La doctrina social cristiana enfrentada al viento del socialismo y la marea del liberalismo - debate epistolar mercurial‏



Cartas 
La decadencia del progresismo
Cristóbal Orrego Sánchez
Profesor de Filosofía del Derecho Pontificia Universidad Católica de Chile
Diario El Mercurio, Lunes 23 de Abril de 2012 

Esta carta se refiere a la columna de Agustín Squella publicada como columna de opinión
en el diario El Mercurio del viernes 13 de abril de 2012, disponible aquí:


La carta de Cristóbal Orrego, fue respondida, hoy martes 24 de abril por Agustín Squella
en la sección Cartas al Director del diario El Mercurio, que se puede leer aquí:

Es posible que el intercambio epistolar continúe.

Se reproduce nada más que la carta de Orrego, no sólo por brevedad,
sino por sobre todo porque si llegara a interesar a alguien
puede continuar leyendo las columnas y cartas respectivas de Squella
y las que continúen en una eventual saga epistolar.

Señor Director:
Mi colega y amigo Agustín Squella nos ha dado una lección en el género de la diatriba con su columna "Conservadores a la defensiva" (viernes 13). Nos ha echado el sermón antes: los "conservadores" se han opuesto a todos los cambios liberales desde el siglo XIX -desde la Ley de Matrimonio Civil hasta el "matrimonio" entre homosexuales, pasando por el voto femenino-; han sido derrotados siempre; han pronosticado unas "tinieblas morales" que jamás han sido, y en fin, sus descendientes se avergüenzan de haberse resistido, pero no aprenden la lección: aceptar el aborto, la eutanasia...
Su relato es parcial y sesgado. Los "progresistas" pujaron por otros "progresos" que fracasaron, como el mejoramiento de las razas y el establecimiento de los regímenes inspirados en el "socialismo científico". Está históricamente comprobado que las ideologías totalitarias nacieron de la matriz progresista: del marxismo, que hoy renace de sus cenizas con el mismo odio, y del racismo científico, eugenésico, que propugnaba el aborto y la eutanasia de los inferiores ya en Estados Unidos antes de dar el salto a Alemania. Según los esquemas mentales del profesor Squella, los cristianos no debieran haber resistido.
Es el truco más fácil del progresismo: hacer creer que "todo va para allá y no hay nada que hacer al respecto". Esa sensación de determinismo histórico, que tanto paraliza, ha sido desmentida cien veces por la Historia. Hombres singulares, decididos, han cambiado el curso de los acontecimientos. Así cayeron los muros del totalitarismo. Así fueron derrotados los anticlericales que persiguieron a los católicos en España y México, con sus "progresistas" despojos de bienes, quemas de iglesias y martirios en serie. Así se fue implantando una parte espectacular de la doctrina social cristiana, contra el viento del socialismo y la marea del liberalismo. Basta pensar que el principio de subsidiariedad es un pilar de muchas constituciones y que las leyes de la economía y del trabajo responden más a esa inspiración cristiana que a las utopías progresistas de antaño. Así fue como, en casi todos los temas, los cristianos fueron protagonistas de los tiempos nuevos y les dieron su impronta humana.
No obstante, tiene razón Agustín Squella en que los católicos hemos sido derrotados en algunos de los temas que menciona. No fue así, por cierto, en el caso del voto femenino, al que se opusieron los anticlericales como él por obvias razones estratégicas. La derrota no equivale, sin embargo, a no llevar razón. Yo sigo pensando, como el Padre Hurtado, que la Ley de Matrimonio Civil fue "uno de los mayores atentados contra la patria". Curiosamente, fue una imposición totalmente contraria a la libertad, que iba unida a ese ignominioso castigo anticlerical por casarse religiosamente sin contraer matrimonio civil.
Mi estimado colega no advierte, en fin, que las profecías de desgracias morales se han cumplido todas: indiferentismo religioso y relativismo moral entre los mismos católicos (incluso en la Universidad Católica, ante el desconcierto de sus pastores); una inmoralidad pública y privada que horrorizaría a cualquier liberal del siglo XIX; disolución de la familia; un consumismo prácticamente sin frenos, también entre familias piadosas... Quizás el síntoma más preocupante de la decadencia es que personas decentes y perspicaces opinan que en estos temas no ha pasado nada malo y que lo mejor estaría por venir.

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