El azar de la escritura y el cálculo...‏




La mano que sostiene el bolígrafo
ejecuta el gesto que le concede la muñeca
a fin de depositar rastros de pasta negra
en una hoja de papel en blanco.

Pareciera conducir una música silenciosa
que impregna de símbolos algebraicos 
lo que podría ser una música de las esferas
o elipsoides de revolución sin pentagrama.

El ojo se detiene en un pequeño logo estampado 
sobre una de las caras transparentes del lápiz.

La leyenda escrita en éste, remite al mundo medieval,
y me distraigo por unos instantes de lo que estaba haciendo
y me viene a la memoria la definición de poesía 
que retuve de una conferencia de un novelista 
laureado con el premio Nobel de Literatura:
«esa alquimia irresponsable en el uso del lenguaje».

La mente se queda en un estado en suspensión
mientras decantan palabras de origen arábe
que se dejan caer desde esta memoria evocativa
como hojas del otoño contempladas desde mi ventana.

Abalorio, aceituna, ajedrez...

Algoritmo, almohada, 
alacena,  almácigo, albahaca, 
alcaparra, alcanfor, alcachofa,
albacora,  alcatraz, alforja, aljibe,
almacén, almanaque, alcancía,
alcuza, almíbar, almizcle, alfajor,...

La mano se pone nuevamente en movimiento,
retomando el hilo del ejercicio algebraico
que concluye impecable, en virtud 
de siglos de refinamiento intelectual
que ha ido puliendo como el viento 
-el espíritu sopla donde quiere-
las arenas del desierto hasta suavizar los dunas
y convertirlas en un espejismo de suaves olas,
fluyendo cristalinas como el agua
que brota de las fuentes del palacio de La Alhambra...

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