
Religión de carne y hueso
Patricio Astorquiza Farry,
Capellán del Colegio Nocedal
Diario El Mercurio, domingo 22 de abril de 2012
Narra San Lucas en el Evangelio de hoy el encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos al atardecer del Domingo de Resurrección. Están presentes diez de los doce Apóstoles (Judas se suicidó y Tomás se ausentó). También están en la habitación los dos discípulos de Emaús, que acaban de contar su encuentro con Jesús ese mismo día. Probablemente hay que incluir a la Virgen y algunas santas mujeres. El ambiente está lleno de perplejidad, tenso y expectante. ¿A quién creer o no creer?
Jesús se presenta a puertas cerradas, cosa propia de fantasmas. De ahí su dificultad para convencerlos de que no es un fantasma más, o una alucinación, o una treta del demonio. Es Él, y nada más: "Miren mis manos y mis pies: soy Yo en persona. Tóquenme, y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos".
Toda religión es en cierto modo un contacto con el mundo de los fantasmas, o al menos de los espíritus invisibles. Y por eso deja siempre un margen a la duda. El ser humano prefiere las certidumbres constatables. En tiempos de mayor secularización, como el actual, se incrementa ese deseo legítimo de evidencias.
Jesús resucitado decide presidir su Iglesia desde el trono del cielo, para que sus seguidores pongan la mirada allá, y no en un reino terrenal. Pero así la deja expuesta a la duda del mundo. También a un cierto temor de sus fieles, ante la falta de pruebas inmediatas de su resurrección. ¿No será todo un cuento de hadas, o una evasión, o una sublimación? O peor todavía: ¿No será el opio del pueblo, o una forma de enajenación?
Pero el cristianismo reclama historicidad, basada en la vida concreta de un Jesús que vino a cumplir un plan divino. Jesús no sólo se deja tocar ese domingo, sino que alude a ese plan de salvación, vaticinado por la ley de Moisés y los profetas. La Iglesia ha de predicar que el plan de la Providencia incluye tanto su resurrección como su posterior partida. Ese hecho no quita historicidad a la religión cristiana.
Por otra parte, la Iglesia como institución histórica sirve para que Jesús diga "Tóquenme" a todas las generaciones de creyentes. Por eso es particularmente importante que se presente al mundo como una prueba de la resurrección, de los efectos benéficos de la redención, de las grandes certezas de la revelación.
Pidamos hoy por la santidad de la Iglesia, que es sacramento de salvación, como la carne y huesos de Jesús para la humanidad. Pidamos también para nosotros mismos una fe que no vacile, que escuche lo que oyeron los apóstoles ese domingo de resurrección: "¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen dudas en su interior?".
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